viernes, 20 de diciembre de 2013

CRÓNICA NAVIDEÑA

 Regreso de Quetzaltenango, esa ciudad impregnada de «un-no-sé-qué» nostálgico. Esa algarabía de poetas y rocolas y calles y recuerdos. Regreso, sí, puntual y precavido. Quiero decir, antes de la hora del tráfico, esa de los bulevares agrietados por la desesperación y la prisa endemoniada de diciembre. Esa hora que no perdona. Y desespera. Y malhumora.

Regreso a Guatemala. Voy bajando por San Lucas y el mirador me contagia de «un-no-sé-qué» fatídico. Quiero volver, esconderme bajo el manto de la tranquilidad de Xela, Antigua o Sipacate. Quiero olvidar que esta ciudad existe, con sus calles y sus dolores, con sus policías de tránsito y sus semáforos eternos. Quiero sentir que la rabia de su gris imperante no existe. Pero no hay vuelta atrás: Voy bajando por la autopista, directo a la boca del lobo de esta ciudad espeluznante. Este agujero negro. Este deterioro constante.

Llego a Mixco. Me decido por bajar San Cristóbal y evitar la Roosevelt. Lo hago a prisa. Soy bueno tomando atajos, debería ser taxista. Tengo buena música, paciencia y conversación, «casaca» que le dicen. Esquivo algunos centros comerciales y llego en poco tiempo a zona diez. Me estaciono. Tengo sed. No quiero manejar más. Conduje varias horas, y las rodillas, me están pasando factura. ¿Los años? No lo sé, pero me duele el cuerpo y un poco la cabeza.

Abro la puerta, me estiro un poco y respiro un poco de aire frío. Luego me recuesto en el asiento del carro y pienso que en algún rincón de esta ciudad hay un desesperado, sí, un caradura hinchado en bocinas e insultos. Quiero quedarme aquí, en este silencio necesario. No le quiero ver la cara a ese tipo, a ese Gremlin despiadado, que ya se multiplicó por diez; y ahora, en todas las avenidas de la ciudad, se multiplicpo por veinte y treinta y cincuenta. No me los quiero encontrar en la calle, ni quiero hilvanar odios con su prepotencia y su rabia. Quiero paz. Quiero tranquilidad. Quiero descanso.

Así permanezco unos minutos, arrinconado en la tranquilidad del carro. Esta burbuja. Este búnker.

Después de un rato, Eme Jota me dice que vayamos por unos regalos, luego no tendremos tiempo. Es cierto. Le digo que me espere un poco, y bebo agua. «Es acá cerca», me dice. Acepto, con la condición de que ella conduzca. Me siento al copiloto y veo carros de todos colores. El semáforo está detenido. Quiero desvanecerme otra vez. Desaparecer, en todo caso.


Llegamos al centro comercial y compramos algunas cosas. Lo bueno, es que no hay mucha gente, la mayoría de zombis andan en otros centros comerciales, digo, los de moda, los cool, los más monstruosos. En este aún se puede respirar, así que me apresuro a ver tiendas, pero creo que soy malísimo encontrando regalos. Perdí algo de asombro, y de destreza, en este asunto del shopin. Me desespero, pierdo la paciencia, salgo de las tiendas con poca esperanza y rutina. Al final, damos unas vueltas por las vitrinas, y los zombis navideños nos alcanzan. Casi nos devoran, pero salimos ilesos. Al menos eso parece. Al menos hoy.

Al otro día, detenido por la singracia de un Emetro, se acerca un chico y me apunta con su pistola y me insiste en que le de el celular. «Es un frijolito», le repito varias veces. Él insiste. Le digo que no le darán nada por el aparato. Es cierto. Se da cuenta y cambia de ventana al carro de la par. Dos motoristas lo insultan, se pone nervioso y desaparece, como si nada, tras el vaho triste de la noche. Regreso a casa, triste y anémico. Me hundo en la lectura. Me olvido que es diciembre, y de la necedad constante de los regalos y los compromisos. Un sentimiento zen me invade. Duermo feliz.

Al otro día pasan las horas y no quiero salir a la calle. Un pavor me inunda. Puedo imaginar la telaraña nefasta atrapándome. Y el monstruo, ese que no perdona nada, el navideño, devorándome de a poquitos. Pero no tengo regalos, así que salgo dar una vuelta. Imposible. El tráfico está insoportable y todo se me nubla frente a las vitrinas. Quiero largarme. Sí. Escapar al mar, al silencio de un retiro budista, a la profundidad de un bosque nuboso, a la simplicidad de una vida sin tarjetas de crédito y deudas de inicio de año. Quiero desvanecerme en el abrazo de mi familia, olvidarme del estruendo de los cuetes y del sabor redundante de los convivios y sus resacas.

Quiero pensar que Santa Clos sí existe, y que el amor, ese elemento imprescindible, es el único regalo que puedo darle al mundo. No dinero. No lujos. No vales. No pertenencias. Porque todo, todotodo, puede desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.

Y la vida, en todo caso, es una vena abierta para inyectarla de ternura e instantes (...de felicidad, como decía Borges en aquel texto hermoso).

lunes, 9 de diciembre de 2013

POLAROIDS MUSICALES: Regina Celli

Columna quincenal publicada en Esquisses.
Viernes 6 de diciembre del 2013.
Reeditada



Apuntes sobre la música de cámara


El martes pasado, para aprovechar mi paso por la capital, fui a un concierto de violonchelos al Edificio Lux de la zona uno. El nombre del recital, invitaba a los sensibles oídos de música clásica: Cuarteto de violonchelos «Regina Celli», junto a un afiche que detallaba la carrera de lxs violonchelistas y una foto deliberada, rústica, honesta. Por otro lado, el texto evocaba al éxito de una presentación anterior, a la cual, claro, ni me había enterado. Así que ir suponía una alegría, y casi una obligación. En todo caso, nada mejor para un martes agitado por el tráfico de la época y el frío obstinado de fin de año.


Así, que sin pensarlo mucho, manejé rumbo al centro. Estacioné a unas cuadras del lugar y me encontré, por azar, con unos amigos que caminaban del otro lado de la calle. Conversamos por sobre los carros. Nos hicimos preguntas casuales. Nos respondimos. Nos despedimos en una esquina. Cada quien su rumbo.

La idea de caminar por la sexta me abrumaba un poco, así que la esquivé por completo y cambié de cuadra. Sólo el placer de escuchar música de amigxs a quienes respeto y admiro, me sugería una celebración «tipo convivio». Una especie de felicidad moderada, que poco a poco iba en aumento, es decir: «pasando de un Adagio a un Andante, de a un Allegro a un Presto», así, sucesivamente.

Me apresuré. Caminé dos cuadras más, y sin más preámbulo entré al Centro Cultural de España.

Después de un rato, hablé con una chica y recogí mi boleto. Como había llegado temprano, me dio tiempo de fumarme un cigarro afuera, y conversar con Yanira –gestora cultural y encargada del CCE– sobre proyectos para el próximo año. Después de una larga y amena plática, llegó la hora de entrar. Posteé algo en Facebook y me apresuré a entrar.

La fila estaba convulsionada, unas ochenta personas que se habían dado cita a la presentación gratuita. Pero supongo que «el cuello», o mi interés por la música, me llevaron a la primera fila. Desde ahí, podía ver los cuatro instrumentos, reposando en su afán melódico, y redondo, de silencio. Esa imagen me mantuvo pensando en muchas cosas, sobre todo en cómo es que llegué a la música clásica, o cómo, en el mejor de los casos, la música clásica me encontró a mí.


A ver, tenía unos doce años, creo. A mi viejo le gustaba comprar discos de música “relajante”. La colección se llamaba «Masters of relaxation» o algo parecido, cuatro discos con lo mejor de Mozart, Beethoven, Bach, Lizst, Wagner, Chopin, Schubert, Schumann, Debussy, Hayden y otros más. Mi disco favorito era el #3. Ahí encontré el virtuosismo de estos genios con pelucas blancas y trajes pomposos, y además, mi veneración perpetua por el piano. Ese instrumento al que años después, le volcaría toda mi vehemencia melancólica y mi retórica más entrañable, culpa de Chopin, Beethoven, Lizst, Grieg, Schöenberg, Bartók; y que también, me acompañaría en mis primeros bocetos como disquepintor. Luego llegarían los conciertos para cuatro cuerdas de Bach, que tenía grabados en un casete. También las adaptaciones de Agustín Barrios y Manuel Ponce en guitarra. Por último, y no por menos meritorio, toda la experimentación de Ravel, Manuel de Falla, Stravinsky, etcétera, etc., etc.


Regreso a Regina Celli –que en palabras de Paulo Alvarado, quien nos guió a lo largo de todo el recital, significa «Reina del Chelo», en alusión a Regina Coeli, la oración mariana que venera a la Vírgen María–, que es un cuarteto poderoso y atractivo. Conformado por tres mujeres, todas jóvenes: Pamela Flores, Ana Galdámez y Mabe Fratti, junto a Paulo, quien es integrante de Alux Nahual y que afirma es «la menos guapa de las cuatro integrantes». Al respecto de su presentación en vivo, verlxs extraer sonidos de sus instrumentos es un gozo inmediato, una fiesta, una alusión a lo melódico, una autopista estridente y alucinada.

Nota 1: A Paulo lo conozco desde hace mucho. Conozco su genio y vitalidad de chelista independiente. Admirable, por sobre todas las cosas.

Nota 2: A Pamela la conozco por Paulo. Sé que es una musicaza, una creadora, una genio de su instrumento y una curiosa en composición. Ojalá pronto se enfile en mi proyecto de poesía sonora: Poecléctica.

Nota 3: A Mabe y Ana, las conozco por separado. Con Mabe hemos ejecutado algunas piezas en conjunto, siempre con poesía sonora. Es una parte vital de la nueva ola de compositores y músicos nacionales. Inquieta, con gustos de música electrónica que me gustan. Moz, su proyecto de música, es un excelente registro del synthpop actual. Con Ana, por otro lado, compartimos escenario una sola vez, para un aniversario de Panza Verde, en el que ella tocó chelo y yo leí poesía. Ejecutante del chelo de manera incuestionable. Académica. De partitura. Puntual, digo.




Pero bueno, me adentro al recital, que incita a querer escuchar más del cuarteto; sobre todo en su lado más experimental y no académico, digo, de partitura y estructura cerrada, no por ello, menos interesante y mal ejecutada, claro.

La primera pieza «Seguidilla para una película» de Paulo Alvarado, enfatiza la incongruencia rítmica, pero fundamentada en la carrera del músico. Una belleza. Cien esquirlas sonoras. Vacuidad y llenura. Por momentos incompleta, por momentos aleatoria. Pareciera improvisación, pero no, se resiste, juguetea, baila. Luego, un «cuarteto en Re Menor» de Rudolph Matz, deja muy claro que son músicos de conservatorio, digo, de escuela: puntuales y concisos.

Después, la sorpresa de la noche, una pieza propia de Pamela Flores, inspirada en Efraín Recinos. Experimental y hermosa. Pequeña y juguetona. Cabal y retórica. Los arpegios y la seguidilla de notas, dan una sensación espectral de oleaje minimalista. Después, "jameo", como los he visto hacer en galerías de arte. Sonidos, ruidos, garraspeos e instrumentos del maestro Joaquín Orellana, con quien alguna vez, hace muchos años, me adentré en una conversación, por horas, sobre Ernesto Sábato, la música electrónica y el tango argentino.

Para finalizar el recital, dos joyitas más: «Oblivion» de Piazzolla, pero con arreglos de Pamela Flores y «Murciélago Danzante» de Ranferí Aguilar. Esta última, con arreglos de Paulo y una simetría casi exquisita que emula a Apocalyptica y Vitamin String Quartet en sus mejores momentos.


En sí, un martes melodioso, lleno de armonía y largas conversaciones, que terminó en cervezas, risas y excentricidades horas después. Bien acompañadas, claro, con lo mejor de Hendrix, Beatles, The National, Bob Dylan, The Doors y hasta Morrissey en el mejor momento de la noche.


¡Larga vida a la música clásica! ¡A la que no es clásica ...a la música, en fin!

viernes, 22 de noviembre de 2013

POLAROIDS MUSICALES: Aproximaciones a Reflektor de Arcade Fire

Columna quincenal publicada en Esquisses.
Viernes 22 de noviembre del 2013.
Reeditada



¿Cuántas veces será necesario escuchar un disco para escucharlo bien? ¿Qué significa, realmente, decir que un disco está «bien hecho»? ¿Cómo explicar con palabras, que aunque hayan canciones «malas» en un disco, sirven para contrarrestar y complementar los sonidos del resto de canciones «buenas» del mismo paquetito? ¿Cuál es el criterio, justificado y solemne, para decir que todo importa tan poco en términos de arte; porque al final, todo es impulso, instante y olvido? ¿Cuánta música será suficiente escuchar, para escribir un texto, que al menos pueda interpretar lo que se quiere decir sobre lo que otros hicieron de manera distinta y en otra época, con sus dificultades y sus bondades tecnológicas? ¿Qué tanto valdrá la pena «hablar» de música?

Estas preguntas, y otras tantas, son las que me hago constantemente cuando escucho un disco nuevo. Y sí, Arcade Fire, los megadioses canadienses del Olimpo musical contemporáneo, no son la excepción.


Reflektor, su nuevo disco (y además doble), era el disco más esperado del año, y además, la respuesta a muchos de los paradigmas musicales que se plantearon los críticos de música después de discos como RAM de Daft Punk, AMOK de Atoms for Peace, Shaking the Habitual de The Knife o AM de Arctic Monkeys. Sobre todo, por la participación de James Murphy (LCD Soundsystem) como co-productor y David Bowie como músico invitado. Y además, por la coartada retrospectiva que suponía el disco.



 
Pero bueno. Les dejo estas interrogantes a la deriva: ¿Ya lo escucharon? ¿Qué tanto les gustó? ¿Será un Dark Side of the Moon, un Kid A, un Pet Sounds, un Revolver, un Talking Heads: 77, un London Calling, un Unknown Pleasures, un Highway 61: Revisited, un The Chronic, un Is This It?

Esta pregunta no tiene respuesta. Lo que fue, fue. Y además, es indeleble, pero también necesario. Eso es lo que importa. El instante. El presente. Este regalo.

Y bueno, Reflektor es un gran regalo para la humanidad.



APROXIMACIONES, EXCESOS Y MALOS HÁBITOS


Este es mi experimento sobre Reflektor: 69 minutos de escritura automática, experimental y crítica, al mismo tiempo que escucho el disco en tiempo real y tomo una botella de vino. A ver. Démosle «play», y que la música juzgue su efecto, pista por pista.
1. Reflektor: Disco. Mucho disco. Lo mejor de la música disco de finales de los setenta. Pero más Devo y Chic. Eso sí, la conexión vocal entre Win y Régine es impresionante. Un zumbido de baile, y percusiones escondidas (el mejor secreto de James Murphy en canciones de LCD Soundsystem) que se mezclan con una lírica punzante, meinstreim y esdrújula. Esto último, culpa de David Bowie, a quien me imagino bailando con su traje de Ziggy Stardust y muchos adornos glam alrededor. Las trompetas: alucinantes. El piano: puntual y donde debe de estar. Eso. Así es la presentación del disco, cada sonido está pensado minuciosamente. Algo parecido a Neon Bible y Funeral, dos de los mejores discos de los últimos diez años.

2. We exist: Funk, pero mucho más melodioso. La base rítmica del bajo es retórica y exquisita. Los coros: perfectos. Pero le falta algo, un no sé qué, una distorsión, un estallido amorfo. Lo mejor es esto, a partir del minuto cuatro todo fluye. Recuerdos new wave, grabaciones tenues, afloraciones de Psychedelic Furs, Yoko Ono y tantísimo más. Qué rica rola. Para hacer el amor, pues.

3. Flashbulb eyes: Dubstep, pero más tranquilo. Viejito, sucio, como pensando desde el futuro. Pareciera marimba lo que suena de fondo. Una explosión rítmica que me recuerda a mis mejores viajes de LSD o fumando hachís en San Pedro frente al Lago de Atitlán. Puro repertorio de imágenes.

4. Here comes the night time: Así es. La noche y su esplendor. La noche y su turbulencia. La noche y su jolgorio. La percusión pareciera sacada de una noche en el Caribe, en la playa más escondida, en la fiesta más básica. Pero eso sí, todo está cabal (culpa de James Murphy). Los efectos y adornos parecen gaviotas sobrevolando el mar. Me encanta. Es como indagar en raíces latinas (ya lo hicieron Los Amigos Invisibles hace más de diez años), que nosotros, los latinos, conocemos muy bien pero olvidamos. Yeah, Bowie de fondo. Qué rico. Pero acá va, de nuevo, después del minuto cuatro. Atentos. Es como una borrachera. Esto ya lo he escuchado y vivido. Helicóptero tremendo. Muy The Clash. Muy… The Clash, The Clash, The Clash. Hasta la voz de Win Butler suena tan parecida a la de Joe Strummer. Digo, hasta los chiflidos. Pasemos a otra.

5. Normal person: Suena a algo que conozco. Obvio. A algo que he escuchado antes. ¿Talking Heads? ¿Bowie? ¿Rolling Stones? ¿Billy Idol? ¿Brian Ferry? Bueno, no importa. La rola suena intensa y rica con distorsiones tipo The Strokes y sonidos tipo OK GO, Beck y tantas otras delicias. De lo que va hasta el momento, la más pesada… Uf, está sonando el coro. Me encanta. Lo pongo en mayúsculas: ME ENCANTA. Pesada, como las mejores canciones de Arcade Fire en sus discos pasados, pero insisto, con la genialidad de JM (James Murphy) detrás. Curioso: las mismas iniciales de lo mejor de lo mejor, quiero decir «Michael Jackson, Michael Jordan, Magic Johnson, Mick Jagger». Este disco es un homenaje al pasado, pero hecho desde adentro, como el maestro MJ lo sabe hacer. Lo mejor son los últimos dos minutos. Yeah.

6. You already know: ¿The Cure? ¿Lovecats?

7. Joan of Arc: Glam de los setentas, antes del progresivo y después del disco. ¿Cómo se llamaba aquel inglés? Mierda, no recuerdo. Bueno, a pesar de la intro, que es punk (The Voidods, The Exploited, etc.), esto suena a lo mejor de música de introducción de partidos de baloncesto gringo o hockey canadiense. En fin, no me provoca ni me mueve. Punto menos, o dos, o tres, o hasta cuatro. Gary Glitter es el compa, ya me acordé. Sí, aunque por momentos suene a una especie de tributo a lo mejor del punk oscuro, que es lo que quiero escuchar ahorita, porque me parece mucho más honesto, suena «bien», pero aburrido, digo, nada del otro mundo. Quiero quitar el disco y escuchar Sex Pistols, Buzzcocks, Dead Kennedys, Misfits, Television. Hasta prefiero escuchar Blondie y el último disco de Franz Ferdinand, que suena mucho más fiel al sonido típico de los escoceses.

8. Here comes the night time II: Ya me aburrí. Homenaje «híperrecontratardío a la música clásica y a la coral». Prefiero Portishead o These New Puritans.

9. Awful sound (Oh Eurydice): ¿Hey Jude con Velvet Underground?

10. It's never over (Oh Orpheus): Por fin apareció «el sonido de Arcade Fire». Digo, todo lo que he escuchado es un homenaje a la música vieja, una especie de viaje retro a través de James Murphy, a quien sí, lo admiro, porque LCD fue un proyecto (y una disquera: DFA) que le abrió las puertas a sonidos salvajes como Friendly Fires, Hot Chip, The Rapture, Yeah Yeah Yeahs, etc., etc., etc. Pero bueno, lo que importa es esto, que en esta canción suena lo mejor de Arcade Fire. Hablo del sonido de aquel memorable y hermosísimo: Neon Bible (su mejor disco), pero también a la intención (pop-folk-indie-barroca) de querer sonar a algo mejor: The Suburbs. Un disco salido desde la «rebelión» y lo intrínseco que puede significar tener por héroe a Bob Dylan, David Bowie, pero también a Brian Molko. Pero bueno, no diré más que esto: Ódienme, No Cars Go, Wake Up y Rebellion juntas suenan mejor que todo el disco completo.

11. Porno: Obvio, otra canción retro. Digamos, lo más viejo (en electrónica) de Depeche Mode y Kraftwerk, desde la nostalgia más poderosa de James Murphy. Quien es el culpable de este manojo de sonidos bien elaborados y minuciosamente acoplados.

12. Afterlife: Otra vez el caribe. Qué rico. Pareciera que los canadienses, con sus inviernos mierdas y duros, decidieron pasar algunos meses en Puerto Rico o Las Bahamas, como en aquella sesión (excesiva y memorable) de los Happy Mondays, envueltos en crack, jachís y coca. Pero bueno, esta canción está chilera. Dan ganas de bailar y gritar. Pero otra vez, suena mucho a James Murphy, ¡mierda! No le quitaré el mérito de hacer de este disco una cosa salvaje, histriónica, genial y fundamental. Me gusta el sonido del tecladito de fondo y la guitarra distorsionada, los coros, la voz parecida a Bowie, la armonía. Pero sí, lo hablaba con mi crítico de música favorito (Pablito, tocayo como yo). Le falta algo. Algo tipo Morrissey (a quien Win Butler, canadiense como Tokyo Police y Fiest) quiere sonar. Pero no, querido, Morrissey es Morrisey. Y punto. Al final, me quedé a medias. Otra vez The Clash. Este disco es un homenaje retórico a lo viejo, a lo que realmente cambió la historia de la música. No Nirvana, no Sonic Youth, no Pixies. Pero sí.

13. Supersymmetry: ¿Dance Yrself Clean de LCD mezclada con Boards of Canada? Bueno, no importa. La letra está buena, también los coros. Y bueno, si son bipolares como yo, a partir del minuto tres viene lo mejor. Es mi favorita del disco, aunque un poco floja. «Gran finale» para un disco, eso sí, pero que aclaro, no significa el «mejor disco del año». ¿Existe eso de «mejor» o «peor»? Pero bueno, cada quien a lo suyo. Yo me voy a escuchar punk, digo, algo más honesto y no tan rebuscado. Esto fue una catarsis de música, y también, por qué no, una aproximación. Adiós.

jueves, 7 de noviembre de 2013

POLAROIDS MUSICALES: Música para barriletear


Así es, noviembre sugiere muchas cosas.

A ver, empecemos por lo evidente: finalizó el invierno, y ése malestar de deseos guardados en remojo, lo tiene a uno harto. Entiéndase bien: HARTO, en MAYÚSCULAS y negrita. Digo, para qué mentir. La lluvia será muy linda, y todo lo que quieran, es decir, trae esperanza, verdor, vitalidad y sobre todo agua -que siempre es necesaria–. Pero cansa. Nos nos dejemos engañar. Vivir en el trópico es atractivo y ventajoso, pero también es castigo, y diluvio eterno, y encierro obligatorio, y desesperación infausta, dañina, perenne, maldita.

Quiero decir: «Seis meses de lluvia, ¡ya son suficientes!».

Pero bueno. Volvamos a noviembre y a su infinito abierto, condensado, delirante, aterido. Es cierto, noviembre es un ventilador encendido, un celaje y una ventisca de puras melancolías. Pero también es un barrilete. Y una diáspora. Y una sentencia. Y un azul profundo. Y una bufanda lista para abrigar todas las formas de cariño entreabiertas y encubiertas.

No digo esto por afán poético, aunque noviembre, sí, lo pone poético a uno, aunque uno no quiera. Sólo basta con ver el cúmulo de signos que habitan al susodicho, digo, porque noviembre también es un cuarto lleno de fantasmas y un alarido de promesas olvidadas, de estaciones, sabores y aeropuertos. Aunque también, y en eso no quiero parecer enardecido, hay que recordar que el mes abre con el Día de Todos los Fiambres, y luego, con el Día de Todos los Difuntos, o los muertos, o las ánimas, o como quiera usted llamarle. A lo que voy, es que se celebra a la muerte, al Mictlán, al Tlalocán, al Xantolo, a Xibalbá. Y esto supone, despojarse de todo el presente por un solo día a través de ofrendas, flores y rituales. En otras palabras: sufrir, llorar, resignar, ofrendar, perdonar, olvidar y luego respirar.



Ese es el misterio de la velita encendida de noviembre. Rezar por la vida, por la sanación, por la sensación, por la humilde llama del transcurso, por el fuego interno que corre y nos corroe. Quiero decir, noviembre es para celebrar la vida después de la muerte, después de la tormenta, después del diluvio, después de los pijazos del año entero. Es perfecto para ir a los festivales de arte, de cine, para asistir a las presentaciones de libros certeros, para salir a la calle, para caminar por el parque, para viajar, para salir de la ciudad. En ese sentido, noviembre es hermoso. Es un recién nacido que ya sabe hablar. Es una palestra de conversaciones nuevas, de libros recién abiertos, de fiambres obstinados, de vacaciones esperadas, de abrazos desbordantes, de mucha piel y música para volar.


Por todo esto, y lo otro –lo que se descubre en ese intervalo de lo que dura una canción o lo que dura noviembre–, acá va una selección de seis discos para barriletear como usted quiera. Como se le antoje. Como se le de la regalada gana antes de que llegue el cueterío, y el tráfico, y los convivios, y las bombas de fin de año que todo lo ciegan y ensucian.



FRANZ FERDINAND: Right Thoughts, Right Words, Right Action
Disco hecho para lxs fiesterxs, lxs rocanrolers, lxs que les gusta el buen sonido postpunketo y el buen dancin a deshoras. Disco conciso y revuelto, con destellos de dance-punk y disco-funk, esos sonidos ya característicos de la banda. Can’t stop feeling, la arista más sublime, una mezcla de Donna Summer, Moroder y LCD Soundsystem. Puro ritmo. Puro ritmo. Puro baile. Puro placer. Además, tiene un segundo disco con pistas en vivo. Nada mejor que eso.


ZOÉ: Prográmaton
Disco suavecito y lírico. Hecho para lxs enamoradxs, los rxmánticxs, lxs posesivos, lxs intensxs, lxs que guardan las uñas y rompen las tuercas del amor en un abrir y cerrar de ojos delirantes. Arrullo de estrellas, Panoramas, Andrómeda y la de Shangai son el ejemplo. Espacial y sintético, amoroso y tierno como el Unplugged, pero nunca sicodélico, ácido y trepidante como Memo Rex o Reptilectric.


MOBY: Innocents
Moby siempre sonará a Moby, es una regla. Este disco, como toda su discografía, es para lxs tristes, lxs melancólicxs, lxs yoguis, lxs amantes de la naturaleza, lxs que sueñan una epifanía a través del gospel y la electrónica. Lxs que aman ver las nubes y el cielo. Lxs que destilan amor por la humanidad, y perecen, sutilmente, en su bipolaridad de seres solitarios perdidos entre la muchedumbre. Disco obligatorio para que truene en el carro. Sublime y melodioso como Play (con sus B-Sides), pero con más colaboraciones y menos eco.



BOHEMIO: Andrés Calamaro
Hace tres años tembló La Ermita. Hoy tiemblan los parlantes con el mismo sonido. Es un disco que revitaliza al Andrés que todos conocemos (Alta Suciedad y Honestidad Brutal), en el que deja los covers, los demos, las cumbias, los tangos, los boleros y todos esos adornos –bien logrados– que lo hicieron dejar por unos años el buen rocanrol. En pocas palabras, es un disco hilvanado con canciones básicas y juegos de palabras, típicos del Salmón dylanesco, que deleitará a lxs calientes, lxs enamoradizxs, lxs bohemixs, lxs bluserxs, lxs borrachxs. Una buena dosis de música selecta, exclusivo para fans del rock de Andrés. Rehenes, Plástico fino e Inexplicable, son las joyas que lo redundan. Pareciera que Andrés volvió a las andadas de madrugada y a las letras express, esas que se escriben en cinco minutos bajo algún estimulante.


PHOENIX: Bankrupt!
Para lxs poperos, lxs retro, lxs melódicxs, lxs que bailan punchispunchis pero también escuchan Timbiriche o Kraftwerk, lxs del bar al after, lxs de tachas y drogas de diseño, lxs que se persignan cuando suena una tediosa bachata, lxs que odian el reguetón más sucio pero lo bailan, lxs que sueñan con un mundo más limpio, lxs que alucinan con Empire of The Sun, Yo La Tengo y Arcade Fire. En fin, Bankrupt! se aleja de los sonidos de su primer disco, Wolfgang Amadeus Phoenix, pero reafirma con esta oda a los sintetizadores, y al new wave, el mejor pop hecho en Francia de los últimos años. Don’t y Entertainment lo confirman.


ARCTIC MONKEYS: A.M.
Este disco comprueba que la rebeldía del adolescente punketo, ya quedó atrás en Brian Turner y compañía. A.M. está lleno de sensualidad, delicadeza, equilibrio y precisión. Es un disco para lxs amantes del buen rock setentero, pero también, para lxs que huyen del fenómeno masivo del indierock actual, en el que todo es mainstream y bomba de terciopelo luminosa. Un lujo de disco, como lo he dicho varias veces entre amigos, perfecto para empezar con Fireside (carretera al puerto), y terminar con Knee Socks o Do I Wanna Know? sobre el colchón más cercano de los humedales.



Columna quincenal publicada en Esquisses.

viernes, 25 de octubre de 2013

SOMA: Un viaje musical

"..there is always soma, delicious soma, half a gramme for a half-holiday,
a gramme for a week-end, two grammes for a trip to the gorgeous East,
three for a dark eternity on the moon...”
Brave New World, Aldous Huxley



De nada sirve ir a tomarse unos tragos a un bar, abarrotado de música, y sorprenderte haciendo comentarios como: «Yo pondría mejor música», «Mirá, acá está mi iPod» ó «¡Qué hueva esa mierda!». Digo, para qué ir a un bar, si en el fondo no te sentís cómodo y estimulado por el ingrediente sonoro que te dosifican con cada cerveza o coctelito, y que además, pagás de buena gana. O a lo mejor, vos sos de lxs que tienen “cuello” y te ponen una que otra canción, o en el mejor de los casos, el playlist enterito. También pasa, que si hacés una petición o sugerís algo, te mandan de inmediato a la chingada. Y el bartender, irónico y caradura, te dice que su bar no es estación de radio. Entonces vos entendés. Tiene razón el tipo. Y después de meditarlo varias veces, decidís no ponerle mucha atención a la música. Pero, «¿cómo no ponerle atención a la música?». Eso no es de Dios. Yo no puedo. La música es mi cuadrilátero. Mi estrella. Mi mosh.

La mayoría de las veces que salgo de purrún, quiero estimularme con un buen listado de canciones. Un poco de esto, un poco de aquello. Sin embargo, las opciones se agotan cuando pienso en “un buen bar”. Hablo de un bar decente y fulguroso. Under pero no tanto. Cómodo pero no hippie. Selecto pero no tan caro. Barato pero higiénico. Alternativo pero no muco. Ustedes me entienden. Las opciones se reducen y nos quedan dos o tres, que son los que regularmente frecuentamos. A mí me pasa todo el tiempo.


Muy pocas veces me he sentido en casa, digamos, considerando todas las posibilidades que mencionaba anteriormente. Sí, hablo de sentirse cómodo, a secas. Feliz y consentido. Tranquilo y elocuente. Me pasaba en los desaparecidos London Pub, El Costumbro, Tercera Luna, Monachos y Lírica. También mencionaría a Rattle ‘n’ Hum y El Establo, pero ahora son otra cosa. De los que aún sobreviven, me siento cómodo en el eterno Esperanto, que me recibe con la mejor michelada de Guate. Y también, por qué no, en la excesiva La Maga (cuando la turbulencia etílica es considerable y no hay furia de madrugadas salvajes).

De lo contrario, no acostumbro ir a lugares donde sé que la música es una porquería, un chirmol, una rocola vomitada con lo mejor del heavy metal ochentero ó con el pop rock sodomita de los noventas. Igual me pasa con la cumbia. No me gusta para nada su fatídico ritmito. Prefiero aquellas temporadas frenéticas en The Box o Corto Circuito, donde me la pasaba zumbando como avispa electrónica sobre la pista y los lásers.





Después de todo esto, no he encontrado ningún lugar donde realmente me sienta cómodo. Eso, hasta hace un par de meses. El lugarcito se llama SOMA. Sí, como la droga de Aldous Huxley, esa de la felicidad tan necesaria. El lugar, está muy bien ambientado, lleno de pósters musicales con lo mejorcito de todo: Pixies, The Clash, Nirvana, Joy Division, Death Cab for Cutie, Björk, Morrissey, Iggy Pop, Hendrix, Joplin, Beatles, etcétera, etcétera, etcétera. Dos salitas que le dan un toque bastante relajado y un puño de mesas, todas altas, que le dan un toque industrial pero sofisticado. La barra, considerablemente grande, y una lista de bebidas que van desde cervezas hasta cocteles preparados. Los precios, nada mal. Y para rematar, justo detrás de las botellas, la imagen del tatascán de la poesía: Bob Dylan, impreso en un mural tan singular como ninguno, al lado de imágenes de Syd Barreth y otros elementos de diseño, incluyendo un mural de Leke, más conocido en el ámbito de la música como Aerofustán. Por si fuera poco, el lugar cuenta con un escenario pequeño y discreto, en el que han circulado músicos como Dubvolution, Dr. Tripass, Imox, Perro con Alas, Dubby Dub, Two Miles from Shore, DJ Fla-KO y otros.

Se los recomiendo. Es un joyita perfectamente diseñada para el viaje. El viaje sonoro. El viaje anímico. El viaje circunstancial. Todo melómano tiene que probar SOMA. Es un deleite como pocos. Además, el bar cuenta con un sótano que funciona como galería de arte, en el que se expone arte guatemalteco. Lo más fresco, lo más innovador, lo más actual. El espacio se llama S1, y promete mucho. Sin lugar a dudas, una propuesta que conjuga arte, música y relax. Ya faltaba un bar así. Un oasis. Un faro en medio de toda la turbulencia del centro histórico.


Vayan, visítenlo. Regularmente hay sesiones de música, como la de este sábado, en la que el post punk y el new wave serán el plato fuerte. Una nochecita para escuchar The Clash, The Smiths, David Bowie, Joy Division, Psychedelic Furs, Flock of Seagulls, Patti Smith, Ramones, Sex Pistols, The Cure y una lista interminable de sorpresas, que Carlos Salázar, melómano empedernido y dueño del bar, tiene preparado para el deschongue sonoro. Por allá nos vemos. Saltando como Johnny Rotten o Joe Strummer. Yeah.

SOMA, centro cultural
11 calle 4-27, zona 1
Horario: 5pm – 1am
Fanpage: https://www.facebook.com/SomaBarGt


Columna quincenal publicada en Esquisses.

martes, 22 de octubre de 2013

QUERIDA FAMILIA, no me abandones


Exposición: Querida Familia
Participantes: Alejandro Marré, Álvaro Sánchez, Alejandro Azurdia, Andrea Mármol, Ana Lucía Cofiño, César Moncrieff, Erica Muralles Hazbun, Juan Pensamiento Velasco, Juan Pablo Canale, Lily Acevedo, María Alfaro, Muxxi, Manuel Regalado, Marilyn Boror, Mario Profundo y Quique Lee.
Curadoría: Alejandro Marré y artistas
Conversatorio: Miércoles 23 de octubre a las 19 horas


 

Dice Eduardo Galeano: «El televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas». Al escribir esto, la garganta se hace un nudo y pienso en la exposición Querida Familia, que está colgada en la galería de arte de la Alianza Francesa durante todo octubre. Ahí podrán encontrar muchos de los referentes, antropológicos y sociológicos, de lo que la familia –ése germen incipiente de toda sociedad– significa en estos tiempos de codependencia a las redes sociales, erradicación de las fronteras, masificación de la violencia, irradiación del lenguaje en todas sus variantes, carencia de reflexión y desvalorización de los rasgos oportunos, que todo grupo social ha incorporado y legitimizado para su buen funcionamiento. Entre otras cosas.

En sí, para ponernos prácticos, la muestra es un compendio que reúne pintura, video, diseño, grabado, instalación, intervención y mixmedia de la mejor manera. Muy profesional, muy bien montada, sí, y excelentemente diseñada a partir de la museografía que el lugar permite. Para no redundar mucho, es la convergencia mejor creada en una exposición de arte desde hace mucho tiempo. Esa es mi opinión, claro. Sólo el título sugiere un punto de partida, un estallido, un big bang de ideas, una página en blanco. Luego, a manera de catarsis colectiva, el texto de Juan Pensamiento (que inaugura la exposición) nos invita a la reflexión y al diálogo. Así, bajo el precepto del lenguaje aprendido, vamos cerrando círculos y abriendo otros. Rápidamente y viceversa.


Sólo falta con observar los afiches hechos para la muestra, otra genialidad del maravilloso Álvaro Sánchez, quien nos condensa el pasado y el futuro, reunidos en piezas singulares que representan certeza estilística a través del discurso gráfico.







Todo en esta exposición es familiar y cercano. Pura intimidad. Puro sentimiento. Nada que no encontremos en este mundo, en este país, en este territorio. Tibia caricia que nos protege del ruido lacerado del mundo exterior, ése que también nos pertenece, ése insulso y cotidiano abrigo, ésa otra familia. Cielo de otros infiernos. Abrazo protector. Salvavidas teórico. Guía de instrucciones prácticas para la vida, que es torpe y cansada, como todos los días en el trópico y su lluvia de odios.


Resta importancia aclarar que cada una de las obras opera a su antojo, de manera independiente. Es decir, a solas, en el contexto "familiar" de cada artista. También es inoportuno decir que todas confabulan, y pretenden, en el mejor de los casos, asociar el significado (familia) con cualquiera de los significantes (según la RAE: «1. Grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas. 2. Conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje. 3. Hijos o descendencia. 4. Conjunto de personas que tienen alguna condición, opinión o tendencia». Etcétera.)


Pero ya dicho esto, sólo queda abarrotar con recomendaciones a la susodicha. Invitarlos, pues, a que vayan a visitarla y reflexionen sobre su familia, la de ustedes, la de sangre, la adquirida. También sobre la otra. La olvidada, la ausente, la marginal, la guatemalteca, la de los informes desaparecidos, la de los huesos olvidados, la del tempestuoso dolor diario. La que no queremos ver, ésa, por más que queramos.

Lilly Acevedo

No se la pierdan. Mañana miércoles es el conversatorio y es buena oportunidad para inyectarse de arte contemporáneo. Además, para conversar y ponerle el dedo a los artistas. Digo, para que respondan a sus preguntas y les expliquen con manzanas. Ya que de nada servirá decirles que en la obra de Juan Pablo Canale encontrarán alucinación verídica. En la de Alejandro Marré, alivio y genio. En la de Álvaro Sánchez y Alejandro Azurdia, espesor y autopsia. En la de Andrea Mármol, un testimonio de identidades irrefutables. En la de Mario Profundo, técnica. En la de Quique Lee, tendencia. Y así, con cada una de las obras expuestas, encontrarán algo que los conecte con el arte actual de Guatemala.

O talvez sí, si sirva decir todo esto.
Juan Pablo Canale

Juan Pensamiento
Alejandro Marré

Y así, cuando menos lo imaginen, se sentirán parte de esta familia de artistas que promulgan reflexiones desde el arte. Sin duda alguna, una prueba de que la familia nunca nos abandona. Está ahí, de alguna extraña manera, aplicando ungüento para los vergazos constantes de la vida. Esos que duelen. Esos que otras veces incomodan.

miércoles, 16 de octubre de 2013

FE DE RATA


Hace algunos años, entre parafernalia escritural, radiación literaria y necesidad editorialista, muchos empezamos a abrir blogs. Me refiero al origen mismo de la palabra: weblog. Es decir, un diario, una bitácora en línea, una crónica, un retrato, una libreta de apuntes, que sin formalismos ni cursilerías miopes de sustancia, nos exhibía como autores. Digo autores, porque el término escritor, a muchos, nos parecía rimbombante y anticuado. Además de obsoleto.

En esos años no había Facebook, ni Twitter, y los pocos conocimientos para hacer libros en línea, eran casi nulos. Estoy hablando de hace diez años, casi. Tampoco habían editoriales interesadas en publicar obra de autores, que a precaución del término (decadentes o drogos o bolos), podrían significar un buen número de ventas en un país donde nadie lee, a excepción de los diarios, que son otra forma de literatura solapada y bendita. Para añadir, puedo decir que en ese tiempo sólo había una especie de resaca consumada, que nos dejaba frente al cadáver literario de revistas como Hasta Atrás, Supositorio, La ChalupaMonitorTaxi y algunas otras más; que en sus tiempos rindieron culto al periodismo y la literatura nacional.

Así, que abrir un blog, donde nadie te editara y cambiara el contenido, resultó realmente atractivo e interesante.

De todos estos blogs, me topé con el de Juan Pablo: FÉ DE RATA. Una joya contemporánea, que diseccionaba temas del momento, con humor y parodia exquisita, que sólo un ávido lector de la generación beat (Burroughs, Kerouac, Ginsberg) y el periodismo gonzo (Thompson, Bangs, O’Rourke) podría exponer. Poco a poco, el blog empezó a ganar lectores y críticos, para que después apareciera en los listados de blogs más leídos de Guatemala, compitiendo incluso, con un blog de futbol y otro de chistes. Esta comparación le ganó un público, curioso y sencillo, que tiempo después se convertiría en un lector fiel e irremediable. Así, todo el mundo empezó a hablar de sus notas ácidas, sus metáforas cargadas de cinismo, sus manifiestos decadentes, su crítica infalible y sus crónicas intimistas. Y a medida que los lectores fuimos recibiendo nuestra dosis de Racumín, uno a uno fuimos cayendo, en cuenta, de lo podrido que resulta vivir en este país, y que a pesar de toda la mierda que esquivamos a diario, era necesario reírse del horror. Desde el horror. Por el horror.

Todo esto, el queridísimo Juan Pablo nos lo explicó más de alguna vez en sus crónicas salvajes, delirantes, tiernas y humanistas. Y hoy, se reúnen como criptas litográficas, en un libro publicado por una transnacional. Qué lujo y qué dicha, ser testigo del golpe desde adentro. Muy al estilo de Gómez Carrillo. De Coupland. De Palahniuk. De Breat Easton Ellis. Que sin duda alguna, tanto nos gustan.


Sin más que añadir, celebro la tinta de Juan Pablo. La valiosa amistad. El cariño. Los tragos y las gomas. La música y el karaoke. Los vergazos sobre el teclado. La rabia y la furia poética que encuentro en sus textos, porque sin poesía, es cierto –y lo digo sin afán de retorizar–, todo lo que se escriba en un cuaderno o una computadora, se puede ir mil veces a la mierda. He dicho.

viernes, 11 de octubre de 2013

POLAROIDS MUSICALES: México


Si todo hubiera salido bien, esta columna la hubiera escrito en México, sentado en un café internet o detrás de una computadora prestada. No sé en qué momento, pero de seguro la habría escrito de resaca, hoy por la mañana, y con ese temblereque indómito que deja una bailada de un buen concierto. Mi editor de Esquisses, la hubiera recibido tarde, digamos, a eso de las once y media de la mañana. Tarde, sí, pero infalible y honesta. Así como deben de ser las cosas que uno ama. Al leerla, él y usted se hubieran quedado atónitos, enmudecidos, con una omnipresencia frustrada; dibujándoseles ahí, en las esquinas del rostro y los calendarios, una sonrisa llena de música y estruendo sonoro.

Entre envidias y asombro, mi editor me hubiera escrito, a través del chat de Facebook, que la publicaba después del medio día, sin falta. Luego hubiera agregado un emoticón, para rematar con un «…y hay me traés algo aunque sea, pues». Al respecto, Eme Jota, que en este mismo momento se estaría bronceando en la piscina del hotel, hubiera soltado una pequeña risita, de esas de que tanto me gustan. En ese momento, hubiéramos leído la columna juntos, y me habría dado cuenta, de que hablar de música es acomplejar la lectura. Lo mejor es sentirla. En cada trote de la vida o desde la naturaleza.

Por eso, estoy seguro que la hubiera escrito muy breve, así como los relatos de Chéjov que tanto me gustan. En ella no hubiera hablado de tacos. Tampoco del Zócalo o el Metro. Mucho menos de ruinas espaciales y catedrales futuristas. A lo mejor, eso sí, hubiera mencionado a los poetas y editores Yaxkin Melchy, Jocelyn Pantoja y René Morales; con quienes hoy por la noche, tendría una presentación de libros y lectura de poemas inéditos. Al regresar a la columna, hubiera escrito, por ejemplo: «El fulgor con el que la nueva poesía mexicana, se entrelaza con la música y el amor, es fascinante». También hubiera utilizado frases como «la profundidad sonora con la que Thom Yorke interviene cada acorde del bajo de Flea» o «el idm parece haberle robado algo a las estrellas» o «James Holden es el nuevo astronauta de la música electrónica», hablando estríctamente del concierto de anoche.

Así, en menos de dos mil caracteres, hubiera disimulado mi odio y mi rabia por no haber viajado a México hace una semana. Por último, hubiera recomendado tres discos nuevos: Innocents de Moby, Right Thoughts, Right Words, Right Action de Franz Ferdinand y AM de Arctic Monkeys. Luego, para concluir, hubiera puesto algún enlace o alguna fotografía desde el Bosque de Chapultepec, para después marcar un renglón doble.

Y en la última línea, justo debajo del espacio en blanco, me hubiera despedido con un «¡Qué viva la música!», citando a Andrés Caicedo que tanto me gusta.



Columna quincenal publicada en Esquisses.

lunes, 30 de septiembre de 2013

ARCTIC MONKEYS: AM


Este cuarteto de ingleses, que poco a poco se han convertido en leyendas del rock actual, acaban de hacer algo memorable tras grabar una delicia de disco, el quinto de su carrera, que sin duda dará mucho de qué hablar con los años.


PERO… WTF ARE ARCTIC MONKEYS?

La larga pero corta carrera de los Arctic Monkeys (ocho años), se puede diseccionar por sus álbumes anteriores. Cada uno es la acumulación de anécdotas, estilos y estridencias, que atestiguan “un antes y un después” de manera concisa. Los primeros dos discos son el adolescente rebelde. Los últimos tres: la serenidad y la madurez.


ROCK SICODÉLICO VS. ROCK SIN ETIQUETAS


No es para menos. La banda ha crecido enormemente. Este nuevo disco lo pone en evidencia, y además, nos vislumbra a cuatro músicos más enigmáticos que incipientes. Cada sonido aquí está pensado. Hay melancolía, pero a su vez hay decadencia y diversión. Lo que nos hace pensar que las etiquetas se han disipado.

LIRISMO Y RIGUROSIDAD

Despojados de los beats acelerados, y con la colaboración de Josh Homme (Queens of the Stone Age), pareciera que AM juguetea con la experimentación vocal/coral y el rock básico de los 70. Hay mucho Black Sabbath, John Lennon y The Rolling Stones, pero también hay hip hop al mejor estilo de Alex Turner, su vocalista, quien susurra vértigos sinfónicos con la vocalización desde un R&Bpersuasivo.

UNA PARA EL CAMINO
La primera vez que se escucha el disco, un vendaval de capas sonoras parecen estallar armoniosamente desde las bocinas. Hay lucidez, agresión y expresionismo. Después de escucharlo varias veces, ese asombro se va convirtiendo en pulcritud conocida. Es como si estuviéramos frente a algo muchísimo más grande. Una especie de pulpo musical que todo lo alcanza. Pegajoso, en todo caso.

40 MINUTOS DE VIAJE

Desde las incisivas I Want it all, Do I wanna know? y R U Mine?; hasta las menos roqueras comoKnee Socks, Snap Out of It y Fireside, el disco da la impresión de redondez. Las baladas, por otra parte, le añaden delicadeza y equilibrio. Un viaje que todo melómano debe tener. En palabras de cierre: una obra maestra que sospechosamente divaga entre soul, pop, rock y Lou Reed.



viernes, 27 de septiembre de 2013

POLAROIDS MUSICALES 7: Los festivales de música


La semana pasada me regalaron el libro Wilderness, o más conocido en español, como Poemas perdidos de Jim Morrison. Esto me hizo buscar algunos de los pasajes más emblemáticos de No one here gets out alive –un biografía sobre Jim Morrison–, quizá, la que más me ha gustado, y además, la única que queda entre mis libros.

Mientras avanzaba páginas –con fotografías, poemas a mano, rarezas y anécdotas–, me puse a pensar en los festivales de música; sobre todo en el mítico Monterey Pop Festival de 1967 y el memorable Woodstock de 1969. Estos dos festivales, pusieron sobre la mesa varios temas, además de situar en el mapa a bandas importantísimas que años después serían recordadas por su crujir melódico sobre el escenario (Hendrix, The Who, Joe Cocker, Santana, Joan Baez, The Grateful Dead, Janis Joplin, Jefferson Airplane y otras).

Sucedía entonces el Summer of Love, la concentración hippie, la revolución sexual, la masificación cultural, la ruptura ante la opresión, la libertad de pensamiento, el desenfreno, la repulsión contra la guerra de Vietnam, el discurso de la paz, el nacimiento de la contracultura. Pero lo más hermoso de todo, es que sucedía la música, ese corazón constante y alentador, que lograba reunir por primera vez a miles y miles de personas con un solo propósito: disfrutar del deschongue sonoro.




Hoy por hoy, los festivales han ido desencantándose de posturas políticas y sociales; y reflejan, en el mayor de los casos, una apatía explícita por el caos y un apetito por la masificación comercial en la industria de la música. Es decir, el negocio. Aún así, continúan reuniendo –a veces hasta por diez días–, a miles y miles de personas de manera gratuita o pagada. Los hay de todo tipo, género y presupuesto: Glastonbury, Leeds, Coachella, Lollapalooza, Sziget, T in the Park, Iceland Airwaves, Falls Music, SXSW, Primavera Sound, Sónar, Ultra Music, Hellfest, Download, FIB, JazzFest, Pinkpop, Montreux Jazz, Roskilde, Bonnaroo, Sonorama, Fuji Rock, Rock en Seine, Super Rock, Tomorrowland, Creamfields, Pepsi Music, Quilmes Rock, Maquinaria, Rock in Rio, Imperial, Vive Latino, Corona Capital y la lista se extiende a todos los confines del planeta; inclusive a Colombia, un país dolido por la guerra y que realiza el mayor concierto gratuito de toda América Latina: Rock al Parque. Una belleza de ejemplo.


Alguien preguntará, “¿y los conciertos en Guatemala?“

Le respondo sin el mayor afecto: “Los festivales que se hacen acá no dan la talla, ni para hablar al respecto”. Pero bueno, sumidos en ese convencionalismo parco de organizar festivales “poco atractivos” y bastante tediosos como los que se organizan; ha pasado algo bastante interesante, que ha sido aceptar e interactuar con el panorama de la música local (ya que no hay presupuesto para festivales masivos con artistas internacionales, o talvez sí, pero no el interés ni la intención).

Todo esto, permite que algunos “soñadores” logren su cometido: Festivales dignos, con el mejor abanico de la música actual, pero sobre todas las cosas, festivales hechos con el corazón y con la intención de apoyar al artista local; intentando unificar las artes visuales con la música y otras disciplinas. Algunos ejemplos: Manifestarte, Rock Bajo El Arco, ZOM, SMA, Grungefest y la lista se nos queda corta. Estos intentos por establecer conexiones latentes y perennes, ha llevado a varios músicos y organizadores, a experimentar con festivales intimistas poco ambiciosos, sobre todo meritorios. Muy meritorios.

Cuando escribo esto, pienso en Festival Eucalipto. Una celebración a la música despojada de lo tradicional, que sin ningún patrocinio ni apoyo de instituciones “pesadas”, ha logrado consolidar a un grupo de melómanos concientes de nuestra realidad musical y de nuestra industria productora desde hace más de seis años.

Entre la lista de músicos participantes del festival –a través de sus distintas presentaciones, ya que ha variado en formato y locación–, se encuentra un buen listado de músicos del panorama actual: Dubvolution, Ishto Juevez, El Gordo, Pat’za, Alex Hentze, Señor Juan, Tiananmen, Cósmica, Woodser, FRAAEK, Los Remolacha Beats, Two Miles From Shore, Dubby Dub Selector, Xb’alanke, Naik Madera, Madam Fun Too, Satélite, entre otros.





En su edición de este año, el festival incluye la participación de: Yvan Joint, Dr. Tripass, MOZ y MnCve; cuatro propuestas distintas para darle énfasis a la diversidad del festival. Así que ya saben. Dense la vuelta por la Alianza Francesa y celebremos la música juntos. La cita es mañana sábado a partir de las 7 de la noche. No hay excusa.


NOTA FINAL: He ido a muy pocos festivales (internacionales). Me gusta más la idea de ir a escuchar una banda en específico, aunque pensándolo bien, podría hacer un listado de diez bandas que me gustaría ver en un un solo festival al aire libre. Estas serían las bandas:


Björk
Leonard Cohen
Apparat
James Blake
The Flaming Lips
Arcade Fire
The National
Arctic Monkeys
The Strokes
Radiohead


Hagan su lista y soñemos juntos.




Columna quincenal publicada en Esquisses.

viernes, 20 de septiembre de 2013

ASÍNOSEDIBUJA: Dibujos para todos


Asínosedibuja es una idea que confirma una sola cosa: La ocurrencia.

Desde la primera vez que vi los dibujos hechos por Mario González, el genio detrás de este fabuloso proyecto, pensé que a los creativos hay que regalarles dos cosas para que sean felices: papel y lápiz. Bueno, también cerveza. Todo esto confirma que el éxito se reduce a la idea, a la chispa, al ingenio.

Basta con ver algunos de sus dibujos para entender que no hay que complicarse tanto después de una idea creativa. Como bien lo sentencia en su página de Facebook: "Asi no se dice, asi no se escribe, asi no se dibuja, pero asi se entiende". El personaje principal en todas las historias es el trazo mismo. Qué mejor que eso. Bromas sinceras, retóricas cotidianas, ocurrencias idiomáticas de arte finalista, trazos espontáneos, bocetos de una historia que sólo puede ser contada por un chapín –doblesentidista y comúnhablante–, que en el fondo, muy en el fondo, lo único que quiere es contagiar la risa en ideas breves, concisas y sin complicaciones. Humor apto para todo público.




En cada dibujo hay chiste, agudeza, razonamiento, gracia y hasta ternura. No hay nada de enciclopedismos antropológicos, posturas intelectuales o doctrinas excluyentes que promulguen el "afamado espacio de los elegidos". Sino todo lo contrario: Un marcador negro sobre fondo blanco, ¡y listo! De seguro la idea surgió después de una reunión de pendientes en la agencia, o peloteando campañas al final de un largo día de píxeles, cigarros, clientes, café y photoshop.




Sea como sea, me siento enormemente feliz de haber conocido al "patojo chispudo" detrás de esta fabulosa idea; además, que me haya regalado un header para mi otro blog (acá). Y lo mejor de todo: con la colochera bien puesta.




Larga vida al trazo. Que no paren los cuentazos de tinta.




PÁGINA WEB: www.asinosedibuja.com
EN FACEBOOK: www.facebook.com/pages/asinosedibuja/201841786547922

viernes, 13 de septiembre de 2013

CARIBOU, DAPHNI, MANITOBA: El nombre es lo de menos



Supongo que Daniel Snaith –más conocido como Caribou, Manitoba y recientemente como Daphni– ha de ser uno de esos melómanos a quienes les encanta coleccionar texturas sonoras, instrumentos exóticos y viajar a través de cualquier harmonía posible. Toda su música es una radiografía minuciosa de la movida electrónica de la última década, y lo mejor de todo, de la manera más humilde y silenciosa. Lounge, acid jazz, downtempo, drum & bass, nu jazz, chill out y deep house es algo de lo que se esconde en el fondo de sus seis discos. Toda una exploración a través de patrones de percusión y una amplificación de capas de sonido que se repiten constantemente como delirios hipersensibles, juguetones y salvajes.

Algo así como meter en un blender literario a Pessoa y todos sus heterónimos, añadirle una pizca de Joyce, Breton y Guattari para darle cuerpo; y por último, para agregarle sazón y buqué, espolvorearle lo mejor de la literatura estadounidense de mitad del siglo pasado o decorar con lazcas de la literatura rusa más decadente para añadir textura.

De todo esto se obtendrá un producto deliciosamente sensible muy parecido a toda la música de este canadiense de 35 años, a quien la sale la música muy fácil de la manga. Un universo de sonidos que conviene escuchar una y otra vez hasta el cansancio. Una música estrechamente ligada con “el viaje” introspectivo, que es mejor estudiarla por partes; si no, empieza el vértigo y la sudoración incontenible.

Lo ideal –como lo he pensado hacer últimamente, sobre todo en estos días de lluvia intensa–, sería recostarse en muchos, muchísimos cojines, a disfrutar de los encantos sonoros que emanan de las bocinas y separar cada sesión por cada uno de los seudónimos de Daniel; y atreverse, como quien acepta que hay genios que nacieron para lo suyo, a decir que el nombre es lo que menos importa después de todo.


Pero bueno, empecemos por Manitoba (2000–2003), que sugiere una exploración por el drum & bass melódico y el acid jazz elegante. Los dos discos: Start breaking my Heart y Up in flames, juguetean con el ambient jazz más efusivo, matemático y anacrónico. Los mejores ejemplos están en “Mammals vs. Reptiles”, “Paul's Birthday, “Hendrix with KO” y “Twins”. En el resto de pistas, hay mucha furia sonora, wallofsound, shoegaze y facilidad para entablar diálogos con la locura. De los dos discos me quedo con el primero. Definitivamente es más “básico” y permite ver a un Daniel más honesto, jovial y explorativo. Haberlo visto tocar en vivo por estos años, me imagino que tuvo que haber sido una experiencia impactante y asombrosa, muy distinta a la del año pasado en su gira por México, Estados Unidos y Europa con Radiohead.

Por momentos me recuerda a Jazzanova, St Germain, Tosca y todo ese nu jazz suculento de finales de los noventa. El segundo disco, es, quizá, un preámbulo de lo que hizo más adelante. Mis favoritas de esta primer etapa son: “Schedules & Fares” y “Paul's Birthday”, con bases rítmicas persistentes y sordinas delicadas.

Así, nos vamos directo a la segunda etapa, bajo el nombre de Caribou (2003–2012), con la que explora muchísimo más la insistente sicodelia y la decoloración sonora, producida por guitarras, baterías y percusiones delirantes que claramente son apreciadas en vivo. De los tres discos (The Milk of Human Kindness, Andorra y Swim), el primero es el más explosivo. Los dos últimos son ya, la producción más experta y pesada que un músico puede lograr con un buen equipo, software y muchas horas de trabajo. Hay mucha narrativa, mucha introspección, mucho esbozo pulido hasta la saciedad. Se puede percibir que hay largas jornadas de creación y entendimiento de las texturas y/o decibeles.

Su disco The Milk of Human Kindness, del 2005, es elegante y sinfónico. Sutil como ninguno de los otros discos y explicativo a través de percusiones volátiles y autónomas, herencia del drum & bass de los noventa (Aphex Twin y Four Tet), pero también redundante por su excesivo uso de batería y sonidos viejos (Beach Boys y The Kinks). El mejor ejemplo: “Yeti”, “Brahminy Kite” y “Barnowl”. Tres joyas que se van inflando con el transcurrir de los minutos y que terminan por persuadir al tiempo.


Por otro lado, Andorra, del 2007, es una exquisitez sicodélica llena de aristas folk, que se mimetizan entre la electrónica y la experimentación más ácida. Ojo, cuando digo “ácida”, no sólo me refiero al LSD, sino también a los sicotrópicos, sicoanalépticos, sicoactivos, enteógenos, disociativos, disocirecreativos, onirógenos, empatógenos, alucinógenos y toditos sus etcéteras.

Es decir, el disco es un zumbido capaz de penetrar el oído más difícil y perpetuar sus diversos efectos hasta lograr su acometido. De seguro, a nuestros queridísimos Huxley, Hofmann y Leary les hubiera encantado escucharlo. Hubieran suspirado, bailado y pataleado al ritmo de toda su instrumentación exquisita.

No hay ninguna canción que produzca ese efecto contrario a la felicidad. Desde la memorable “Melody Day” hasta las hipnóticas “Sundialing” e “Irene”; son la resultante de un complejo, pero armonioso manojo de notas, efectos, coros y rolercoster anímico a través de todas sus capas de sonido. A mí criterio, un disco que habría que revisitar constantemente junto al ‘reseñablísimo’ Swim, del 2010, que con sus sonidos perpetuados y aritméticos de un retro sesentero-setentero, hilvana un género que ya Stereolab o The Animal Collective habían acuñado a principios de la década: la indielectrónica. Casi rozando el indiepop más onírico y ecléctico.

Mis favoritas de este último disco son: “Odessa”, “Sun”, “Bowls”, “Found out”. Bueno, mejor decir casi todas, ya que el disco completo es un pastelito sonoro que poco a poco he acuñado a los momentos más felices de mi historia con la música. Algo muy parecido a lo que me pasa con LCD Soundsystem, The Rapture o Friendly Fires.


Sin lugar a dudas, Swim y Andorra, son los discos que más se conocen de Daniel y los que sin mayor preámbulo, lo han catapultado al círculo de los elegidos. Por allí transitan Björk, Moby, Apparat, Autechre, Yorke, Holden y otros.



Por último, y no por menos, está la tercer etapa bajo el seudónimo de Daphni (2012–actualidad), que con el disco Jiaolong, de finales del año pasado, hace un viaje al epicentro de la electrónica a través de la exploración más oscura y distorsionada del dance; muy lejos de lo que hace regularmente bajo Caribou. Acá, el sonido es más profundo, de una sensibilidad extremista, casi espacial y oscura como un agujero negro. Es house, es edm, es techno, es cualquier cosa. Como les decía al inicio de esta nota: “el nombre es lo de menos”. En este disco, cada pista es una condensación de sonidos, que de alguna extraña manera confabulan para hacer un solo track, es decir: un set. Me imagino que esto lo sabrán los Dj’s, que con sus largos y armoniosos sets, proponen una estadía placentera y vertiginosa sobre la pista. De seguro, mientras Daniel no estaba abriendo conciertos para Radiohead o haciendo música con Four Tet, estuvo tocando una y otra vez por cuanto club encontrara en Europa o Estados Unidos.

De esta inmersión en la música club, surge esta delicia de disco. Un imprescindible para que aquellos que disfrutaron The Inheritors de James Holden o Immunity de Jon Hopkins, ya que su mismo nombre nos predice el viaje hacia las profundidades del sonido (Jialong, es un submarino chino que rompió récord de inmersión al llegar a siete mil metros de profundidad durante el 2012).

Una verdadera joya para quien esté buscando algo verdaderamente “nuevo”, fuera de los últimos discursos que propone la electrónica comercial y la música retro de club, la que ensaya y explora sonidos viejos (Daft Punk, Pet Shop Boys, Hot Chip, OK Go, New Order). Hace una semana, por ejemplo, estuve en el concierto de The Crystal Method, y me pareció que la música electrónica (la de club, digo, la popular), se aleja cada vez más del estándar de “lo comercial”. TCM tocó por más de tres horas un set que parecía una cátedra sobre música electrónica, pero no un concierto. ¿Me explico?

Ya sabemos que el futuro de la música está en la experimentación con sintetizadores, osciladores, drum machines y equipos caseros que incoroporan sonidos viejos y altuistras; pero este disco, el de Daniel, supera las expectativas dentro de la abundante creación de los últimos años en la electrónica. Ya Reznor, Yorke y el mismo Murphy lo han afirmado en sus colaboraciones y últimos trabajos.

El futuro es este, no hay marcha atrás.

Sin embargo, en este disco las pistas se contraponen y generan otra propuesta. Es muchas cosas al mismo tiempo: Música de video juego (Atari, especialmente), de club a altas horas de la madrugada, afrobeat mixeado, deephouse rudo, funk setentero, tornamesa expuesta, breakbeat, desorden, compulsión, profundidad, desenfreno.

Mis favoritas son: “Long”, “Yes I know”, “Ye Ye” y “Ahora”.

Así que ya saben, si quieren escuchar algo para bailar, viajar y mantener al oído/cuerpo estimulado por casi cincuenta minutos, este es el disco. Es el indicado para adentrarse en el universo de este canadiense, e interrumpir el vasto peso del tiempo, que todo lo consume y atesora en el silencio, que también es ritmo.



Columna quincenal publicada en Esquisses.