jueves, 25 de octubre de 2012

EL SOUNDTRACK

Publicado en revista Catálogo para la vida, número 11.
2012.
Reeditada.



FOTO: Portadas de algunas bandas sonoras
Ya lo había dicho Julio Cortázar, en aquél libro memorable que la mayoría conocemos (si no, búsquelo en Internet, ahí lo encuentra): "Música, melancólico alimento para los que vivimos de amor".
Al final, es cierto, estamos hechos de gygabites de canciones que nos acompañan a lo largo de nuestra vida y las volvemos a escuchar, una y otra vez hasta el hastío. Por ejemplo, uno puede observar detenidamente, y con escalofríos sicodélicos, la película-musical Across The Universe y entusiasmarse enseguida con la fascinante imaginería de algunas escenas; pero lo más alucinante, es, sin mayor titubeos, la interpretación que se hace de las 34 cancioncitas de The Beatles a lo largo de las dos horas de metralleta rítmica. No hay duda, que "love rules" y que toda historia de amor nos perseguirá desde los guiones Hollywoodenses más taquilleros hasta las entrañas más románticas y cotidianas de nuestra Latinoamérica de bajo presupuesto. Pero está bien, entendámoslo desde una perspectiva simple y precaria, comprendamos esa dimensión que nos encanta con una frase de Lennon: "All you need is love, love is all you need."

Pero insisto: “All you need is love... eh, yes, but also we need music, querido Lennon. Just music.”

Por ello, no está de más hablar sobre esa fascinante conexión que existe entre la música y la imagen. Al final de todo se complementan, se nutren una de la otra, se necesitan de alguna extraña pero obvia manera. Así pasa que muchos músicos, por ejemplo, se han inspirado en las imágenes que crean algunos directores de cine para escribir sus canciones. Y por lo mismo, muchos directores, se han inspirado en frases de canciones para definir escenas claves de sus películas, como es el caso de Paul Thomas Anderson en Magnolia, inspirándose en algunas canciones de Aimen Mann para tranformarla en una joyita del cine, ya casi un clásico.

Pero pasando al tema de esos directores que se entrometen a seleccionar su delicia musical, Quentin Tarantino es "El Maestro". Lo sabe hacer como nadie más lo ha hecho. En sus películas: Reservoir Dogs, Pulp Fiction y sendas Kill Bill, nos da una cátedra sobre cómo elegir música para un filme. Incluso hay un “soundtrack de los soundtracks” de sus películas, en el que habla de la importancia de seleccionar buenas canciones y nos comenta sobre la relación que la música debe tener con el filme. Otra directora que lo hace muy bien, es Sofia Coppola. Ya la escuchamos en Maria Antoinette, Lost in Translation y por supuesto, en The Virgin Suicides (que tiene doble soundtrack: uno con un mix de canciones viejas y otro, compuesto por la banda francesa Air). Todas estas recopilaciones son una maravilla. Otro caso maravilloso de soundtracks son Trainspotting, Garden State, Singles, Easy Rider, 24 Hour Party People, Fight Club, Lost Highway, High Fidelity, Amores Perros, ...Y tu mamá también, entre otros.

El asunto, al final de todo, es “ver” los sonidos y “escuchar” las imágenes. Por eso nos encanta llorar a lágrima viva cuando Jerry Maguire le dice a Dorothy Boyd, aquella famosa frasecita que todos conocemos, mientras la sutil tonadita gringa se va mezclando con la voz ronca de Bruce Springsteen y, las viejas divorciadas –o separadas– se estremecen en los sofás raídos del apartamento californiano y Dorothy, responde lo que ya todos nos sabemos de memoria. ¡¿O no?!

Aceptémoslo. Nos encanta. Sin música, además, las películas serían aburridas.

Es más, compramos películas románticas –y piratas– para verlas en pareja y vivir ese estremecimiento fantástico de la pantalla plana y el teatro de casa, con poporopos instantáneos embadurnados en mantequilla y margarina, en el peor de los casos. Ya acurrucados en el sofá, y acariciándonos las alitas de cupido, mientras las lagrimotas caen de emoción o de tristeza, el mundo afuera parece no importarnos. Luego nos encanta hacernos los duros, pero al final siempre terminamos llorando mares de mocos, inclusive en la escena en la que Celine le dice a Jesse: “Baby... you are gonna miss-that-plane”. Y Jesse, tranquilamente responde, desde el sofá del apartamento parisino: “I know”, mientras su risita se confunde con las notas del piano de Nina Simone, que canta parsimoniosamente Just in Time, y todo es una lloradera loca y ahí estamos tratando de detener la película –pirata– cuando los nombres de las canciones van bajando por la pantallita negra para saber cómo se llamaba la canción que salió en aquella otra escena, para después bajarla y guardarla en el iPod, y escucharla, diariamente, en nuestro Soundtrack de Vida –pirata– mientras El Gordo actúa y canta de lujo en aquella película guatemalteca que fue moda hace más de un año.

En fin, nos encanta guardar canciones para todo momento.

jueves, 18 de octubre de 2012

20 CONSEJOS por sí hay un retén

Foto: Retén chapín.
En el libro Libertad bajo palabra, el mexicano Octavio Paz escribe: “Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día”. No sé por qué, pero encontrar este libro viejo me puso a pensar en muchas cosas, sobre todo en la Revolución del 44 que está por celebrarse el próximo 20 de octubre. La cual, supongo, la gran mayoría de guatemaltecos ignoran, pero al contrario sí celebran el día de las hamburguesas o el día de acción de gracias gringo.

En fin, regresando al tema de la Revolución, yo nunca he sido, la verdad, asiduo a los levantamientos sociales, a las revueltas y a la masificación de la rebelión como un acto público. Más bien creo en las pequeñas revoluciones, en esas reinvenciones personales y en esos cambios de menor a mayor, por así decirlo. Por eso envidio tanto a los grupos que se levantan contra el sistema y tienen una estructura social impecable, funcional, que no se deja pisotear y que lucha por sus derechos constitucionales; aún así con palos, piedras, banderas blancas, manifiestos radiales, volantes impresos o pancartas urgentes. Considero que es de admirar esa intención, ya que el ladino promedio en Guatemala, al final de cuentas, es un individualista que se conforma con tan poco y encuentra su zona de confort en la sumisión y en la indiferencia. Esa es la verdad, así somos, esa es nuestra consigna: protestar intrínsecamente pero nunca, uy no, tomar las calles y protestar públicamente.

Todo esto viene, porque en los últimos días he coincidido involuntariamente con la palabra “revolución”. Una palabrita trillada a lo largo de la historia, claro, pero curiosamente se me ha cruzado en lecturas de diarios nacionales, en conversaciones con amigos, en coloquios universitarios, en columnas periodísticas y hasta en el peor, o mejor de los casos, en comentarios tipo random publicados desde las redes sociales. Al parecer, resulta ser que a la gran mayoría se le está apeteciendo la idea de un cambio abrupto o una nueva revolución. No sé exactamente a que se refieran. La verdad, a mí me parece una especie de moda cool y wannabe, digo, eso de que todos hablen de protesta, marcha, indignación, rabia, furia, toma del poder, etc. No creo que alguien en realidad lo vaya a hacer. Es sólo una pose, una especie de moda pasajera, como un Miércoles de Cumbia o un Pasos y Pedales.

Pero bueno, sí de verdad hay un frente opositivo y las cosas se ponen violentas y se salen de control, es inevitable que vayan a existir retenes militares en las carreteras, en los parques, en los bares, en los centros culturales e incluso, en los café internet y en los templos evangelistas. Para ello, acá unas recomendaciones por sí la mano dura y “el fusil-guitarra de la paz” nos alcanza en la calle:


1. Nunca vea directamente a los ojos al militar que lo detenga. El límite es cinco segundos, después de eso usted verá prepotencia, hermetismo, y en el peor de los casos: ignorancia. A veces, uno también puede sufrir desvaríos sonoros, como escuchar la tonadita aquella del soldado, que pasaban en Canal 5 durante los 80’s. Trate de evitar eso. Mejor mire el suelo y actúe con normalidad ante el mareo.

2. Trate de llevar alguna prenda color naranja, ya que es el color del partido oficial. Puede ser un accesorio: anteojos, pañuelo, aretes, pulseras, sombrero, bufanda, morral, perro, bicicleta, audífonos, etc.

3. Que las pulseras sean color naranja, no significa que puedan ser pulseritas típicas.

4. Que el morral sea color naranja, no significa que pueda ser un morral de Momostenango o Huehue. Mejor sí es de la Megapaca o sí es importado. Así son nuestros extremos adquisitivos, pero nunca, nunca, nunca, algo hecho en el interior del país.

5. Los anteojos anaranjados, mejor si no tienen graduación. Usted podrá parecer intelectual, y eso, escuche bien: no le gusta a nuestro presidente.

6. Vístase como hipster, yuppie o prole. Nunca como hippie, metalero, curador de arte o escritor reaccionario. Eso nunca ha sido bien visto por los partidos de poder.

7. Sí usted lleva libros en la bolsa o en el carro, sáquelos antes de salir de su casa. O mejor, en todo caso: deje de leer. La lectura contamina las intenciones gubernamentales y no permite el desarrollo de las "buenas intenciones oficiales".

8. Sí usted es obsesivo y no puede dejar de leer, ni siquiera mencione que le gustan las columnas de Juan Pensamiento en Plaza Pública o Andrés Zepeda de El Periódico. Le traerá graves problemas.

9. Sí tiene carro, revíselo detenidamente antes de salir. No lleve carteleras culturales, postales de arte, invitaciones a exposiciones, latas de cerveza vacía (o llenas) ni llaveritos típicos. Si no tiene carro, y se mueve en autobús, hágase el de la "vista gorda" y borre de su celular los fondos de pantalla del Ché Guevara y los ringtones de Silvio Rodríguez. En cambio, métale música nacional a su teléfono, Ricardo Arjona y Viento en Contra están bien. Aunque el ideal, sería música cristiana. Busque en internet, ahora hay hasta reguetón cristiano y hip hop evangélico.

10. Lo mejor que puede hacer, es llevar una Biblia con usted por aquello de las dudas, y si puede, apréndase la frase que dijo Caballeros sobre los muertos en Toto, para repetírsela al soldado que lo detenga. Eso, más un “gracias al Ejército de Guatemala, mi general”, le pueden evitar un mal rato.

11. No intente discutir con un oficial del ejército. Regularmente son como robots y no están diseñados para discernir. Es más, algunos robots militares tienen varios defectos de fábrica, entre ellos: no pueden escuchar ni expresarse con más de 25 palabras, ése es su límite idiomático.

12. Sí logra entablar una conversación con alguno, quédese callado y siga órdenes. A ellos les encanta seguir órdenes, y sí usted es capaz de hacerlo, hasta puede encontrar su verdadera vocación. De seguro hay plazas disponibles. Pregunte por los números y llame de inmediato.

13. Sí le preguntan que qué hace, usted responda que trabaja en un Call Center, un Supermercado, una Tienda Mayorista o una Agencia de Publicidad y Mercadeo. Trate de pasar desapercibido. Nunca diga que trabaja de periodista, investigador, asesor, psicólogo, librero o mucho menos que trabaja en arte. El artista está mal visto. Es relajero, bolo, drogo, inconforme, sensible y reaccionario. Por el contrario, ser abogado, tiene doble moral. Así qué piénselo bien antes de decir que es abogado o abogada.

14. Sí le gustan las drogas, mejor llévelas puestas.

15. Sí no le gustan las drogas, también llévelas puestas.

16. Sí lo detienen con amigos que llevan drogas, mejor llévenlas puestas.

17. Sí usted tiene tatuajes, diga que fue una época “rara” de su vida, pero que ya quedó atrás. Todos tenemos un pasado tormentoso, al igual que este país.

18. Sí sus tatuajes son de calaveras o pájaros extraños, acérquese con su tatuador de confianza y dígale que le añada estos colores alrededor: Verde oscuro, Verde oliva, Verde boscoso, Café puro y Beige. Si quiere, también le puede añadir un tatuaje complementario, puede ser un AK-47, IMI Galil o un M16. Un lanzagranadas lacrimógenas, es, sin dudas, el mejor diseño que le puedo recomendar. Nunca pasa de moda y además, es tan propio de nuestra identidad, casi como un símbolo patrio.

19. Sí usted no tiene tatuajes y siempre ha querido tatuarse un Ché Guevara, no lo haga. Al contrario, olvídese del Ché y busque en internet otras opciones. Le aseguro que puede encontrar bonitos diseños en Google bajo las siguientes búsquedas: “tatuajes militares” o “military tattoo designs”. Sólo cambie el águila norteamericana por un quetzal y/o la bandera gringa por una guatemalteca. También le puede añadir el logotipo del Partido Patriota sosteniendo dentro del puño a un líder de los 48 Cantones de Totonicapán, o si bien lo desea, una granada expansiva con la bandera de Guate y manchas de sangre indígena sobre ella. RECOMENDACIÓN: Ya no se tatúe glifos mayas. Yo tengo dos desde hace 15 años y estoy pensando seriamente en removérmelos, ya que eso significa “retén exitoso” para ellos. Además, un nahual entintado no lo va a proteger de un grupo de soldados enfurecidos.

20. Ya se acerca Halloween y eso significa diversión. Por favor, léame bien: no se disfrace de soldado, es de mal gusto, a menos que tenga el cuerpo de Demi Moore y unos bíceps de gimnasio. Sí es hombre y tiene el pelo largo, tampoco se haga pasar por Roxana Baldetti. Evite todo contacto con la autoridad y trate de pasar desapercibido. No disfrazarse, también es una opción.

martes, 9 de octubre de 2012

GRACIAS a los soldados...

FOTO: Marcha a favor de
exmilitares, septiembre 2012.
Gracias a los soldados, y no a los poetas, las balas son el orgullo nacional de este país que se desangra y palidece a cada segundo como un gato moribundo en medio de un enjambre de avispas asesinas. Gracias a los soldados, y no a los poetas, la herencia que le estamos dejando a nuestros niños es la de una libertad doblegada y aprisionada por la mano dura, tendida en el fondo de una fosa común y olvidada por la gran mayoría a través de los años. Gracias a los soldados, y no a los poetas, en nuestro diccionario la palabra Ley significa pólvora. Gracias a los soldados, y no a los poetas, el sustantivo más usado en los últimos treinta años de historia en Guatemala es: dolor.


 
Gracias a los soldados, y no a los poetas, "violación" es una palabra común y corriente, usada sobre todo por los más débiles, que a grandes rasgos somos la mayoría. Gracias a los soldados, y no a los poetas, aquí la vida no vale nada. Gracias a los soldados, y no a los poetas, miles de mujeres y niñas fueron ultrajadas bajo el denso silencio de la selva y el estruendo abominable de un escuadrón de salvajes. Gracias a los soldados, y no a los poetas, la libertad de expresión es una cláusula que nunca ha existido en la Constitución de la República. Gracias a los soldados, y no a los poetas, hay un sinfín de historias dolorosas que cuentan los familiares de los miles de desaparecidos a lo largo y ancho del territorio de este paisito. Gracias a los soldados, y no a los poetas, el genocidio es algo que existe en los cuentos de soldados, escritos por soldados, en un país lleno de soldados que son dirigidos por generales soldados, que tienen esposas y amigos corruptos que dicen: "en Guatemala no hubo genocidio".


 
Gracias a los soldados, y no a los poetas, las balas tienen una misión específica: tumbar al inocente. Gracias a los soldados, y no a los poetas, la lucha sigue siendo contra el Sistema y sus devaluaciones y corrupciones constantes. Gracias a los soldados, y no a los poetas, huir de tu propio país, resulta a veces, la única esperanza. Gracias a los soldados, y no a los poetas, un arma de fuego es la imagen más patética y cobarde de hacer justicia. Gracias a los soldados, y no a los poetas, un niño llora desconsoladamente, confundido, tras la muerte abrupta de su padre en medio altiplano guatemalteco. Gracias a los soldados, y no a los poetas, ese difunto padre no podrá cargar a sus nietos cuando el niño crezca y tenga hijos, sin orgullo ni patria, y la vida lo pase llevando de frente como quien nunca fue feliz, dicho, pleno. Gracias a los soldados, y no a los poetas, el presente de este país es sólo pólvora, lamento, paranoia y desasosiego. Gracias a los soldados, y no a los poetas, un fusil en forma de guitarra es capaz de asesinar, ensordecedoramente, a más de cinco mil ingenuos en un estadio un día domingo. Gracias a los soldados, y no a los poetas, avanzar significa rebobinar el pasado una y otra vez dolorosamente.


 
Gracias a los soldados, y no a los poetas, el poder intelectual de generaciones pasadas, sencillamente desapareció por completo. Gracias a los soldados, y no a los poetas, la vida aquí no tiene un mejor panorama. Gracias a los soldados, y no a los poetas, la muerte sigue siendo nuestro pan de cada día. Gracias a los soldados, y no a los poetas, nuestro futuro viste de luto en los días en que una celebración es necesaria. Gracias a los soldados, y no a los poetas, la rebelión está por venir en cualquier momento. Gracias a los soldados, y no a los poetas, el engaño se ha vuelto cosa de respirar todos los días desde cualquier rincón de este país lleno de espanto. Gracias a los soldados, y no a los poetas, los diarios anuncian desconsuelo en cada una de sus páginas todos los días. Gracias a los soldados, y no a los poetas, miles de familias fueron desalojadas de su tierra, que era lo único que tenían para cultivar el vasto poema que es la vida. Gracias a los soldados, y no a los poetas, miles de guatemaltecos han sido privados de lo único que verdaderamente les pertenece: su vida.



Gracias a los soldados, y no a los poetas, lo ocurrido en Totonicapán el jueves pasado es un recordatorio constante de que no hemos progresado en absoluto; y que a pesar de ser un hecho independiente, y fortuito, es un evento del cual algunos se enorgullecen de tildar como "justo y necesario".


Gracias a los soldados, y no a los poetas, la literatura es un refugio, una especie de búnker personalizado donde se construye un tierno panorama de a poquitos.


Gracias a los soldados, y no a los poetas, aquí no hay futuro, ni respeto, ni dignidad. Ni mucho menos memoria.



Gracias a los soldados. Muchas gracias.





LINK DE FOTOS:
http://primavera-tirania.com/libro/index.html

martes, 2 de octubre de 2012

EL ARTE Y EL PODER, primera parte



BS20, septiembre 2012
(Cortesía de Juan Carlos Barrios)
Hace más de una década el arte guatemalteco parecía despertar de un letargo forzoso e irremediable con proyectos artísticos como Casa Bizarra, Primera Generación Records, Festival Octubre Azul, Festival del Centro Histórico, Tripiarte, La Fosa Común, Editorial X, Colloquia, Caja Lúdica, entre otros. Todos estos proyectos estuvieron vinculados, de alguna extraña y necesaria manera, con lo que resultó ser la piedra angular de los noventa:

La rebelión.


 
Para mí, "la rebelión" es como una chiquilla punk, insolente y desafiante al mejor estilo de Lisbeth Salander –de la trilogía de Larsson–, pero también elegante y tímida como Patti Smith –la poeta del punk– en sus primeros años. Es decir, una mezcla bizarra pero hermosa de Albert Camus, Lou Reed y Courtney Love. La idea, es sencilla, digo, la idea de la rebelión: descentralizar el arte (desde un cliché romántico), hacer temblar los pilares de la moral (sin anarquía, claro) y provocar un estallido inmediato en la movida sociocultural de una región. Para ese entonces (bueno, acá les estoy hablando estríctamente del año 1997), yo ni siquiera llegaba a los veinte años y mis lecturas de Nietzsche, Chomsky, Sartre, Kafka y Cortázar eran lo poco a lo que me aferraba con recelo. No sabía nada de muchas cosas –todavía no sé nada de muchas cosas–, pero sí conocía algo del movimiento punk de los 70's y del grounge de los 90's, y ambos, me parecían la estampida perfecta directo a la yugular de la cultura. Esos, creo, que fueron muchos de los cimientos del movimiento rock de los noventa en Guatemala: una mezcla entre el grounge noventero, el postpunk ochentero y las lecturas de autores como Pessoa, Pound o la Generación Beat. Y sin lugar a dudas, el movimiento rock de los noventas, fue el hilo conductor y el parteaguas de muchas de las temáticas del arte que se abordaron en años posteriores.

 
Regina José Galindo, agosto 1998
(Cortesía de Regina José Galindo)
Algunos contemporáneos míos incluso, no llegaban ni siquiera a los veinte años, y otros, que ya andaban llegando a su primer cuarto de siglo, contaban con la responsabilidad, por decirlo de alguna manera, de catalizar y gestionar las corrientes de arte que desembocarían en lo que se está realizando actualmente. A ellos, mi admiración y respeto. Por ellos existen bienales, festivales de cine, bachilleratos en arte, centros culturales, residencias artísticas y premios que antes no existían.

Para ese entonces la vertiente discursiva lindaba entre varios tópicos: La libertad de expresión (a causa de la infelicidad ridícula por treinta años de guerra), la libre experimentación (provocada quizá, por la carencia de lecturas y referentes académicos como abundan ahora), el desencanto y la lucha contra el poder (esto, por la imposición de regímenes militaristas que dejaron una estela de paranoia y miedo en toda una generación). Y si bien estos tópicos eran reiterantes en cualquier obra visual, musical o escrita; también era inevitable que un halo de irreverencia predominara en todo lo que se creara, a la vez que existieran ciertos matices de ingenuidad y puerilidad colectiva. En efecto, esos esbozos sirvieron como punto de partida para lo que hoy conocemos como arte contemporáneo en Guatemala, término que afirma nuestra realidad como pueblo vivo. Por consecuencia, toda obra es una necesidad humana de trascender; tal y como lo diría Octavio Paz, "es el olmo que da siempre peras increíbles".

 

Así, nuevos espacios han abierto sus puertas para el arte y, es genial ver cuánta gente joven reunida en colectivos o en solitario, repercute de manera inmediata en la vida cotidiana del guatemalteco a través del arte. Ahora abundan los festivales de arte, las fundaciones que aportan respiro –y pisto–, los centros culturales que se inundan de actividades culturales cada semana y los gestores culturales, para los cuales ya existen diplomados y licenciaturas. Ahora, volviendo el tiempo atrás, veo que también muchas cosas han cambiado: algunos ya tenemos canas, hijos, arrugas inevitables y una enorme lista de cosas hechas y deshechas. Pero hay algo que no ha cambiado y, eso es lo importante: La constante creación y la rebelión, que se ha disfrazado un poco, cambiando las pulseritas de Pana por los relojes retro, los morralitos de Momostenango llenos de libros por las mochilas con laptop y los caites de goma por las zapatillas deportivas.


En sí, todo cambio es un poder. Y partiendo de esta reflexión, no me queda la menor duda de que "el arte es un poder" y, a manera de palíndromo sensitivo, "el poder también es un arte", y la idea de sucumbir un país a través de sus cauces, creo, que es lo menos que podemos hacer como habitantes de este siglo. Y ante todo, de este país.