viernes, 25 de octubre de 2013

SOMA: Un viaje musical

"..there is always soma, delicious soma, half a gramme for a half-holiday,
a gramme for a week-end, two grammes for a trip to the gorgeous East,
three for a dark eternity on the moon...”
Brave New World, Aldous Huxley



De nada sirve ir a tomarse unos tragos a un bar, abarrotado de música, y sorprenderte haciendo comentarios como: «Yo pondría mejor música», «Mirá, acá está mi iPod» ó «¡Qué hueva esa mierda!». Digo, para qué ir a un bar, si en el fondo no te sentís cómodo y estimulado por el ingrediente sonoro que te dosifican con cada cerveza o coctelito, y que además, pagás de buena gana. O a lo mejor, vos sos de lxs que tienen “cuello” y te ponen una que otra canción, o en el mejor de los casos, el playlist enterito. También pasa, que si hacés una petición o sugerís algo, te mandan de inmediato a la chingada. Y el bartender, irónico y caradura, te dice que su bar no es estación de radio. Entonces vos entendés. Tiene razón el tipo. Y después de meditarlo varias veces, decidís no ponerle mucha atención a la música. Pero, «¿cómo no ponerle atención a la música?». Eso no es de Dios. Yo no puedo. La música es mi cuadrilátero. Mi estrella. Mi mosh.

La mayoría de las veces que salgo de purrún, quiero estimularme con un buen listado de canciones. Un poco de esto, un poco de aquello. Sin embargo, las opciones se agotan cuando pienso en “un buen bar”. Hablo de un bar decente y fulguroso. Under pero no tanto. Cómodo pero no hippie. Selecto pero no tan caro. Barato pero higiénico. Alternativo pero no muco. Ustedes me entienden. Las opciones se reducen y nos quedan dos o tres, que son los que regularmente frecuentamos. A mí me pasa todo el tiempo.


Muy pocas veces me he sentido en casa, digamos, considerando todas las posibilidades que mencionaba anteriormente. Sí, hablo de sentirse cómodo, a secas. Feliz y consentido. Tranquilo y elocuente. Me pasaba en los desaparecidos London Pub, El Costumbro, Tercera Luna, Monachos y Lírica. También mencionaría a Rattle ‘n’ Hum y El Establo, pero ahora son otra cosa. De los que aún sobreviven, me siento cómodo en el eterno Esperanto, que me recibe con la mejor michelada de Guate. Y también, por qué no, en la excesiva La Maga (cuando la turbulencia etílica es considerable y no hay furia de madrugadas salvajes).

De lo contrario, no acostumbro ir a lugares donde sé que la música es una porquería, un chirmol, una rocola vomitada con lo mejor del heavy metal ochentero ó con el pop rock sodomita de los noventas. Igual me pasa con la cumbia. No me gusta para nada su fatídico ritmito. Prefiero aquellas temporadas frenéticas en The Box o Corto Circuito, donde me la pasaba zumbando como avispa electrónica sobre la pista y los lásers.





Después de todo esto, no he encontrado ningún lugar donde realmente me sienta cómodo. Eso, hasta hace un par de meses. El lugarcito se llama SOMA. Sí, como la droga de Aldous Huxley, esa de la felicidad tan necesaria. El lugar, está muy bien ambientado, lleno de pósters musicales con lo mejorcito de todo: Pixies, The Clash, Nirvana, Joy Division, Death Cab for Cutie, Björk, Morrissey, Iggy Pop, Hendrix, Joplin, Beatles, etcétera, etcétera, etcétera. Dos salitas que le dan un toque bastante relajado y un puño de mesas, todas altas, que le dan un toque industrial pero sofisticado. La barra, considerablemente grande, y una lista de bebidas que van desde cervezas hasta cocteles preparados. Los precios, nada mal. Y para rematar, justo detrás de las botellas, la imagen del tatascán de la poesía: Bob Dylan, impreso en un mural tan singular como ninguno, al lado de imágenes de Syd Barreth y otros elementos de diseño, incluyendo un mural de Leke, más conocido en el ámbito de la música como Aerofustán. Por si fuera poco, el lugar cuenta con un escenario pequeño y discreto, en el que han circulado músicos como Dubvolution, Dr. Tripass, Imox, Perro con Alas, Dubby Dub, Two Miles from Shore, DJ Fla-KO y otros.

Se los recomiendo. Es un joyita perfectamente diseñada para el viaje. El viaje sonoro. El viaje anímico. El viaje circunstancial. Todo melómano tiene que probar SOMA. Es un deleite como pocos. Además, el bar cuenta con un sótano que funciona como galería de arte, en el que se expone arte guatemalteco. Lo más fresco, lo más innovador, lo más actual. El espacio se llama S1, y promete mucho. Sin lugar a dudas, una propuesta que conjuga arte, música y relax. Ya faltaba un bar así. Un oasis. Un faro en medio de toda la turbulencia del centro histórico.


Vayan, visítenlo. Regularmente hay sesiones de música, como la de este sábado, en la que el post punk y el new wave serán el plato fuerte. Una nochecita para escuchar The Clash, The Smiths, David Bowie, Joy Division, Psychedelic Furs, Flock of Seagulls, Patti Smith, Ramones, Sex Pistols, The Cure y una lista interminable de sorpresas, que Carlos Salázar, melómano empedernido y dueño del bar, tiene preparado para el deschongue sonoro. Por allá nos vemos. Saltando como Johnny Rotten o Joe Strummer. Yeah.

SOMA, centro cultural
11 calle 4-27, zona 1
Horario: 5pm – 1am
Fanpage: https://www.facebook.com/SomaBarGt


Columna quincenal publicada en Esquisses.

martes, 22 de octubre de 2013

QUERIDA FAMILIA, no me abandones


Exposición: Querida Familia
Participantes: Alejandro Marré, Álvaro Sánchez, Alejandro Azurdia, Andrea Mármol, Ana Lucía Cofiño, César Moncrieff, Erica Muralles Hazbun, Juan Pensamiento Velasco, Juan Pablo Canale, Lily Acevedo, María Alfaro, Muxxi, Manuel Regalado, Marilyn Boror, Mario Profundo y Quique Lee.
Curadoría: Alejandro Marré y artistas
Conversatorio: Miércoles 23 de octubre a las 19 horas


 

Dice Eduardo Galeano: «El televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas». Al escribir esto, la garganta se hace un nudo y pienso en la exposición Querida Familia, que está colgada en la galería de arte de la Alianza Francesa durante todo octubre. Ahí podrán encontrar muchos de los referentes, antropológicos y sociológicos, de lo que la familia –ése germen incipiente de toda sociedad– significa en estos tiempos de codependencia a las redes sociales, erradicación de las fronteras, masificación de la violencia, irradiación del lenguaje en todas sus variantes, carencia de reflexión y desvalorización de los rasgos oportunos, que todo grupo social ha incorporado y legitimizado para su buen funcionamiento. Entre otras cosas.

En sí, para ponernos prácticos, la muestra es un compendio que reúne pintura, video, diseño, grabado, instalación, intervención y mixmedia de la mejor manera. Muy profesional, muy bien montada, sí, y excelentemente diseñada a partir de la museografía que el lugar permite. Para no redundar mucho, es la convergencia mejor creada en una exposición de arte desde hace mucho tiempo. Esa es mi opinión, claro. Sólo el título sugiere un punto de partida, un estallido, un big bang de ideas, una página en blanco. Luego, a manera de catarsis colectiva, el texto de Juan Pensamiento (que inaugura la exposición) nos invita a la reflexión y al diálogo. Así, bajo el precepto del lenguaje aprendido, vamos cerrando círculos y abriendo otros. Rápidamente y viceversa.


Sólo falta con observar los afiches hechos para la muestra, otra genialidad del maravilloso Álvaro Sánchez, quien nos condensa el pasado y el futuro, reunidos en piezas singulares que representan certeza estilística a través del discurso gráfico.







Todo en esta exposición es familiar y cercano. Pura intimidad. Puro sentimiento. Nada que no encontremos en este mundo, en este país, en este territorio. Tibia caricia que nos protege del ruido lacerado del mundo exterior, ése que también nos pertenece, ése insulso y cotidiano abrigo, ésa otra familia. Cielo de otros infiernos. Abrazo protector. Salvavidas teórico. Guía de instrucciones prácticas para la vida, que es torpe y cansada, como todos los días en el trópico y su lluvia de odios.


Resta importancia aclarar que cada una de las obras opera a su antojo, de manera independiente. Es decir, a solas, en el contexto "familiar" de cada artista. También es inoportuno decir que todas confabulan, y pretenden, en el mejor de los casos, asociar el significado (familia) con cualquiera de los significantes (según la RAE: «1. Grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas. 2. Conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje. 3. Hijos o descendencia. 4. Conjunto de personas que tienen alguna condición, opinión o tendencia». Etcétera.)


Pero ya dicho esto, sólo queda abarrotar con recomendaciones a la susodicha. Invitarlos, pues, a que vayan a visitarla y reflexionen sobre su familia, la de ustedes, la de sangre, la adquirida. También sobre la otra. La olvidada, la ausente, la marginal, la guatemalteca, la de los informes desaparecidos, la de los huesos olvidados, la del tempestuoso dolor diario. La que no queremos ver, ésa, por más que queramos.

Lilly Acevedo

No se la pierdan. Mañana miércoles es el conversatorio y es buena oportunidad para inyectarse de arte contemporáneo. Además, para conversar y ponerle el dedo a los artistas. Digo, para que respondan a sus preguntas y les expliquen con manzanas. Ya que de nada servirá decirles que en la obra de Juan Pablo Canale encontrarán alucinación verídica. En la de Alejandro Marré, alivio y genio. En la de Álvaro Sánchez y Alejandro Azurdia, espesor y autopsia. En la de Andrea Mármol, un testimonio de identidades irrefutables. En la de Mario Profundo, técnica. En la de Quique Lee, tendencia. Y así, con cada una de las obras expuestas, encontrarán algo que los conecte con el arte actual de Guatemala.

O talvez sí, si sirva decir todo esto.
Juan Pablo Canale

Juan Pensamiento
Alejandro Marré

Y así, cuando menos lo imaginen, se sentirán parte de esta familia de artistas que promulgan reflexiones desde el arte. Sin duda alguna, una prueba de que la familia nunca nos abandona. Está ahí, de alguna extraña manera, aplicando ungüento para los vergazos constantes de la vida. Esos que duelen. Esos que otras veces incomodan.

miércoles, 16 de octubre de 2013

FE DE RATA


Hace algunos años, entre parafernalia escritural, radiación literaria y necesidad editorialista, muchos empezamos a abrir blogs. Me refiero al origen mismo de la palabra: weblog. Es decir, un diario, una bitácora en línea, una crónica, un retrato, una libreta de apuntes, que sin formalismos ni cursilerías miopes de sustancia, nos exhibía como autores. Digo autores, porque el término escritor, a muchos, nos parecía rimbombante y anticuado. Además de obsoleto.

En esos años no había Facebook, ni Twitter, y los pocos conocimientos para hacer libros en línea, eran casi nulos. Estoy hablando de hace diez años, casi. Tampoco habían editoriales interesadas en publicar obra de autores, que a precaución del término (decadentes o drogos o bolos), podrían significar un buen número de ventas en un país donde nadie lee, a excepción de los diarios, que son otra forma de literatura solapada y bendita. Para añadir, puedo decir que en ese tiempo sólo había una especie de resaca consumada, que nos dejaba frente al cadáver literario de revistas como Hasta Atrás, Supositorio, La ChalupaMonitorTaxi y algunas otras más; que en sus tiempos rindieron culto al periodismo y la literatura nacional.

Así, que abrir un blog, donde nadie te editara y cambiara el contenido, resultó realmente atractivo e interesante.

De todos estos blogs, me topé con el de Juan Pablo: FÉ DE RATA. Una joya contemporánea, que diseccionaba temas del momento, con humor y parodia exquisita, que sólo un ávido lector de la generación beat (Burroughs, Kerouac, Ginsberg) y el periodismo gonzo (Thompson, Bangs, O’Rourke) podría exponer. Poco a poco, el blog empezó a ganar lectores y críticos, para que después apareciera en los listados de blogs más leídos de Guatemala, compitiendo incluso, con un blog de futbol y otro de chistes. Esta comparación le ganó un público, curioso y sencillo, que tiempo después se convertiría en un lector fiel e irremediable. Así, todo el mundo empezó a hablar de sus notas ácidas, sus metáforas cargadas de cinismo, sus manifiestos decadentes, su crítica infalible y sus crónicas intimistas. Y a medida que los lectores fuimos recibiendo nuestra dosis de Racumín, uno a uno fuimos cayendo, en cuenta, de lo podrido que resulta vivir en este país, y que a pesar de toda la mierda que esquivamos a diario, era necesario reírse del horror. Desde el horror. Por el horror.

Todo esto, el queridísimo Juan Pablo nos lo explicó más de alguna vez en sus crónicas salvajes, delirantes, tiernas y humanistas. Y hoy, se reúnen como criptas litográficas, en un libro publicado por una transnacional. Qué lujo y qué dicha, ser testigo del golpe desde adentro. Muy al estilo de Gómez Carrillo. De Coupland. De Palahniuk. De Breat Easton Ellis. Que sin duda alguna, tanto nos gustan.


Sin más que añadir, celebro la tinta de Juan Pablo. La valiosa amistad. El cariño. Los tragos y las gomas. La música y el karaoke. Los vergazos sobre el teclado. La rabia y la furia poética que encuentro en sus textos, porque sin poesía, es cierto –y lo digo sin afán de retorizar–, todo lo que se escriba en un cuaderno o una computadora, se puede ir mil veces a la mierda. He dicho.

viernes, 11 de octubre de 2013

POLAROIDS MUSICALES: México


Si todo hubiera salido bien, esta columna la hubiera escrito en México, sentado en un café internet o detrás de una computadora prestada. No sé en qué momento, pero de seguro la habría escrito de resaca, hoy por la mañana, y con ese temblereque indómito que deja una bailada de un buen concierto. Mi editor de Esquisses, la hubiera recibido tarde, digamos, a eso de las once y media de la mañana. Tarde, sí, pero infalible y honesta. Así como deben de ser las cosas que uno ama. Al leerla, él y usted se hubieran quedado atónitos, enmudecidos, con una omnipresencia frustrada; dibujándoseles ahí, en las esquinas del rostro y los calendarios, una sonrisa llena de música y estruendo sonoro.

Entre envidias y asombro, mi editor me hubiera escrito, a través del chat de Facebook, que la publicaba después del medio día, sin falta. Luego hubiera agregado un emoticón, para rematar con un «…y hay me traés algo aunque sea, pues». Al respecto, Eme Jota, que en este mismo momento se estaría bronceando en la piscina del hotel, hubiera soltado una pequeña risita, de esas de que tanto me gustan. En ese momento, hubiéramos leído la columna juntos, y me habría dado cuenta, de que hablar de música es acomplejar la lectura. Lo mejor es sentirla. En cada trote de la vida o desde la naturaleza.

Por eso, estoy seguro que la hubiera escrito muy breve, así como los relatos de Chéjov que tanto me gustan. En ella no hubiera hablado de tacos. Tampoco del Zócalo o el Metro. Mucho menos de ruinas espaciales y catedrales futuristas. A lo mejor, eso sí, hubiera mencionado a los poetas y editores Yaxkin Melchy, Jocelyn Pantoja y René Morales; con quienes hoy por la noche, tendría una presentación de libros y lectura de poemas inéditos. Al regresar a la columna, hubiera escrito, por ejemplo: «El fulgor con el que la nueva poesía mexicana, se entrelaza con la música y el amor, es fascinante». También hubiera utilizado frases como «la profundidad sonora con la que Thom Yorke interviene cada acorde del bajo de Flea» o «el idm parece haberle robado algo a las estrellas» o «James Holden es el nuevo astronauta de la música electrónica», hablando estríctamente del concierto de anoche.

Así, en menos de dos mil caracteres, hubiera disimulado mi odio y mi rabia por no haber viajado a México hace una semana. Por último, hubiera recomendado tres discos nuevos: Innocents de Moby, Right Thoughts, Right Words, Right Action de Franz Ferdinand y AM de Arctic Monkeys. Luego, para concluir, hubiera puesto algún enlace o alguna fotografía desde el Bosque de Chapultepec, para después marcar un renglón doble.

Y en la última línea, justo debajo del espacio en blanco, me hubiera despedido con un «¡Qué viva la música!», citando a Andrés Caicedo que tanto me gusta.



Columna quincenal publicada en Esquisses.