viernes, 22 de noviembre de 2013

POLAROIDS MUSICALES: Aproximaciones a Reflektor de Arcade Fire

Columna quincenal publicada en Esquisses.
Viernes 22 de noviembre del 2013.
Reeditada



¿Cuántas veces será necesario escuchar un disco para escucharlo bien? ¿Qué significa, realmente, decir que un disco está «bien hecho»? ¿Cómo explicar con palabras, que aunque hayan canciones «malas» en un disco, sirven para contrarrestar y complementar los sonidos del resto de canciones «buenas» del mismo paquetito? ¿Cuál es el criterio, justificado y solemne, para decir que todo importa tan poco en términos de arte; porque al final, todo es impulso, instante y olvido? ¿Cuánta música será suficiente escuchar, para escribir un texto, que al menos pueda interpretar lo que se quiere decir sobre lo que otros hicieron de manera distinta y en otra época, con sus dificultades y sus bondades tecnológicas? ¿Qué tanto valdrá la pena «hablar» de música?

Estas preguntas, y otras tantas, son las que me hago constantemente cuando escucho un disco nuevo. Y sí, Arcade Fire, los megadioses canadienses del Olimpo musical contemporáneo, no son la excepción.


Reflektor, su nuevo disco (y además doble), era el disco más esperado del año, y además, la respuesta a muchos de los paradigmas musicales que se plantearon los críticos de música después de discos como RAM de Daft Punk, AMOK de Atoms for Peace, Shaking the Habitual de The Knife o AM de Arctic Monkeys. Sobre todo, por la participación de James Murphy (LCD Soundsystem) como co-productor y David Bowie como músico invitado. Y además, por la coartada retrospectiva que suponía el disco.



 
Pero bueno. Les dejo estas interrogantes a la deriva: ¿Ya lo escucharon? ¿Qué tanto les gustó? ¿Será un Dark Side of the Moon, un Kid A, un Pet Sounds, un Revolver, un Talking Heads: 77, un London Calling, un Unknown Pleasures, un Highway 61: Revisited, un The Chronic, un Is This It?

Esta pregunta no tiene respuesta. Lo que fue, fue. Y además, es indeleble, pero también necesario. Eso es lo que importa. El instante. El presente. Este regalo.

Y bueno, Reflektor es un gran regalo para la humanidad.



APROXIMACIONES, EXCESOS Y MALOS HÁBITOS


Este es mi experimento sobre Reflektor: 69 minutos de escritura automática, experimental y crítica, al mismo tiempo que escucho el disco en tiempo real y tomo una botella de vino. A ver. Démosle «play», y que la música juzgue su efecto, pista por pista.
1. Reflektor: Disco. Mucho disco. Lo mejor de la música disco de finales de los setenta. Pero más Devo y Chic. Eso sí, la conexión vocal entre Win y Régine es impresionante. Un zumbido de baile, y percusiones escondidas (el mejor secreto de James Murphy en canciones de LCD Soundsystem) que se mezclan con una lírica punzante, meinstreim y esdrújula. Esto último, culpa de David Bowie, a quien me imagino bailando con su traje de Ziggy Stardust y muchos adornos glam alrededor. Las trompetas: alucinantes. El piano: puntual y donde debe de estar. Eso. Así es la presentación del disco, cada sonido está pensado minuciosamente. Algo parecido a Neon Bible y Funeral, dos de los mejores discos de los últimos diez años.

2. We exist: Funk, pero mucho más melodioso. La base rítmica del bajo es retórica y exquisita. Los coros: perfectos. Pero le falta algo, un no sé qué, una distorsión, un estallido amorfo. Lo mejor es esto, a partir del minuto cuatro todo fluye. Recuerdos new wave, grabaciones tenues, afloraciones de Psychedelic Furs, Yoko Ono y tantísimo más. Qué rica rola. Para hacer el amor, pues.

3. Flashbulb eyes: Dubstep, pero más tranquilo. Viejito, sucio, como pensando desde el futuro. Pareciera marimba lo que suena de fondo. Una explosión rítmica que me recuerda a mis mejores viajes de LSD o fumando hachís en San Pedro frente al Lago de Atitlán. Puro repertorio de imágenes.

4. Here comes the night time: Así es. La noche y su esplendor. La noche y su turbulencia. La noche y su jolgorio. La percusión pareciera sacada de una noche en el Caribe, en la playa más escondida, en la fiesta más básica. Pero eso sí, todo está cabal (culpa de James Murphy). Los efectos y adornos parecen gaviotas sobrevolando el mar. Me encanta. Es como indagar en raíces latinas (ya lo hicieron Los Amigos Invisibles hace más de diez años), que nosotros, los latinos, conocemos muy bien pero olvidamos. Yeah, Bowie de fondo. Qué rico. Pero acá va, de nuevo, después del minuto cuatro. Atentos. Es como una borrachera. Esto ya lo he escuchado y vivido. Helicóptero tremendo. Muy The Clash. Muy… The Clash, The Clash, The Clash. Hasta la voz de Win Butler suena tan parecida a la de Joe Strummer. Digo, hasta los chiflidos. Pasemos a otra.

5. Normal person: Suena a algo que conozco. Obvio. A algo que he escuchado antes. ¿Talking Heads? ¿Bowie? ¿Rolling Stones? ¿Billy Idol? ¿Brian Ferry? Bueno, no importa. La rola suena intensa y rica con distorsiones tipo The Strokes y sonidos tipo OK GO, Beck y tantas otras delicias. De lo que va hasta el momento, la más pesada… Uf, está sonando el coro. Me encanta. Lo pongo en mayúsculas: ME ENCANTA. Pesada, como las mejores canciones de Arcade Fire en sus discos pasados, pero insisto, con la genialidad de JM (James Murphy) detrás. Curioso: las mismas iniciales de lo mejor de lo mejor, quiero decir «Michael Jackson, Michael Jordan, Magic Johnson, Mick Jagger». Este disco es un homenaje al pasado, pero hecho desde adentro, como el maestro MJ lo sabe hacer. Lo mejor son los últimos dos minutos. Yeah.

6. You already know: ¿The Cure? ¿Lovecats?

7. Joan of Arc: Glam de los setentas, antes del progresivo y después del disco. ¿Cómo se llamaba aquel inglés? Mierda, no recuerdo. Bueno, a pesar de la intro, que es punk (The Voidods, The Exploited, etc.), esto suena a lo mejor de música de introducción de partidos de baloncesto gringo o hockey canadiense. En fin, no me provoca ni me mueve. Punto menos, o dos, o tres, o hasta cuatro. Gary Glitter es el compa, ya me acordé. Sí, aunque por momentos suene a una especie de tributo a lo mejor del punk oscuro, que es lo que quiero escuchar ahorita, porque me parece mucho más honesto, suena «bien», pero aburrido, digo, nada del otro mundo. Quiero quitar el disco y escuchar Sex Pistols, Buzzcocks, Dead Kennedys, Misfits, Television. Hasta prefiero escuchar Blondie y el último disco de Franz Ferdinand, que suena mucho más fiel al sonido típico de los escoceses.

8. Here comes the night time II: Ya me aburrí. Homenaje «híperrecontratardío a la música clásica y a la coral». Prefiero Portishead o These New Puritans.

9. Awful sound (Oh Eurydice): ¿Hey Jude con Velvet Underground?

10. It's never over (Oh Orpheus): Por fin apareció «el sonido de Arcade Fire». Digo, todo lo que he escuchado es un homenaje a la música vieja, una especie de viaje retro a través de James Murphy, a quien sí, lo admiro, porque LCD fue un proyecto (y una disquera: DFA) que le abrió las puertas a sonidos salvajes como Friendly Fires, Hot Chip, The Rapture, Yeah Yeah Yeahs, etc., etc., etc. Pero bueno, lo que importa es esto, que en esta canción suena lo mejor de Arcade Fire. Hablo del sonido de aquel memorable y hermosísimo: Neon Bible (su mejor disco), pero también a la intención (pop-folk-indie-barroca) de querer sonar a algo mejor: The Suburbs. Un disco salido desde la «rebelión» y lo intrínseco que puede significar tener por héroe a Bob Dylan, David Bowie, pero también a Brian Molko. Pero bueno, no diré más que esto: Ódienme, No Cars Go, Wake Up y Rebellion juntas suenan mejor que todo el disco completo.

11. Porno: Obvio, otra canción retro. Digamos, lo más viejo (en electrónica) de Depeche Mode y Kraftwerk, desde la nostalgia más poderosa de James Murphy. Quien es el culpable de este manojo de sonidos bien elaborados y minuciosamente acoplados.

12. Afterlife: Otra vez el caribe. Qué rico. Pareciera que los canadienses, con sus inviernos mierdas y duros, decidieron pasar algunos meses en Puerto Rico o Las Bahamas, como en aquella sesión (excesiva y memorable) de los Happy Mondays, envueltos en crack, jachís y coca. Pero bueno, esta canción está chilera. Dan ganas de bailar y gritar. Pero otra vez, suena mucho a James Murphy, ¡mierda! No le quitaré el mérito de hacer de este disco una cosa salvaje, histriónica, genial y fundamental. Me gusta el sonido del tecladito de fondo y la guitarra distorsionada, los coros, la voz parecida a Bowie, la armonía. Pero sí, lo hablaba con mi crítico de música favorito (Pablito, tocayo como yo). Le falta algo. Algo tipo Morrissey (a quien Win Butler, canadiense como Tokyo Police y Fiest) quiere sonar. Pero no, querido, Morrissey es Morrisey. Y punto. Al final, me quedé a medias. Otra vez The Clash. Este disco es un homenaje retórico a lo viejo, a lo que realmente cambió la historia de la música. No Nirvana, no Sonic Youth, no Pixies. Pero sí.

13. Supersymmetry: ¿Dance Yrself Clean de LCD mezclada con Boards of Canada? Bueno, no importa. La letra está buena, también los coros. Y bueno, si son bipolares como yo, a partir del minuto tres viene lo mejor. Es mi favorita del disco, aunque un poco floja. «Gran finale» para un disco, eso sí, pero que aclaro, no significa el «mejor disco del año». ¿Existe eso de «mejor» o «peor»? Pero bueno, cada quien a lo suyo. Yo me voy a escuchar punk, digo, algo más honesto y no tan rebuscado. Esto fue una catarsis de música, y también, por qué no, una aproximación. Adiós.

jueves, 7 de noviembre de 2013

POLAROIDS MUSICALES: Música para barriletear


Así es, noviembre sugiere muchas cosas.

A ver, empecemos por lo evidente: finalizó el invierno, y ése malestar de deseos guardados en remojo, lo tiene a uno harto. Entiéndase bien: HARTO, en MAYÚSCULAS y negrita. Digo, para qué mentir. La lluvia será muy linda, y todo lo que quieran, es decir, trae esperanza, verdor, vitalidad y sobre todo agua -que siempre es necesaria–. Pero cansa. Nos nos dejemos engañar. Vivir en el trópico es atractivo y ventajoso, pero también es castigo, y diluvio eterno, y encierro obligatorio, y desesperación infausta, dañina, perenne, maldita.

Quiero decir: «Seis meses de lluvia, ¡ya son suficientes!».

Pero bueno. Volvamos a noviembre y a su infinito abierto, condensado, delirante, aterido. Es cierto, noviembre es un ventilador encendido, un celaje y una ventisca de puras melancolías. Pero también es un barrilete. Y una diáspora. Y una sentencia. Y un azul profundo. Y una bufanda lista para abrigar todas las formas de cariño entreabiertas y encubiertas.

No digo esto por afán poético, aunque noviembre, sí, lo pone poético a uno, aunque uno no quiera. Sólo basta con ver el cúmulo de signos que habitan al susodicho, digo, porque noviembre también es un cuarto lleno de fantasmas y un alarido de promesas olvidadas, de estaciones, sabores y aeropuertos. Aunque también, y en eso no quiero parecer enardecido, hay que recordar que el mes abre con el Día de Todos los Fiambres, y luego, con el Día de Todos los Difuntos, o los muertos, o las ánimas, o como quiera usted llamarle. A lo que voy, es que se celebra a la muerte, al Mictlán, al Tlalocán, al Xantolo, a Xibalbá. Y esto supone, despojarse de todo el presente por un solo día a través de ofrendas, flores y rituales. En otras palabras: sufrir, llorar, resignar, ofrendar, perdonar, olvidar y luego respirar.



Ese es el misterio de la velita encendida de noviembre. Rezar por la vida, por la sanación, por la sensación, por la humilde llama del transcurso, por el fuego interno que corre y nos corroe. Quiero decir, noviembre es para celebrar la vida después de la muerte, después de la tormenta, después del diluvio, después de los pijazos del año entero. Es perfecto para ir a los festivales de arte, de cine, para asistir a las presentaciones de libros certeros, para salir a la calle, para caminar por el parque, para viajar, para salir de la ciudad. En ese sentido, noviembre es hermoso. Es un recién nacido que ya sabe hablar. Es una palestra de conversaciones nuevas, de libros recién abiertos, de fiambres obstinados, de vacaciones esperadas, de abrazos desbordantes, de mucha piel y música para volar.


Por todo esto, y lo otro –lo que se descubre en ese intervalo de lo que dura una canción o lo que dura noviembre–, acá va una selección de seis discos para barriletear como usted quiera. Como se le antoje. Como se le de la regalada gana antes de que llegue el cueterío, y el tráfico, y los convivios, y las bombas de fin de año que todo lo ciegan y ensucian.



FRANZ FERDINAND: Right Thoughts, Right Words, Right Action
Disco hecho para lxs fiesterxs, lxs rocanrolers, lxs que les gusta el buen sonido postpunketo y el buen dancin a deshoras. Disco conciso y revuelto, con destellos de dance-punk y disco-funk, esos sonidos ya característicos de la banda. Can’t stop feeling, la arista más sublime, una mezcla de Donna Summer, Moroder y LCD Soundsystem. Puro ritmo. Puro ritmo. Puro baile. Puro placer. Además, tiene un segundo disco con pistas en vivo. Nada mejor que eso.


ZOÉ: Prográmaton
Disco suavecito y lírico. Hecho para lxs enamoradxs, los rxmánticxs, lxs posesivos, lxs intensxs, lxs que guardan las uñas y rompen las tuercas del amor en un abrir y cerrar de ojos delirantes. Arrullo de estrellas, Panoramas, Andrómeda y la de Shangai son el ejemplo. Espacial y sintético, amoroso y tierno como el Unplugged, pero nunca sicodélico, ácido y trepidante como Memo Rex o Reptilectric.


MOBY: Innocents
Moby siempre sonará a Moby, es una regla. Este disco, como toda su discografía, es para lxs tristes, lxs melancólicxs, lxs yoguis, lxs amantes de la naturaleza, lxs que sueñan una epifanía a través del gospel y la electrónica. Lxs que aman ver las nubes y el cielo. Lxs que destilan amor por la humanidad, y perecen, sutilmente, en su bipolaridad de seres solitarios perdidos entre la muchedumbre. Disco obligatorio para que truene en el carro. Sublime y melodioso como Play (con sus B-Sides), pero con más colaboraciones y menos eco.



BOHEMIO: Andrés Calamaro
Hace tres años tembló La Ermita. Hoy tiemblan los parlantes con el mismo sonido. Es un disco que revitaliza al Andrés que todos conocemos (Alta Suciedad y Honestidad Brutal), en el que deja los covers, los demos, las cumbias, los tangos, los boleros y todos esos adornos –bien logrados– que lo hicieron dejar por unos años el buen rocanrol. En pocas palabras, es un disco hilvanado con canciones básicas y juegos de palabras, típicos del Salmón dylanesco, que deleitará a lxs calientes, lxs enamoradizxs, lxs bohemixs, lxs bluserxs, lxs borrachxs. Una buena dosis de música selecta, exclusivo para fans del rock de Andrés. Rehenes, Plástico fino e Inexplicable, son las joyas que lo redundan. Pareciera que Andrés volvió a las andadas de madrugada y a las letras express, esas que se escriben en cinco minutos bajo algún estimulante.


PHOENIX: Bankrupt!
Para lxs poperos, lxs retro, lxs melódicxs, lxs que bailan punchispunchis pero también escuchan Timbiriche o Kraftwerk, lxs del bar al after, lxs de tachas y drogas de diseño, lxs que se persignan cuando suena una tediosa bachata, lxs que odian el reguetón más sucio pero lo bailan, lxs que sueñan con un mundo más limpio, lxs que alucinan con Empire of The Sun, Yo La Tengo y Arcade Fire. En fin, Bankrupt! se aleja de los sonidos de su primer disco, Wolfgang Amadeus Phoenix, pero reafirma con esta oda a los sintetizadores, y al new wave, el mejor pop hecho en Francia de los últimos años. Don’t y Entertainment lo confirman.


ARCTIC MONKEYS: A.M.
Este disco comprueba que la rebeldía del adolescente punketo, ya quedó atrás en Brian Turner y compañía. A.M. está lleno de sensualidad, delicadeza, equilibrio y precisión. Es un disco para lxs amantes del buen rock setentero, pero también, para lxs que huyen del fenómeno masivo del indierock actual, en el que todo es mainstream y bomba de terciopelo luminosa. Un lujo de disco, como lo he dicho varias veces entre amigos, perfecto para empezar con Fireside (carretera al puerto), y terminar con Knee Socks o Do I Wanna Know? sobre el colchón más cercano de los humedales.



Columna quincenal publicada en Esquisses.