viernes, 31 de enero de 2014

POLAROIDS MUSICALES: Tres joyas pal calorcito

Columna quincenal publicada en Esquisses.
Viernes 31 de enero del 2014.
Reeditada




ALEX HENTZE:
ELECTRÓNICA DE UN GENIO

Conozco a dos genios de la música guatemalteca: Joaquín Orellana y Alex Hentze. El primero, es un señorón tremendo lleno de mística, carisma y talento. Una especie de galaxia musical infinita que verborrea sinalefas y bemoles a su antojo. Joaquín, ese faro o «El Maestro», ha transfigurado la música en hermosas unidades de conocimiento, y eso, es solo una minúscula parte de su genialidad y poética añadida. Además, le encanta el tango (la composición sin fronteras), la instrumentación (compulsión obsesiva perfeccionista) y la literatura argentina (Sábato, Arlt, Borges).

El segundo es Alex. Así nomás. Sin mucha presentación, y no por menos.

Su música es el Samsara de la electrónica guatemalteca. Una especie de estallido armónico, milimétrico y contemplativo; que en sus dos discos («Photon Belt», 2011 y «Simetría de sosiego», 2011) nos lo deja muy claro, como nadie lo había hecho en la producción electrónica de la escena regional centroamericana, de por lo menos: TODA LA HISTORIA DE LA MÚSICA ELECTRÓNICA CENTROAMERICANA.

Pero bueno, mejor hablemos de su música.

Cada una de estas veintisiete pistas (dos discos) son el retrato de una contracción musical (corazón = sensibilidad) que nos lleva de la mano desde la melancolía más intrínseca (soledad) hasta la euforia más visceral y espontánea (fiesta). Todo en su música es una matemática de orígenes y pulsiones sensoriales. Una abstracción muy al estilo de Tycho, Gas o Bibio, pero a su manera. Su música está diseñada para un viaje profundo. Hablo de un viaje introspectivo (cama–audífonos) hasta un viaje colectivo (escenario–muchedumbre) o cualquier  viaje que quieran “darse”, pero mejor si se lo dan con: Ayahuasca, Vibrant sun, El ánima confusa, Planing, Bokeh Smile, I don’t care, Watercolors, Young again y sobre todo Bolero).
La cosa, es que nada en Alex, digo, en su música, es para menospreciar lo electrónico y lo salvajemente construido desde la intimidad del software. Por eso disfruten su genio y su humildad, quiero decir, su encanto sonoro. Al final de todas las interpretaciones y premisas, Alex, sin tanta “paja”, es un regalo sonoro del que hay que regocijarse, “tripear”, y del que hay que enrolarse en una estimulación sónica, delicada y profunda. Un avant-garde para este territorio tropical. Un lujo de fineza. Y siempre, claro, algo más… porque su música es un círculo que no termina nunca. Qué dicha.

BONUS: Por cierto, Alex está en Guatemala y se presentará en el SMA 2014 (esa semana tan querida y esperada que organiza CubeRec desde hace algunos años). Además, toca con HOKUSAI, FRAAEK y MOZ, tres proyectos a los que no hay que perderles la pista.



CHROMATICS:
SINTETIZADORES PARA LA MELANCOLÍA


Chromatics es una de esas bandas que no muchos conocemos, pero que resultan reventar, en cada disco, una especie de sorpresa inesperada y llena de cúspides envolventes. Sus primeros dos discos están llenos de un punk brusco, pero en sus dos siguientes discos (pura sospecha) han encontrado una fórmula mucho más digerible: Hot Chip, Dido, The xx.

«Kill for love» del 2012, nos remite a un synthpop nada complicado. Eso sí, hilvanado con una musculatura de Bauhaus, New Order y Alphaville para ponernos honestos, quiero decir, obvios. Desde las primeras canciones uno se da cuenta (Back from the grave, The page, Lady y These streets will never look the same). La voz, siempre sutil y glamorosa (tipo pasarela) o con efectos, pero que apunta al lado lumínico de los acordes más oscuros de la querida Siouxsie Sioux, y también, porque no, a Ida No. Pero bueno, cuando se escucha con filin, todo lo demás es puro deleite, pura melancolía disfrazada de felicidad ridícula. Y no es para menos, al contrario, cada armonía está inflada en dulzura y sutileza. Muy a lo Wild Nothing o Phoenix, pero sin ese eco mediático que arruina ciertas cosas.

En sí, «Kill for love» y sus diecisiete rolas está hecho para un viaje semicorto, algo livianito pero con calorcito. Aclarando: música para carretera en la que el paisaje no interfiere con los beats, pero tampoco –y en esto sí soy testarudo–, la música es todo el viaje. Pero se disfruta.



KURT VILE:
UN RECUERDITO FOLK Y HIPPIE

Con un puñado de discos en solitario, y un par de trabajos más con su banda The War of Drugs, Kurt Vile presentó su disco «Wakin on a pretty daze» el año pasado y no estuvo nada mal. Nadita mal.

Desde su lanzamiento, el disquito resultó algo curiosamente bien hecho. Digo, atreverse a hacer folk a estas alturas, y que además, tenga muchos parentescos a Bob Dylan, Neil Young o hasta Elliott Smith, merece muchísimo coraje, rigor, rabia, furia y respeto. Sobre todo en una era dominada por la producción casera–electrónica, donde la música se entusiasma por una minimilazación de los recursos, los beats, la armonía y la retórica escrita. El mejor ejemplo es «Random Access Memories» de ya sabemos quienes. Pero bueno, acá Kurt Vile se luce con letras claras y sonidos nada constipados de osadía. Quiero decir, es un disco tipo Bruce Springsteen pero aún así, más folketo y trazado en una ideografía de historia no tan Lou Reed. No por eso malo, al contrario, estas once rolas largas amarran un disco que “se suelta” de a poquitos (sobre todo en la primera mitad) y que después van delirando por la carencia de contexto.

Por eso vale la pena meterlo al pleylist y dejarlo fluir. Se los digo en serio. Es un disco suavecito. Rico. Bien ambientado. Por momentos cae, se hunde en depresión pero se levanta; y en su incandescencia por almacenar letras honestas y acordes discretos, todo va haciendo sentido mientras avanza poco a poco. En sí, es un disco para escucharlo de corrido. Me refiero a un viaje corto. Algo que no requiera mucho esfuerzo.

Es bonita cosa, pero no tanto y tampoco tan poco. Quiero decir, un buen estímulo, una buena calada de cigarro y listo, ya acabó. Perfecto para correr en la colonia o en el condominio. Porque esa Filadelfia, la de Kurt Vile, es una burbuja amurallada que poco a poco se encierra y no llega a los suburbios de Arcade Fire, por ejemplo; para ser más obvio y honesto.

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