lunes, 30 de septiembre de 2013

ARCTIC MONKEYS: AM


Este cuarteto de ingleses, que poco a poco se han convertido en leyendas del rock actual, acaban de hacer algo memorable tras grabar una delicia de disco, el quinto de su carrera, que sin duda dará mucho de qué hablar con los años.


PERO… WTF ARE ARCTIC MONKEYS?

La larga pero corta carrera de los Arctic Monkeys (ocho años), se puede diseccionar por sus álbumes anteriores. Cada uno es la acumulación de anécdotas, estilos y estridencias, que atestiguan “un antes y un después” de manera concisa. Los primeros dos discos son el adolescente rebelde. Los últimos tres: la serenidad y la madurez.


ROCK SICODÉLICO VS. ROCK SIN ETIQUETAS


No es para menos. La banda ha crecido enormemente. Este nuevo disco lo pone en evidencia, y además, nos vislumbra a cuatro músicos más enigmáticos que incipientes. Cada sonido aquí está pensado. Hay melancolía, pero a su vez hay decadencia y diversión. Lo que nos hace pensar que las etiquetas se han disipado.

LIRISMO Y RIGUROSIDAD

Despojados de los beats acelerados, y con la colaboración de Josh Homme (Queens of the Stone Age), pareciera que AM juguetea con la experimentación vocal/coral y el rock básico de los 70. Hay mucho Black Sabbath, John Lennon y The Rolling Stones, pero también hay hip hop al mejor estilo de Alex Turner, su vocalista, quien susurra vértigos sinfónicos con la vocalización desde un R&Bpersuasivo.

UNA PARA EL CAMINO
La primera vez que se escucha el disco, un vendaval de capas sonoras parecen estallar armoniosamente desde las bocinas. Hay lucidez, agresión y expresionismo. Después de escucharlo varias veces, ese asombro se va convirtiendo en pulcritud conocida. Es como si estuviéramos frente a algo muchísimo más grande. Una especie de pulpo musical que todo lo alcanza. Pegajoso, en todo caso.

40 MINUTOS DE VIAJE

Desde las incisivas I Want it all, Do I wanna know? y R U Mine?; hasta las menos roqueras comoKnee Socks, Snap Out of It y Fireside, el disco da la impresión de redondez. Las baladas, por otra parte, le añaden delicadeza y equilibrio. Un viaje que todo melómano debe tener. En palabras de cierre: una obra maestra que sospechosamente divaga entre soul, pop, rock y Lou Reed.



viernes, 27 de septiembre de 2013

POLAROIDS MUSICALES 7: Los festivales de música


La semana pasada me regalaron el libro Wilderness, o más conocido en español, como Poemas perdidos de Jim Morrison. Esto me hizo buscar algunos de los pasajes más emblemáticos de No one here gets out alive –un biografía sobre Jim Morrison–, quizá, la que más me ha gustado, y además, la única que queda entre mis libros.

Mientras avanzaba páginas –con fotografías, poemas a mano, rarezas y anécdotas–, me puse a pensar en los festivales de música; sobre todo en el mítico Monterey Pop Festival de 1967 y el memorable Woodstock de 1969. Estos dos festivales, pusieron sobre la mesa varios temas, además de situar en el mapa a bandas importantísimas que años después serían recordadas por su crujir melódico sobre el escenario (Hendrix, The Who, Joe Cocker, Santana, Joan Baez, The Grateful Dead, Janis Joplin, Jefferson Airplane y otras).

Sucedía entonces el Summer of Love, la concentración hippie, la revolución sexual, la masificación cultural, la ruptura ante la opresión, la libertad de pensamiento, el desenfreno, la repulsión contra la guerra de Vietnam, el discurso de la paz, el nacimiento de la contracultura. Pero lo más hermoso de todo, es que sucedía la música, ese corazón constante y alentador, que lograba reunir por primera vez a miles y miles de personas con un solo propósito: disfrutar del deschongue sonoro.




Hoy por hoy, los festivales han ido desencantándose de posturas políticas y sociales; y reflejan, en el mayor de los casos, una apatía explícita por el caos y un apetito por la masificación comercial en la industria de la música. Es decir, el negocio. Aún así, continúan reuniendo –a veces hasta por diez días–, a miles y miles de personas de manera gratuita o pagada. Los hay de todo tipo, género y presupuesto: Glastonbury, Leeds, Coachella, Lollapalooza, Sziget, T in the Park, Iceland Airwaves, Falls Music, SXSW, Primavera Sound, Sónar, Ultra Music, Hellfest, Download, FIB, JazzFest, Pinkpop, Montreux Jazz, Roskilde, Bonnaroo, Sonorama, Fuji Rock, Rock en Seine, Super Rock, Tomorrowland, Creamfields, Pepsi Music, Quilmes Rock, Maquinaria, Rock in Rio, Imperial, Vive Latino, Corona Capital y la lista se extiende a todos los confines del planeta; inclusive a Colombia, un país dolido por la guerra y que realiza el mayor concierto gratuito de toda América Latina: Rock al Parque. Una belleza de ejemplo.


Alguien preguntará, “¿y los conciertos en Guatemala?“

Le respondo sin el mayor afecto: “Los festivales que se hacen acá no dan la talla, ni para hablar al respecto”. Pero bueno, sumidos en ese convencionalismo parco de organizar festivales “poco atractivos” y bastante tediosos como los que se organizan; ha pasado algo bastante interesante, que ha sido aceptar e interactuar con el panorama de la música local (ya que no hay presupuesto para festivales masivos con artistas internacionales, o talvez sí, pero no el interés ni la intención).

Todo esto, permite que algunos “soñadores” logren su cometido: Festivales dignos, con el mejor abanico de la música actual, pero sobre todas las cosas, festivales hechos con el corazón y con la intención de apoyar al artista local; intentando unificar las artes visuales con la música y otras disciplinas. Algunos ejemplos: Manifestarte, Rock Bajo El Arco, ZOM, SMA, Grungefest y la lista se nos queda corta. Estos intentos por establecer conexiones latentes y perennes, ha llevado a varios músicos y organizadores, a experimentar con festivales intimistas poco ambiciosos, sobre todo meritorios. Muy meritorios.

Cuando escribo esto, pienso en Festival Eucalipto. Una celebración a la música despojada de lo tradicional, que sin ningún patrocinio ni apoyo de instituciones “pesadas”, ha logrado consolidar a un grupo de melómanos concientes de nuestra realidad musical y de nuestra industria productora desde hace más de seis años.

Entre la lista de músicos participantes del festival –a través de sus distintas presentaciones, ya que ha variado en formato y locación–, se encuentra un buen listado de músicos del panorama actual: Dubvolution, Ishto Juevez, El Gordo, Pat’za, Alex Hentze, Señor Juan, Tiananmen, Cósmica, Woodser, FRAAEK, Los Remolacha Beats, Two Miles From Shore, Dubby Dub Selector, Xb’alanke, Naik Madera, Madam Fun Too, Satélite, entre otros.





En su edición de este año, el festival incluye la participación de: Yvan Joint, Dr. Tripass, MOZ y MnCve; cuatro propuestas distintas para darle énfasis a la diversidad del festival. Así que ya saben. Dense la vuelta por la Alianza Francesa y celebremos la música juntos. La cita es mañana sábado a partir de las 7 de la noche. No hay excusa.


NOTA FINAL: He ido a muy pocos festivales (internacionales). Me gusta más la idea de ir a escuchar una banda en específico, aunque pensándolo bien, podría hacer un listado de diez bandas que me gustaría ver en un un solo festival al aire libre. Estas serían las bandas:


Björk
Leonard Cohen
Apparat
James Blake
The Flaming Lips
Arcade Fire
The National
Arctic Monkeys
The Strokes
Radiohead


Hagan su lista y soñemos juntos.




Columna quincenal publicada en Esquisses.

viernes, 20 de septiembre de 2013

ASÍNOSEDIBUJA: Dibujos para todos


Asínosedibuja es una idea que confirma una sola cosa: La ocurrencia.

Desde la primera vez que vi los dibujos hechos por Mario González, el genio detrás de este fabuloso proyecto, pensé que a los creativos hay que regalarles dos cosas para que sean felices: papel y lápiz. Bueno, también cerveza. Todo esto confirma que el éxito se reduce a la idea, a la chispa, al ingenio.

Basta con ver algunos de sus dibujos para entender que no hay que complicarse tanto después de una idea creativa. Como bien lo sentencia en su página de Facebook: "Asi no se dice, asi no se escribe, asi no se dibuja, pero asi se entiende". El personaje principal en todas las historias es el trazo mismo. Qué mejor que eso. Bromas sinceras, retóricas cotidianas, ocurrencias idiomáticas de arte finalista, trazos espontáneos, bocetos de una historia que sólo puede ser contada por un chapín –doblesentidista y comúnhablante–, que en el fondo, muy en el fondo, lo único que quiere es contagiar la risa en ideas breves, concisas y sin complicaciones. Humor apto para todo público.




En cada dibujo hay chiste, agudeza, razonamiento, gracia y hasta ternura. No hay nada de enciclopedismos antropológicos, posturas intelectuales o doctrinas excluyentes que promulguen el "afamado espacio de los elegidos". Sino todo lo contrario: Un marcador negro sobre fondo blanco, ¡y listo! De seguro la idea surgió después de una reunión de pendientes en la agencia, o peloteando campañas al final de un largo día de píxeles, cigarros, clientes, café y photoshop.




Sea como sea, me siento enormemente feliz de haber conocido al "patojo chispudo" detrás de esta fabulosa idea; además, que me haya regalado un header para mi otro blog (acá). Y lo mejor de todo: con la colochera bien puesta.




Larga vida al trazo. Que no paren los cuentazos de tinta.




PÁGINA WEB: www.asinosedibuja.com
EN FACEBOOK: www.facebook.com/pages/asinosedibuja/201841786547922

viernes, 13 de septiembre de 2013

CARIBOU, DAPHNI, MANITOBA: El nombre es lo de menos



Supongo que Daniel Snaith –más conocido como Caribou, Manitoba y recientemente como Daphni– ha de ser uno de esos melómanos a quienes les encanta coleccionar texturas sonoras, instrumentos exóticos y viajar a través de cualquier harmonía posible. Toda su música es una radiografía minuciosa de la movida electrónica de la última década, y lo mejor de todo, de la manera más humilde y silenciosa. Lounge, acid jazz, downtempo, drum & bass, nu jazz, chill out y deep house es algo de lo que se esconde en el fondo de sus seis discos. Toda una exploración a través de patrones de percusión y una amplificación de capas de sonido que se repiten constantemente como delirios hipersensibles, juguetones y salvajes.

Algo así como meter en un blender literario a Pessoa y todos sus heterónimos, añadirle una pizca de Joyce, Breton y Guattari para darle cuerpo; y por último, para agregarle sazón y buqué, espolvorearle lo mejor de la literatura estadounidense de mitad del siglo pasado o decorar con lazcas de la literatura rusa más decadente para añadir textura.

De todo esto se obtendrá un producto deliciosamente sensible muy parecido a toda la música de este canadiense de 35 años, a quien la sale la música muy fácil de la manga. Un universo de sonidos que conviene escuchar una y otra vez hasta el cansancio. Una música estrechamente ligada con “el viaje” introspectivo, que es mejor estudiarla por partes; si no, empieza el vértigo y la sudoración incontenible.

Lo ideal –como lo he pensado hacer últimamente, sobre todo en estos días de lluvia intensa–, sería recostarse en muchos, muchísimos cojines, a disfrutar de los encantos sonoros que emanan de las bocinas y separar cada sesión por cada uno de los seudónimos de Daniel; y atreverse, como quien acepta que hay genios que nacieron para lo suyo, a decir que el nombre es lo que menos importa después de todo.


Pero bueno, empecemos por Manitoba (2000–2003), que sugiere una exploración por el drum & bass melódico y el acid jazz elegante. Los dos discos: Start breaking my Heart y Up in flames, juguetean con el ambient jazz más efusivo, matemático y anacrónico. Los mejores ejemplos están en “Mammals vs. Reptiles”, “Paul's Birthday, “Hendrix with KO” y “Twins”. En el resto de pistas, hay mucha furia sonora, wallofsound, shoegaze y facilidad para entablar diálogos con la locura. De los dos discos me quedo con el primero. Definitivamente es más “básico” y permite ver a un Daniel más honesto, jovial y explorativo. Haberlo visto tocar en vivo por estos años, me imagino que tuvo que haber sido una experiencia impactante y asombrosa, muy distinta a la del año pasado en su gira por México, Estados Unidos y Europa con Radiohead.

Por momentos me recuerda a Jazzanova, St Germain, Tosca y todo ese nu jazz suculento de finales de los noventa. El segundo disco, es, quizá, un preámbulo de lo que hizo más adelante. Mis favoritas de esta primer etapa son: “Schedules & Fares” y “Paul's Birthday”, con bases rítmicas persistentes y sordinas delicadas.

Así, nos vamos directo a la segunda etapa, bajo el nombre de Caribou (2003–2012), con la que explora muchísimo más la insistente sicodelia y la decoloración sonora, producida por guitarras, baterías y percusiones delirantes que claramente son apreciadas en vivo. De los tres discos (The Milk of Human Kindness, Andorra y Swim), el primero es el más explosivo. Los dos últimos son ya, la producción más experta y pesada que un músico puede lograr con un buen equipo, software y muchas horas de trabajo. Hay mucha narrativa, mucha introspección, mucho esbozo pulido hasta la saciedad. Se puede percibir que hay largas jornadas de creación y entendimiento de las texturas y/o decibeles.

Su disco The Milk of Human Kindness, del 2005, es elegante y sinfónico. Sutil como ninguno de los otros discos y explicativo a través de percusiones volátiles y autónomas, herencia del drum & bass de los noventa (Aphex Twin y Four Tet), pero también redundante por su excesivo uso de batería y sonidos viejos (Beach Boys y The Kinks). El mejor ejemplo: “Yeti”, “Brahminy Kite” y “Barnowl”. Tres joyas que se van inflando con el transcurrir de los minutos y que terminan por persuadir al tiempo.


Por otro lado, Andorra, del 2007, es una exquisitez sicodélica llena de aristas folk, que se mimetizan entre la electrónica y la experimentación más ácida. Ojo, cuando digo “ácida”, no sólo me refiero al LSD, sino también a los sicotrópicos, sicoanalépticos, sicoactivos, enteógenos, disociativos, disocirecreativos, onirógenos, empatógenos, alucinógenos y toditos sus etcéteras.

Es decir, el disco es un zumbido capaz de penetrar el oído más difícil y perpetuar sus diversos efectos hasta lograr su acometido. De seguro, a nuestros queridísimos Huxley, Hofmann y Leary les hubiera encantado escucharlo. Hubieran suspirado, bailado y pataleado al ritmo de toda su instrumentación exquisita.

No hay ninguna canción que produzca ese efecto contrario a la felicidad. Desde la memorable “Melody Day” hasta las hipnóticas “Sundialing” e “Irene”; son la resultante de un complejo, pero armonioso manojo de notas, efectos, coros y rolercoster anímico a través de todas sus capas de sonido. A mí criterio, un disco que habría que revisitar constantemente junto al ‘reseñablísimo’ Swim, del 2010, que con sus sonidos perpetuados y aritméticos de un retro sesentero-setentero, hilvana un género que ya Stereolab o The Animal Collective habían acuñado a principios de la década: la indielectrónica. Casi rozando el indiepop más onírico y ecléctico.

Mis favoritas de este último disco son: “Odessa”, “Sun”, “Bowls”, “Found out”. Bueno, mejor decir casi todas, ya que el disco completo es un pastelito sonoro que poco a poco he acuñado a los momentos más felices de mi historia con la música. Algo muy parecido a lo que me pasa con LCD Soundsystem, The Rapture o Friendly Fires.


Sin lugar a dudas, Swim y Andorra, son los discos que más se conocen de Daniel y los que sin mayor preámbulo, lo han catapultado al círculo de los elegidos. Por allí transitan Björk, Moby, Apparat, Autechre, Yorke, Holden y otros.



Por último, y no por menos, está la tercer etapa bajo el seudónimo de Daphni (2012–actualidad), que con el disco Jiaolong, de finales del año pasado, hace un viaje al epicentro de la electrónica a través de la exploración más oscura y distorsionada del dance; muy lejos de lo que hace regularmente bajo Caribou. Acá, el sonido es más profundo, de una sensibilidad extremista, casi espacial y oscura como un agujero negro. Es house, es edm, es techno, es cualquier cosa. Como les decía al inicio de esta nota: “el nombre es lo de menos”. En este disco, cada pista es una condensación de sonidos, que de alguna extraña manera confabulan para hacer un solo track, es decir: un set. Me imagino que esto lo sabrán los Dj’s, que con sus largos y armoniosos sets, proponen una estadía placentera y vertiginosa sobre la pista. De seguro, mientras Daniel no estaba abriendo conciertos para Radiohead o haciendo música con Four Tet, estuvo tocando una y otra vez por cuanto club encontrara en Europa o Estados Unidos.

De esta inmersión en la música club, surge esta delicia de disco. Un imprescindible para que aquellos que disfrutaron The Inheritors de James Holden o Immunity de Jon Hopkins, ya que su mismo nombre nos predice el viaje hacia las profundidades del sonido (Jialong, es un submarino chino que rompió récord de inmersión al llegar a siete mil metros de profundidad durante el 2012).

Una verdadera joya para quien esté buscando algo verdaderamente “nuevo”, fuera de los últimos discursos que propone la electrónica comercial y la música retro de club, la que ensaya y explora sonidos viejos (Daft Punk, Pet Shop Boys, Hot Chip, OK Go, New Order). Hace una semana, por ejemplo, estuve en el concierto de The Crystal Method, y me pareció que la música electrónica (la de club, digo, la popular), se aleja cada vez más del estándar de “lo comercial”. TCM tocó por más de tres horas un set que parecía una cátedra sobre música electrónica, pero no un concierto. ¿Me explico?

Ya sabemos que el futuro de la música está en la experimentación con sintetizadores, osciladores, drum machines y equipos caseros que incoroporan sonidos viejos y altuistras; pero este disco, el de Daniel, supera las expectativas dentro de la abundante creación de los últimos años en la electrónica. Ya Reznor, Yorke y el mismo Murphy lo han afirmado en sus colaboraciones y últimos trabajos.

El futuro es este, no hay marcha atrás.

Sin embargo, en este disco las pistas se contraponen y generan otra propuesta. Es muchas cosas al mismo tiempo: Música de video juego (Atari, especialmente), de club a altas horas de la madrugada, afrobeat mixeado, deephouse rudo, funk setentero, tornamesa expuesta, breakbeat, desorden, compulsión, profundidad, desenfreno.

Mis favoritas son: “Long”, “Yes I know”, “Ye Ye” y “Ahora”.

Así que ya saben, si quieren escuchar algo para bailar, viajar y mantener al oído/cuerpo estimulado por casi cincuenta minutos, este es el disco. Es el indicado para adentrarse en el universo de este canadiense, e interrumpir el vasto peso del tiempo, que todo lo consume y atesora en el silencio, que también es ritmo.



Columna quincenal publicada en Esquisses.