jueves, 19 de enero de 2012

POR AQUELLO de la ciclovía

Columna publicada en Diario de Centro América y en libro SPAM (2012, 2013).
Jueves 19 de enero del 2012.
Reeditada.


Foto: Bicicleta californiana
No sé ustedes, pero hasta hace más de un mes, no tomaba el timón de una bicicleta para recorrer la ciudad con el frenesí con que nos conducíamos de güiros, a cualquier hora, sobre las calles del barrio o el condominio; mientras sentíamos el viento golpear nuestros sueños, nuestras tibias inocencias, nuestras vacaciones eternas, nuestras tardes sin cuadernos. Ya los tiempos son otros. Todo o mucho ha cambiado. Hasta las cicles son otras y se han mudado a una realidad mucho más esquemática y menos espontánea. Ahora es muy fácil encontrarlas de todo tipo, con llantas anchas, con amortiguadores dobles, triples, cuádruples, con fundas de cuero importado, con asientos ligeros, con colores antialérgicos, con materiales que antes ni siquiera imaginábamos.

Tiempo atrás, quizá, la belleza radicaba en lo simple. Allí dormía su furia poética y su lenguaje melancólico.

En mi caso, aún conservo recuerdos de la californiana verde de mi hermana, que con sus rayos cromados, el clásico freno coaster en la llanta trasera y su libre facilidad al conducirla, me provocaba secuestrársela cada vez que me fuera posible. Es decir, casi todo el tiempo. Y cuando lo hacía, me sentía un rey sobre las aceras de la colonia. No podía bajarme de ella. Me sentía invencible. Potente. Agigantado. En esos años, el hastío era algo que no existía en nuestros corazones y la desesperanza era algo que no se encontraba fácilmente en la ciudad. La inocencia de andar disparando frenéticos pedalazos era una obligación a priori.

Todo esto, supongo, hizo que me decidiera en montar una bici el día que desperté en la casa de mis padres después de una reunión de familia. El impulso, me tomó por sorpresa una mañana de diciembre pasado, durante las fiestas de fin de año. El motivo: El tráfico pesado por todo el rollo de las ventas navideñas. En fin, para hacerles corto el cuento: Desperté feliz, más sonriente que los de aquél restaurante de comida rápida. Quise ir a comprar unos regalos. Encendí el carro. Conduje hacia el centro comercial. Imposible. No se movían los autos. Regresé a la casa. Vi una bici en el patio. La tomé prestada. Salí a recorrer las calles que de niño recorrí con vehemencia.

Por un momento sentí que desde una bicicleta se pueden observar muchas cosas, quizá, como la vida pasa con sus devaluaciones y sus asesinatos diarios. Por otro lado sentí, que con la sencillez que una bicicleta conlleva, no es tan obvio que te asalten. Pero no. Cuando regresé de mis compras, aún habiéndole advertido al policía que me la cuidara, la bicicleta había desaparecido. Y con ella, todas mis ganas de recorrerla en la futura ciclovía.


"Por lo menos no fue su carro", me dijo conformista una señora.

Yo respiré aliviado, pero como lagranputa.

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