jueves, 27 de diciembre de 2012

ADIÓS 2012: Te quise, pero te olvido.

"Sólo viviendo absurdamente se podría romper alguna vez este absurdo infinito". (Julio Cortázar, Rayuela, Capítulo 23)

El próximo año se cumplirá medio siglo de haber sido publicada: Rayuela, de Julio Cortázar. Una novela que nos daría largas páginas de análisis y ensayos académicos sobre su narrativa. No hay dudas que Julio nos estaba adelantando a una época de hipertextos, escritura exponencial y otros tantos mecanismos estilísticos que bien podrían adaptarse a esta era de interacción masiva, redes sociales e Internet.
La primera vez que este libro me llegó a las manos, fue alrededor de 1996. Recuerdo que estaba por salir del colegio y solía llevar mis libros dentro un morral típico, al lado de mis libretas de apuntes y uno que otro cigarro roto. Aún conservo esa edición entre mis libros. La aprecio mucho. Tiene un sin fin de anotaciones, rayones, poemas, dibujos y la pasta está totalmente despedazada. La verdad, no sé cuántas veces la habré leído, quizá cinco o más veces (de cada una de las maneras en las que se puede leer el afamado libro: Del lado de allá, Del lado de acá y De otros lados). De sus capítulos recuerdo muchas frases, muchos parajes, muchos símbolos, mucha matemática imprescindible, los personajes, el híbrido poético-narrativo, la pulsión en el corazón solitario. Lo primero que se me viene a la mente es el laberinto en el que por momentos se transforma, y termina por volverse en una especie de juego amorfo que más bien parece una maraña web, que te lanza de un rincón a otro, sin el mayor de los peligros. En pocas palabras: la cultura hipertextual de hoy en día (Ya Radiohead lo hizo magistralmente en su webpage hace más de una década, otros grandes adelantados). Esto, me hace suponer que hay novelas que de alguna extraña manera están conectadas por una delgada fibra óptica que las atraviesa sin darnos cuenta. Rayuela, es sin lugar a dudas un universo de posibilidades y una estrategia literaria para romper con los géneros y todas sus consignas. En esto, Julio estaba adelantado a su época. Rayuela es un parteaguas que cambió el panorama de la narrativa latinoamericana y la hizo añicos. Ninguno de sus contemporáneos del Boom latinoamericano lo pudo haber hecho mejor, incluyo a Márquez, Asturias, Vargas Llosa, Donoso, Fuentes o Lezama Lima.
Partiendo de esa premisa, Rayuela nos hace reflexionar, atemporalmente, sobre el futuro de la literatura actual, tomando en cuenta que vivimos en una era super veloz en la que la información está al alcance de todos y la erudición es un mito comprometido del siglo pasado, que superpone las facilidades de nuestro tiempo: El Internet.
 
Esto me hace pensar, en que hace algunos días publiqué mi nuevo libro: SPAM (Vueltegato Editores, 2012), que es una novedosa y arriesgada manera de presentar una narrativa poética, descriptiva o visceral. La idea es crear hipertextos entre la poesía y la novela, utilizando la crónica autoreferencial como punto de partida. Así, nos vamos diluyendo en una nueva manera de concebir la literatura, una especie de viaje íntimo por el autor y su época. En este caso: mis gustos musicales, mis gustos literarios, mi cotidianeidad y todo el mapa que trazo a través de las redes sociales (Twitter, Facebook, Blogger) a lo largo de seis meses. Esa intimidad, que sin lugar a dudas, me deja desnudo y con el vasto peso de la mirada del espectador encima de mis días, y mi contexto.

SPAM (1. Correo no deseado o eso que queremos borrar todo el tiempo y 2. MAPS a la inversa o todo ese mapa que dibuja mi existencia), al final de todo, es sólo un experimento y por lo mismo, no se hizo un extenso tiraje editorial de imprenta. Sólo hay 100 copias hechas a mano, de las cuales 50 ya están reservadas y vendidas, las otras 50 están en espera de reservarse para una exposición multimedia que presentaré en el 2013. La idea era hacer de cada libro un objeto, un diario, un cuaderno de autor, una pieza única. Por eso me entusiasma mucho cuando veo a alguien que todavía escribe en cuadernos, aunque haga borradores o dibujos, y aún no se haya involucrado por completo en el rigor de la escritura diaria, que es lo que hacemos ahora todo el tiempo frente a la pantalla, viendo videos en YouTube o dándole Like a las fotos de l@s novi@s/exnovi@s de nuestros "amig@s".

 
Por eso los invito a conseguir un cuaderno para este 2013 que está a la vuelta. Consigan un cuaderno cualquiera y revisítenlo cuando lo terminen, en vez de pasar todo el día revisando el Facebook. Es super recomendable, divertido, y además sano para el corazón y la cabeza. Ráyenlo, háganle anotaciones de todo tipo, escriban su día a día, anoten los tuits y estatus que postean, dibujen, peguen cosas, saquen sus demonios, jueguen, diviértanse, peleen, sufran, lloren, etc. Hagan literatura sobre el papel propio, porque el papel, es algo subestimado que poco a poco irá desapareciendo en estos tiempos de Tuits, Likes y comunicación mediática.
Disfruten escribiendo sobre cualquier cosa durante su 2013. No hay que perder el tiempo, ni mucho menos la paciencia. Adiós 2012. Bienvenido seas 2013.

jueves, 20 de diciembre de 2012

FRASES INGENIOSAS para esta navidad-baktun

    

  1. Yo a usted como que lo conozco de otra era, fíjese.
  2. Un hipster y un baktuneano se encuentran: Amor de moda.
  3. No nos gusta cambiar, pero nos encanta que nos lo impongan.
  4. Antes de que el mundo se acabe, me quiero volver a tatuar mi nahual, pero con colores chintos de fin del mundo.
  5. Telésforo Guerra es un profeta de la Nueva Era.
  6. Ya que el mundo se va acabar, tomemos mucha Quetzalteca y hagamos el amor en Iximché o Kaminal Juyú toda la tarde del 21 de diciembre.
  7. Somos los hijos de la Nueva Era.
  8. ¡Puta, cerote!, te acabaste toda el guaro del Baktun.
  9. Desde la primera vez que te ví, supe que teníamos que pasar este Baktun juntos.
  10. Gracias a los Mayas, vos y yo nos conocimos.
  11. Tu abrazo es mi refugio, mi epicentro, mi templo Maya.
  12. "Querido Santa, yo quiero un par de pirámides y un teletransportador de juguete para esta Navidad".
  13. "Mijo, te compré un chingo de inditos para que jugués al fin del mundo".
  14. "Ey, mija, mirá este Gran Jaguar que compré para tus muñecas. Está bien chulo, ¿verdá?".
  15. "Papi papi, quiero que me comprés un perrito para Navidad y le pongamos de nombre Baktun".
  16. En inglés: "Back-to-Tun", "Tun, come back Tun" y "All i want for Christmas is a new Baktun".
  17. Dramático-musical: "Tun-Tun-Tun-Tun".
  18. Yo te doy mis dos pirámides perfectas, vos dame tu asteroide de inframundos, tu celestial imperio de dioses mayas.
  19. Mi era se acabó con tu Baktun.
  20. Después del Baktun, sólo nos queda el silencio y un chingo de basura por los cuetes.
  21. Este año Santa vendrá vestido de Maya, y montado en un cometa.








    jueves, 13 de diciembre de 2012

    COSAS DE OFICINA

    Adornitos rojos y verdes en los escritorios. Salvapantallas navideños. Una taza con chocolates gringos de última hora. Intercambio de regalos. Los bombones. Mensajitos de texto. Postits anónimos pegados en la computadora. Almuerzo con el jefe. Dos horas de motel. Medias rotas. Tacones rojos. Tráfico isoportable. Aire acondicionado. Un último beso. De vuelta a la oficina. Servilletas con dibujos. Vino de caja. El paquetón de cervezas. El gordito de ron. Cocacolas al tiempo. Hielo en bolsa. Vasos plásticos. Vejigas rojas. Algodón de barba. Canastas navideñas. Mesas plegables. Sillas plásticas. Los de computo estresados. Las secres más coquetas. Los de administración viendo nalgas. Las de comunicación hablando del shopin. La llegada de visitas. Los últimos clientes. Los abrazos navideños. El reguetón en la radio. Los de la disco con las luces. Los cables y el micrófono. Las bocinas con bachata. Los primeros en llegar. Los manteles estampados. Los guiños de ojo. El estrés de la señora de limpieza. Los primeros tragos. Los primeros bolos. Los chismes. El relajo. Las botellas vacías. El agarre nuevo. Las metidas de mano. Las llamadas de última hora. El jefe claveando. Las secres bailando. Los celulares perdidos. Las bolsas tiradas en el piso. El Santa Clos borracho. El karaoke hasta las once. Los de la disco empacando. Los dormidos en la mesa. Los prendidos en el baño. Las palabras del jefe. Las palmaditas en la espalda. Las palmaditas en la nalga. Los chocolates. El pintalabios. El cierre de la oficina. La noche triste. Los tristes. Los alegres. Los suéteres tirados. Las llamadas perdidas. El aliento a guaro. Las discusiones. Las despedidas. El último abrazo. El Convivio.

    viernes, 7 de diciembre de 2012

    PARADOJAS: diciembre

    Sacar el suéter. Guardar las sandalias. Quemar el diablo. Regar el pino. Hacer el ponche. Abrir el pache. Visitar la virgen. Ver las luces. Sufrir el desfile. Lucir la bufanda. Rondar centros comerciales. Tomar las fotos del árbol. Visitar la iglesia. Sufrir el tráfico. Sortear las calles. Ir de shopin. Salir del convivio. Correr a última hora. Derrochar el aguinaldo. Aguantar la resaca. Evitar el accidente. Pagar la mordida. Comprar las luces. Acuñar el árbol. Estirar el musgo. Separar el azerrín. Sacar los santos. Tapar el pesebre. Encender la veladora. Colocar los adornos. Escuchar la posada. Cantar los villancicos. Sufrir más resaca. Romper las nueces. Conseguir la manzanilla. Adornar con chichas. Cortar patas de gallo. Regar las pascuas. Sacar las ovejas de tuza. Empacar los regalos. Morder las manzanas. Hacer galletas. Gastar los ahorros. Esperar el Bak'tun. Vestir el estreno. Romper las canastas. Abrir los regalos. Jugar el videojuego. Peinar a la muñeca. Manejar el deportivo. Lucir la cirugia. Encender los cuetes. Colocar la veladora. Rezar el padrenuestro. Quemar las estrellitas. Emborrachar al primo. Estresar a la familia. Quemar más estrellitas. Contaminar el aire. Cortar el pavo. Encender el tocadiscos. Sonreír en familia. Brindar con vino. Escribir correos. Recibir correos. Hacer llamadas de larga distancia. Enviar mensajitos de texto. Tomar las fotos. Dar el abrazo. Postear en Facebook. Felicitar en Twitter. Besar en la boca. Besar en la frente. Besar en los ojos. Besar en las manos. Abrir más regalos. Pinchar globos. Saborear el tamal. Tomar antiácidos. Recoger la basura. Limpiar la acera. Amontonar las bolsas. Tirar las latas. Preparar micheladas. Clavear en la reunión. Dormirse en el carro. Encender más cuetes. Vaciar la tolva al aire. Decir estupideces. Insultar al taxista. Endeudar a la familia. Topar las tarjetas. Respirar el silencio. Llorar a alguien. Recordar el pasado. Maldecir el tráfico. Mentirle al suegro. Abrazar a la suegra. Cargar a los primos. Quemar canchinflines. Aplicar pomada. Lamentar la quemadura. Sacar la calzoneta. Echar doble llave. Hacer panes con pavo. Aguantar más resaca. Encender otros cuetes. Hacer bromas pesadas. Beber más cerveza. Caer en el sofá. Comprar en línea. Vaciar la refri. Salir de la ciudad. Festejar en otro idioma. Vestir algo rojo. Meterse una pepa. Vaciar un colmillo. Fumarse una onza. Perder la billetera. Bailar con tu exnovio. Abrir el vino espumoso. Brindar por la vida. Contar las uvas. Pensar en diez propósitos. Mentirle a la esposa. Mentirle al esposo. Mentirse a uno mismo. Esperar. Esperar. Esperar. ¿Esperar qué?

    viernes, 30 de noviembre de 2012

    ACLARACIÓN de urgencia para un b'aktun

    Sí por casualidad has pensado en ponerte hasta las chanclas la noche del 21 de diciembre, mientras bebés todo un arsenal de botellas o vasos plásticos al ritmo de La Macarena, y todos tus amigos te sirven mezclas exageradas de tequila y fumás todos los cigarros que jamás fumaste, irremediablemente, hasta caer en un trance ensordecedor de humo, luces y borrachera.

    Sí por casualidad has pensado en refugiarte con rezos insistentes, frente a un altar de un templo católico, presbiteriano, evangélico, o en un bosque de pinos, lejos de toda la civilización, pensando que la distancia y la soledad, quizá, te protejan del "Fin del Mundo", ese que la televisión y los programas sensacionalistas tanto publicitan a diario.

    Sí por casualidad has pensado en lanzarte de un puente, cortarte las venas, vaciar el botiquín de emergencia de tu casa con una ingesta diabólica, o has planeado, con tus cuates, un suicidio colectivo después de una orgía memorable para esa noche tan especial que los Mayas describían en el Popol Wuj como el final de la era del maíz y el inicio de una renovación constante, y erótica y hedonista y honesta.


    Sí por casualidad has pensado en todo esto, o en otras ideas más descabelladas o cursis o fatalistas. No lo hagás. Es en serio. No es broma.


    Esa noche, encerrate en donde más te plazca. Prendele fuego a todos tus odios y malas costumbres. Agarrá un libro, comé chocolate y/o acariciá a tu pareja –puede ser tu mascota–. Después de eso, pensá en todo lo que tenés que mejorar de vos mismo y sonreí.

    Sonreí hasta que te duela el rostro de felicidad y llanto. Prometete dar lo mejor de vos para tu país, tu equipo, tu familia o tus amigos. Pero hacelo en serio, no te des pajas.


    Eso. Eso es el verdadero fin y principio del mundo: Vos mismo.


    Lo demás, no importa. Son puros cuentos.





    Publicado en Fash GT.

    viernes, 23 de noviembre de 2012

    ÚLTIMOS DESEOS antes del fin del mundo





    Dentro de un mes todos estaremos chamuscados, fritos como Pollo Pinulito y tostados hasta el corazón como anticuchos peruanos. El asteroide homicida que dijeron los escépticos, la luz apocalíptica de la que hablaron los extremistas religiosos, el cambio de era de los más espirituales, el terremoto masivo de los geólogos contemplativos, el cambio climático de los científicos proféticos, con sus olas eternas y gigantes, o la venida del Anticristo con sus caballos y trompetas según los dogmáticos; nos habrán dejado con los colochos hechos y las ganas de hacer muchísimas cosas que siempre nos prometimos y nunca hicimos. ¡Pinches Mayas, yo que quería publicar a Eduardo JuárezManuel Tzoc en Vueltegato Editores para el 2013!
    Por eso mismo, al mejor estilo budista zen contemporáneo, hay que desapegarse de cuanta basura nos esté estorbando y de cuanto bien material no nos esté dejando ser felices y libres. La idea es sencilla. El día a día nos aturde con sus devaluaciones, decisiones, tormentos, deudas, horarios, marido, esposa, amante, vecinos, noticias, Emetra, Otto Pérez, pésimos locutores argentinos, chismes de barrio, precio de la gasolina, la guerra entre Palestina e Israel, el frío de noviembre, etcétera, etcétera, etcétera. De eso no hay duda. Vivir es cansado y jodido. Aburre, pues, dirán los menos optimistas.
    Pero piénselo bien. ¿Qué haría usted si le dicen que tiene menos de 30 días de vida, 28 para ser más exactos, porque la humanidad va a colapsar como una bola de papel yéndose por el inodoro? ¿Qué haría? En verdad, ¿a dónde se iría?, ¿renunciaría al trabajo?, ¿besaría a su prima?, ¿asaltaría un banco?, ¿incendiaría la Muni? Piénselo bien. Respire profundo y piense detenidamente:

    ¡¿Qué carajos haré en mis últimos 28 días de vida?!
    Tome decisiones. Haga números. Escriba un inventario. Decida lo que se le antoje. Piense en sus hijos -si los tiene- o en su mascota. Piense en sus familiares que viven lejos. Piense en la mujer o el hombre con quien siempre quiso algo. Piense en el carro o el viaje de sus sueños. Piense cuánto dinero tiene en el banco. Analice la situación con su pareja o su trabajo. Analice la situación legal en la que está involucrado. Piense detenidamente, qué es lo que siempre ha querido y nunca ha obtenido. También medite sobre sus obligaciones, si las tiene, y piense si valen la pena o no, porque el mundo se va a acabar así como película de Hollywood. Ya no hay vuelta atrás. La esperanza de que un planeta superhéroe nos salve, es nula e idiota de tan sólo pensarla. La Tierra, Gea, Casa, Madre Tierra, nuestro planetita del Sistema Solar o como diablos le quiera llamar, se va a derretir o desaparecer o entrar en un agujero negro en lo más recóndito del Universo hasta que... ¡KAPUT!
    De eso no hay duda. Usted tiene 28 días y una hoja en blanco para decidir qué quiere con sus últimos días de vida. Es como una desintoxicación de lo que siempre ha vivido y siempre ha tenido. Usted tiene 28 días para empezar de cero y vivir al máximo o sencillamente sentarse a esperar a que le jalen las canillas. El conteo empieza hoy. Cambie su vida, o al menos los últimos 28 días de su vida, drásticamente.
    En mi caso, ahora que lo pienso bien, me gustaría hacer muchísimas cosas, pero no le quiero abrir mi corazón a usted, que es un extraño y lo conozco muy poco. Entonces sólo le dejo algunos ejemplos para que se inspire y haga su lista personal. Algo sí le pido, no exagere, sea honesto con sus deseos. Pedir que un Policía de Emetra razone, después de haberle puesto un cepo por bajarse a hacer cualquier cosa por 5 minutos, es imposible. Hay cosas que nunca cambian y pedirle lógica a un Emetro, es algo imposible.

    Pero bueno, estos son mis ejemplos.
    1. Primero, llamaría a Morel o a Osmara para que me tatúen la espalda y brazos en una sesión intensa de un día. No toda la espalda, ni todos los brazos, claro, sólo algunos tatuajes específicos que siempre he querido.

    2. Después de estar pimpeado, iría a un banco a pedir un préstamo enorme (que nunca pagaré, claro), para irme a viajar por Oceanía, Nepal, Japón, República Checa, India, Grecia, Hawaii, Perú, Brasil, Colombia, Bélgica y todos esos lugares que no conozco. El viaje tendría que ser de 20 días, porque no me quiero pasar de avión en avión mis últimas horas. Que el banco no me de el préstamo, no es opción, pero bueno, siempre hay Plan B: Anarquía.
    3. Ya con 21 días gastados, robaría una Range Rover de algún concesionario y la llenaría de vinos, quesos, panes con especias, embutidos finos, cervezas alemanas, drogas de diseño, cuchillos, tablas, estufa portátil y  telescopio. Manejaría rumbo al Lago de AtitlánLaguna Lachuá o Laguna de Yaxhá, a pasar 4 días solo (aunque acompañado sería mejor) para ver las estrellas y dormir sin soñar con trabajo, ciudad, ruido, obligaciones. El  viaje me duraría 4 días, no más. Quedarme allá es una opción. Llevarme a Faso, el huskie de mi familia, también es opción, aunque no quiero estresarme cuidando perros.

    4. Si regreso a la ciudad, convocaría a mis amigos más anarquistas por medio del Facebook e incendiaría junto con ellos los edificios públicos del Centro Cívico (en especial el de la Muni, con algunos funcionarios y diputados dentro) y algunos árboles que están frente a la Escuela Nacional de Artes Plásticas, para que la fogarada sea sublime y nos calentemos todos juntos, así invitamos a vagabundos que viven en la calle y no sufrimos de frío. Luego subiría a la terraza del hermoso Teatro Nacional y amplificaría, con un equipo de bocinas para conciertos masivos (patrocinado por Farnes, de Bad Attittude), la música que más me gusta para que se escuche desde cualquier rincón del centro. Invitar a bandas a que toquen en la terraza, también es una opción. La logística estaría a cargo de Jorge Rodas, de CREA, y las tres bandas nacionales que pediría como requisito son: La Tona (con Alexis, claro), Tiananmen (para que toquen The Cure) y El Gordo (pero con banda).

    5. El último día, 21 de diciembre, la pasaría con mi familia e invitaría a algunos amigos a cenar (Ana, Javier, Pablo, Ana, Juan Pablo, Marré, Leslie, Eva, Nella, Fede, Juevez, Toro, Pedro, Paco, Titi, Guicho y otros). Les cocinaría algo especial y pondría música de Alex Hentze para ambientar, mientras bebemos vino (drunk texting y drunk dialing son opciones necesarias, luego de algunas copas). Después chatearía con mis amigos: Salvador Luis, Daniela Camacho y Luis Cháves que viven en otros países, y nos reiríamos de algunos chismes literarios. Después de un rato, encendería el televisor para ver las noticias del fin del mundo, y sería un gustazo encontrarme con las curvas de Marisol Padilla, la presentadora del clima de Guatevisión, hablando de que se esperan fuertes vientos del norte para la noche de mañana, viernes 22, y días calurosos para el resto del fin de semana.


    jueves, 15 de noviembre de 2012

    TRES COLORES, cuatro techos y mucha poesía

    FOTO: Algunos cuadros de Francisco Tún
    La primera vez que escuché hablar de Francisco Tún, fue en una galería de arte que quedaba en zona 10, junto a un minimercado de verduras y vinos italianos, hace más de quince años. Lo recuerdo bien, porque ahora que lo pienso, hubiera sido tan fácil regresar a casa ése día y encender la computadora, abrir el explorador y googlearlo como lo hubiera hecho si hubiese sido anoche. De haberlo hecho, seguramente me hubiera encontrado con muy poca información o casi nada, ninguna imagen, ningún hipertexto. Nada. Para esos años, la Internet (esta enciclopedia infinito-universal) era algo todavía misterioso y no muchos teníamos acceso a ella. Era como un juguete caro, que no encontrabas en cualquier parte. Ahora cualquiera puede buscar las palabras "oxímoron" o "isodinamia", y saber que son figuras literarias que comúnmente usamos al hablar sin darnos cuenta.



    Pero bueno, a lo que iba es que desde la primera vez que escuché el nombre Francisco Tún, sencillamente me atrajo. No sé si fue el apellido onomatopéyico o si fue lo que me dijeron sobre él: "Sí a vos te gusta Miró, de seguro te va a gustar Tún". La verdad no lo sé, pero la comparación, ahora que lo pienso, me parece inútil. Joan Miró, ése pintor catalán que pintaba de una manera infantil y luminosa, con figuras surreales y oníricamente fabulosas, está muy lejos de la oscuridad y mística "extraña" que rodea a Francisco Tún, quien por muchísimo tiempo pasó olvidado hasta hace poco, que volvió para quedarse dentro del imaginario colectivo de artistas contemporáneos, quienes, hasta hace algunos meses, no tenían ni idea que existía un pintor de este calibre.

    Eso me hace recordar las pláticas que tuve con Martha de Palmieri (QEPD). Una mujer ya mayor que coleccionaba arte, con quien nos reunimos varias veces a tomar café y a conversar sobre literatura y sus exhuberantes pinturas: Elmar Rojas, Efraín Recinos, Rodolfo Abularach, Ramón Banús, Roberto Cabrera, nada menos. Ella me platicó sobre Francisco, e inclusive me contó que varias veces le dio posada en su casa. La señora -de una educación privilegiada y un gusto bárbaro-, me contó entre otras cosas que a Tún le gustaba tomar y que la pintura era su necesidad primaria de sobrevivencia (pintaba rótulos y casas). Todas esas pláticas me dejaron siempre con la intención de saber más de Tún. Era como una nube mística que todo lo rodeaba. De vez en cuando, solía toparme con algún cuadro en la casa de algún coleccionista o amigo. Yo respiraba profundo y me dejaba ir, siempre con el anhelo de entrar a una galería y que ésta, estuviera llena de sus techos, puertas, caminos, personitas, ventanas, barrotes, barrancos.



    Así pasó más de una década y hasta hace alrededor de un año, el fabuloso Proyectos Ultravioleta, organizó un muestra minúscula de su obra. La mayoría de cuadros pertenecían a colecciones privadas, lo que la hizo más selecta. Esto me pareció un intento fascinante por acercarlo al colectivo contempo. Luego de esta exposición, la mayoría de jóvenes, hipsters e hibrids (el término es mío), aceptaron a Francisco Tún dentro de su idiolecto cotidiano, lo cual, a mi criterio, me pareció un gran paso para ganar más adeptos a este fabuloso universo, naif, para algunos, primitivista para otros. Poesía pictórica, para mí.


    Hace más de un mes, mi querida amiga y gestora cultural: Itziar Sagone, me envió una invitación para asistir a la inauguración de una nueva exposición. Para mi sorpresa, una retrospectiva de Tún, en colaboración con Adrián Lorenzana y Willy Monsanto, quienes hicieron un trabajo excepcional que esperamos lleve a Tún a otro nivel, internacional en todo caso. La emoción por la muestra me empezó a poner ansioso. Pasé varias noches soñando con los pocos cuadros que había visto de su obra y hasta me dieron ganas de pintar. No lo hice. Al final llegó el día, y como feligreses ante su templo o poseídos por una fuerza diabólica, fuimos a ver la exposición junto al querido Javier Payeras.

    Llegamos y nos inundamos de poesía: 82 obras de todas las dimensiones y colores y épocas y colecciones de Francisco. Yo estaba paralizado. No me podía mover. Me gustó tanto adentrarme en ese universo, que fui a verla cinco veces. Inclusive invité a mis alumnos del taller literario para que hilvanaran historias de las pinturas que quisieran, porque eso es Tún: una historia en cada cuadro.

    Yo hilvané un poema, de manera automática, casi un cadáver exquisito. Se los comparto:


    un universo color amarillo
    que es casa y es camino
    se irrumpe frente a mi sueño
    crucial maremoto en desfiladero
    donde el alivio es fiel morada
    tibia nube color granito

    quiero descansar de tanto olvido
    quiero olvidar que nada soy y nada tengo

    quiero sólo quiero

    esta noche me adelanto a tu risa de cíclope
    me dejo caer ante un abismo roto
    la vida es un asalto en caída libre
    que nos deja con las manos vacías
    la vida es un temblor de piedras
    la vida es un tiritar de sombras
    detrás de estas rejas
    la muerte mira con sus ojos grandes

    no quiero pensar en moléculas de aire
    sólo quiero un color y una dulce tisana
    para adormecer el viento



    (Gracias Willy de Galería El Ático, por la fabulosa visita guíada y gracias a Adrián de Artecentro, por la museografía tan fabulosamente construida. Muchas gracias por abrirnos las puertas a este universo de uno de los genios del arte guatemalteco)


    jueves, 8 de noviembre de 2012

    LA LUNA no es la misma dos veces

    Días de Luna (Metáfora Editores, 2012)
    Quién no se haya inspirado con la luna, no es un verdadero artista. Escuché alguna vez decir, a un ochentón de nombre Mario Monteforte Toledo, con quien conversábamos sobre libros y otras tantas cosas antes de que se despidiera de esta vida. Bajo esa premisa, Don Mario me presentó algunos de los más brillantes poemas de la Literatura Universal, entre ellos algunos de Baudelaire y Mallarmé, aquellos dos fascinadores franceses de "la escritura al aire libre" y el "estruendo maldito". También me presentó algunos textos de Borges y Huidobro, que enmarañaban versos titilantes sobre nuestro satélite incandescente, aún no alunizado para ese entonces. Después de varias leídas no me quedó más duda, que la luna ha sido un inspirador natural y constante a lo largo de los siglos. Ya Alan Parson nos lo dejó muy claro con aquél famoso disco de Pink Floyd. Y así Bethoveen, R.E.M., Smashing Pumpkins, Elvis Presley, Frank Sinatra, Julio Verne, Joan Miró, Stanley Kubrick, George Méliès y por supuesto, Los Mayas.
    Pero, ¿qué tienen en común Paco Pérez el compositor de la famosísima Luna de Xelajú– y Edgar García –autor del libro Días de Luna, publicado recientemente por Metáfora Editores–, además de mencionar a la luna en sus textos? A ver, ambos son de Quetzaltenango y son dos irremediables enamorados que les gusta dejar registro de su vida amorosa en sus creaciones. De eso no hay duda. Pero hay mucho más. Por un lado, tenemos a un compositor musical y por el otro, a un arquitecto que escribe poesía. Creo que las tres son estructuras que se erigen desde cero, me refiero a la melodía, al edificio y al poema. En eso estamos claros. Pero además, encontré otros nexos que nos conectan a todos. Eso es lo fascinante de la literatura, sobre todo la contemporánea.

    En sí, adentrarme en este libro fabuloso (que se presentó durante el VIII Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango el pasado agosto, junto a una veintena de poetas de diferentes países de Latinoamérica), ha sido una experiencia muy recomendable. El libro se lo leen y releen en menos de una hora, acompañados de un chocolate, por supuesto. Yo lo he leído varias veces y previamente, ya había escrito unos apuntes, pero los había perdido entre archivos y meses agitados. Aquí escribí algo breve, para que busquen el libro, lo compren, lo lean y se recuesten al aire libre a aprovechar los cielos despejados de noviembre. Y si pueden viajar a Xela, mejor, así le piden una firma al autor, que además tiene una cantina de nombre La Cruda en las afueras de la ciudad, y de paso, se toman unas Quetzaltecas con tamarindo en este nuevo antro cultural. Pero lleven monedas, porque hay rocola.


    Vamos al libro.


    Días de Luna nos sitúa, desde las primeras páginas, frente a un lector empedernido que cita a Roberto Bolaño (el novelista y poeta chileno que tanto nos gusta) y Vania Vargas (otra quetzalteca con literatura muy buena), además, de un excelente prólogo escrito por la mexicana, además poeta y editora multilingüe, Daniela Camacho. Luego de pasar estos trámites necesarios, nos sitúa ante las fases de la luna, el autor decide abrir el libro con Cuarto Creciente, simulando el crecimiento de la luna ante nuestros ojos. Después, nos lleva de la mano por la Xela que el autor conoce de memoria: la de las cantinas, los bares, las rocolas, los bailes, los parques, el frío, las madrugadas, los sueños, las promesas, los abrazos, las despedidas. Eso, las despedidas, aquí me detengo.

    Ese, precisamente ése, es el factor común que tenemos todos con la luna. Ya que e
    sta representa la añoranza, el deseo de conquista, la lejanía, la otredad, el anhelo, la separación, la oscuridad, la luminosidad, el reflejo constante, la vacilación frente a lo ajeno, el transcurrir del tiempo. En sí, la memoria.

    Así, Edgar nos propone una nueva aventura poética, a través de poemas tibiamente construidos a manera de sonatas y melodías personales, de manera breve, sin estrafalarios adjetivos ni retóricas desmesuradas. En cada página nos adentra en su universo personal, del que poco a poco se va despojando y asimilando a través del recuerdo. Cada poema es una súplica inminente, un palpitar de un corazón melancólico, un souvenir con dedicatoria profética y una vertiente fantástica, por la que la luz de la luna avanza a través de las palabras, que son barcos y también aviones volando sobre Centro América. Sin lugar a dudas, un libro escrito desde el corazón y con la certeza de que el lenguaje común, ése que usamos a diario, es una excusa perfecta para nombrar lo que anhelamos y no tenemos frente a nuestros ojos: el amante, el mar o la luna.

    En sí, un libro hermoso, escrito para lectores que les gusta pasearse bajo la luz de la luna mientras el tiempo pasa y la vida nos da sorpresas.


    Acá les copio dos poemas:


    LA CONQUISTA DE LA LUNA


    Días bajo cero
    a veces habla el viento
    tuvimos derrotas y conquistas
    el vértigo de la victoria
    todo me llevó al desencanto
    hay poemas a medias
    al igual que esta historia



    LEJOS


    En el lugar donde estoy
    la gente no es sencilla
    llueve y no es un milagro

    nadie conoce el asombro como yo
    esta ciudad no tiene mar
    ni amor
    ni vida
    ni nada
    algo no corresponde con la realidad



    - - -



    Días de Luna
    Edgar García
    54 pags, Metáfora Editores, 2012
    ISBN: 978-9929-40-224-9

    jueves, 25 de octubre de 2012

    EL SOUNDTRACK

    Publicado en revista Catálogo para la vida, número 11.
    2012.
    Reeditada.



    FOTO: Portadas de algunas bandas sonoras
    Ya lo había dicho Julio Cortázar, en aquél libro memorable que la mayoría conocemos (si no, búsquelo en Internet, ahí lo encuentra): "Música, melancólico alimento para los que vivimos de amor".
    Al final, es cierto, estamos hechos de gygabites de canciones que nos acompañan a lo largo de nuestra vida y las volvemos a escuchar, una y otra vez hasta el hastío. Por ejemplo, uno puede observar detenidamente, y con escalofríos sicodélicos, la película-musical Across The Universe y entusiasmarse enseguida con la fascinante imaginería de algunas escenas; pero lo más alucinante, es, sin mayor titubeos, la interpretación que se hace de las 34 cancioncitas de The Beatles a lo largo de las dos horas de metralleta rítmica. No hay duda, que "love rules" y que toda historia de amor nos perseguirá desde los guiones Hollywoodenses más taquilleros hasta las entrañas más románticas y cotidianas de nuestra Latinoamérica de bajo presupuesto. Pero está bien, entendámoslo desde una perspectiva simple y precaria, comprendamos esa dimensión que nos encanta con una frase de Lennon: "All you need is love, love is all you need."

    Pero insisto: “All you need is love... eh, yes, but also we need music, querido Lennon. Just music.”

    Por ello, no está de más hablar sobre esa fascinante conexión que existe entre la música y la imagen. Al final de todo se complementan, se nutren una de la otra, se necesitan de alguna extraña pero obvia manera. Así pasa que muchos músicos, por ejemplo, se han inspirado en las imágenes que crean algunos directores de cine para escribir sus canciones. Y por lo mismo, muchos directores, se han inspirado en frases de canciones para definir escenas claves de sus películas, como es el caso de Paul Thomas Anderson en Magnolia, inspirándose en algunas canciones de Aimen Mann para tranformarla en una joyita del cine, ya casi un clásico.

    Pero pasando al tema de esos directores que se entrometen a seleccionar su delicia musical, Quentin Tarantino es "El Maestro". Lo sabe hacer como nadie más lo ha hecho. En sus películas: Reservoir Dogs, Pulp Fiction y sendas Kill Bill, nos da una cátedra sobre cómo elegir música para un filme. Incluso hay un “soundtrack de los soundtracks” de sus películas, en el que habla de la importancia de seleccionar buenas canciones y nos comenta sobre la relación que la música debe tener con el filme. Otra directora que lo hace muy bien, es Sofia Coppola. Ya la escuchamos en Maria Antoinette, Lost in Translation y por supuesto, en The Virgin Suicides (que tiene doble soundtrack: uno con un mix de canciones viejas y otro, compuesto por la banda francesa Air). Todas estas recopilaciones son una maravilla. Otro caso maravilloso de soundtracks son Trainspotting, Garden State, Singles, Easy Rider, 24 Hour Party People, Fight Club, Lost Highway, High Fidelity, Amores Perros, ...Y tu mamá también, entre otros.

    El asunto, al final de todo, es “ver” los sonidos y “escuchar” las imágenes. Por eso nos encanta llorar a lágrima viva cuando Jerry Maguire le dice a Dorothy Boyd, aquella famosa frasecita que todos conocemos, mientras la sutil tonadita gringa se va mezclando con la voz ronca de Bruce Springsteen y, las viejas divorciadas –o separadas– se estremecen en los sofás raídos del apartamento californiano y Dorothy, responde lo que ya todos nos sabemos de memoria. ¡¿O no?!

    Aceptémoslo. Nos encanta. Sin música, además, las películas serían aburridas.

    Es más, compramos películas románticas –y piratas– para verlas en pareja y vivir ese estremecimiento fantástico de la pantalla plana y el teatro de casa, con poporopos instantáneos embadurnados en mantequilla y margarina, en el peor de los casos. Ya acurrucados en el sofá, y acariciándonos las alitas de cupido, mientras las lagrimotas caen de emoción o de tristeza, el mundo afuera parece no importarnos. Luego nos encanta hacernos los duros, pero al final siempre terminamos llorando mares de mocos, inclusive en la escena en la que Celine le dice a Jesse: “Baby... you are gonna miss-that-plane”. Y Jesse, tranquilamente responde, desde el sofá del apartamento parisino: “I know”, mientras su risita se confunde con las notas del piano de Nina Simone, que canta parsimoniosamente Just in Time, y todo es una lloradera loca y ahí estamos tratando de detener la película –pirata– cuando los nombres de las canciones van bajando por la pantallita negra para saber cómo se llamaba la canción que salió en aquella otra escena, para después bajarla y guardarla en el iPod, y escucharla, diariamente, en nuestro Soundtrack de Vida –pirata– mientras El Gordo actúa y canta de lujo en aquella película guatemalteca que fue moda hace más de un año.

    En fin, nos encanta guardar canciones para todo momento.

    jueves, 18 de octubre de 2012

    20 CONSEJOS por sí hay un retén

    Foto: Retén chapín.
    En el libro Libertad bajo palabra, el mexicano Octavio Paz escribe: “Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día”. No sé por qué, pero encontrar este libro viejo me puso a pensar en muchas cosas, sobre todo en la Revolución del 44 que está por celebrarse el próximo 20 de octubre. La cual, supongo, la gran mayoría de guatemaltecos ignoran, pero al contrario sí celebran el día de las hamburguesas o el día de acción de gracias gringo.

    En fin, regresando al tema de la Revolución, yo nunca he sido, la verdad, asiduo a los levantamientos sociales, a las revueltas y a la masificación de la rebelión como un acto público. Más bien creo en las pequeñas revoluciones, en esas reinvenciones personales y en esos cambios de menor a mayor, por así decirlo. Por eso envidio tanto a los grupos que se levantan contra el sistema y tienen una estructura social impecable, funcional, que no se deja pisotear y que lucha por sus derechos constitucionales; aún así con palos, piedras, banderas blancas, manifiestos radiales, volantes impresos o pancartas urgentes. Considero que es de admirar esa intención, ya que el ladino promedio en Guatemala, al final de cuentas, es un individualista que se conforma con tan poco y encuentra su zona de confort en la sumisión y en la indiferencia. Esa es la verdad, así somos, esa es nuestra consigna: protestar intrínsecamente pero nunca, uy no, tomar las calles y protestar públicamente.

    Todo esto viene, porque en los últimos días he coincidido involuntariamente con la palabra “revolución”. Una palabrita trillada a lo largo de la historia, claro, pero curiosamente se me ha cruzado en lecturas de diarios nacionales, en conversaciones con amigos, en coloquios universitarios, en columnas periodísticas y hasta en el peor, o mejor de los casos, en comentarios tipo random publicados desde las redes sociales. Al parecer, resulta ser que a la gran mayoría se le está apeteciendo la idea de un cambio abrupto o una nueva revolución. No sé exactamente a que se refieran. La verdad, a mí me parece una especie de moda cool y wannabe, digo, eso de que todos hablen de protesta, marcha, indignación, rabia, furia, toma del poder, etc. No creo que alguien en realidad lo vaya a hacer. Es sólo una pose, una especie de moda pasajera, como un Miércoles de Cumbia o un Pasos y Pedales.

    Pero bueno, sí de verdad hay un frente opositivo y las cosas se ponen violentas y se salen de control, es inevitable que vayan a existir retenes militares en las carreteras, en los parques, en los bares, en los centros culturales e incluso, en los café internet y en los templos evangelistas. Para ello, acá unas recomendaciones por sí la mano dura y “el fusil-guitarra de la paz” nos alcanza en la calle:


    1. Nunca vea directamente a los ojos al militar que lo detenga. El límite es cinco segundos, después de eso usted verá prepotencia, hermetismo, y en el peor de los casos: ignorancia. A veces, uno también puede sufrir desvaríos sonoros, como escuchar la tonadita aquella del soldado, que pasaban en Canal 5 durante los 80’s. Trate de evitar eso. Mejor mire el suelo y actúe con normalidad ante el mareo.

    2. Trate de llevar alguna prenda color naranja, ya que es el color del partido oficial. Puede ser un accesorio: anteojos, pañuelo, aretes, pulseras, sombrero, bufanda, morral, perro, bicicleta, audífonos, etc.

    3. Que las pulseras sean color naranja, no significa que puedan ser pulseritas típicas.

    4. Que el morral sea color naranja, no significa que pueda ser un morral de Momostenango o Huehue. Mejor sí es de la Megapaca o sí es importado. Así son nuestros extremos adquisitivos, pero nunca, nunca, nunca, algo hecho en el interior del país.

    5. Los anteojos anaranjados, mejor si no tienen graduación. Usted podrá parecer intelectual, y eso, escuche bien: no le gusta a nuestro presidente.

    6. Vístase como hipster, yuppie o prole. Nunca como hippie, metalero, curador de arte o escritor reaccionario. Eso nunca ha sido bien visto por los partidos de poder.

    7. Sí usted lleva libros en la bolsa o en el carro, sáquelos antes de salir de su casa. O mejor, en todo caso: deje de leer. La lectura contamina las intenciones gubernamentales y no permite el desarrollo de las "buenas intenciones oficiales".

    8. Sí usted es obsesivo y no puede dejar de leer, ni siquiera mencione que le gustan las columnas de Juan Pensamiento en Plaza Pública o Andrés Zepeda de El Periódico. Le traerá graves problemas.

    9. Sí tiene carro, revíselo detenidamente antes de salir. No lleve carteleras culturales, postales de arte, invitaciones a exposiciones, latas de cerveza vacía (o llenas) ni llaveritos típicos. Si no tiene carro, y se mueve en autobús, hágase el de la "vista gorda" y borre de su celular los fondos de pantalla del Ché Guevara y los ringtones de Silvio Rodríguez. En cambio, métale música nacional a su teléfono, Ricardo Arjona y Viento en Contra están bien. Aunque el ideal, sería música cristiana. Busque en internet, ahora hay hasta reguetón cristiano y hip hop evangélico.

    10. Lo mejor que puede hacer, es llevar una Biblia con usted por aquello de las dudas, y si puede, apréndase la frase que dijo Caballeros sobre los muertos en Toto, para repetírsela al soldado que lo detenga. Eso, más un “gracias al Ejército de Guatemala, mi general”, le pueden evitar un mal rato.

    11. No intente discutir con un oficial del ejército. Regularmente son como robots y no están diseñados para discernir. Es más, algunos robots militares tienen varios defectos de fábrica, entre ellos: no pueden escuchar ni expresarse con más de 25 palabras, ése es su límite idiomático.

    12. Sí logra entablar una conversación con alguno, quédese callado y siga órdenes. A ellos les encanta seguir órdenes, y sí usted es capaz de hacerlo, hasta puede encontrar su verdadera vocación. De seguro hay plazas disponibles. Pregunte por los números y llame de inmediato.

    13. Sí le preguntan que qué hace, usted responda que trabaja en un Call Center, un Supermercado, una Tienda Mayorista o una Agencia de Publicidad y Mercadeo. Trate de pasar desapercibido. Nunca diga que trabaja de periodista, investigador, asesor, psicólogo, librero o mucho menos que trabaja en arte. El artista está mal visto. Es relajero, bolo, drogo, inconforme, sensible y reaccionario. Por el contrario, ser abogado, tiene doble moral. Así qué piénselo bien antes de decir que es abogado o abogada.

    14. Sí le gustan las drogas, mejor llévelas puestas.

    15. Sí no le gustan las drogas, también llévelas puestas.

    16. Sí lo detienen con amigos que llevan drogas, mejor llévenlas puestas.

    17. Sí usted tiene tatuajes, diga que fue una época “rara” de su vida, pero que ya quedó atrás. Todos tenemos un pasado tormentoso, al igual que este país.

    18. Sí sus tatuajes son de calaveras o pájaros extraños, acérquese con su tatuador de confianza y dígale que le añada estos colores alrededor: Verde oscuro, Verde oliva, Verde boscoso, Café puro y Beige. Si quiere, también le puede añadir un tatuaje complementario, puede ser un AK-47, IMI Galil o un M16. Un lanzagranadas lacrimógenas, es, sin dudas, el mejor diseño que le puedo recomendar. Nunca pasa de moda y además, es tan propio de nuestra identidad, casi como un símbolo patrio.

    19. Sí usted no tiene tatuajes y siempre ha querido tatuarse un Ché Guevara, no lo haga. Al contrario, olvídese del Ché y busque en internet otras opciones. Le aseguro que puede encontrar bonitos diseños en Google bajo las siguientes búsquedas: “tatuajes militares” o “military tattoo designs”. Sólo cambie el águila norteamericana por un quetzal y/o la bandera gringa por una guatemalteca. También le puede añadir el logotipo del Partido Patriota sosteniendo dentro del puño a un líder de los 48 Cantones de Totonicapán, o si bien lo desea, una granada expansiva con la bandera de Guate y manchas de sangre indígena sobre ella. RECOMENDACIÓN: Ya no se tatúe glifos mayas. Yo tengo dos desde hace 15 años y estoy pensando seriamente en removérmelos, ya que eso significa “retén exitoso” para ellos. Además, un nahual entintado no lo va a proteger de un grupo de soldados enfurecidos.

    20. Ya se acerca Halloween y eso significa diversión. Por favor, léame bien: no se disfrace de soldado, es de mal gusto, a menos que tenga el cuerpo de Demi Moore y unos bíceps de gimnasio. Sí es hombre y tiene el pelo largo, tampoco se haga pasar por Roxana Baldetti. Evite todo contacto con la autoridad y trate de pasar desapercibido. No disfrazarse, también es una opción.

    martes, 9 de octubre de 2012

    GRACIAS a los soldados...

    FOTO: Marcha a favor de
    exmilitares, septiembre 2012.
    Gracias a los soldados, y no a los poetas, las balas son el orgullo nacional de este país que se desangra y palidece a cada segundo como un gato moribundo en medio de un enjambre de avispas asesinas. Gracias a los soldados, y no a los poetas, la herencia que le estamos dejando a nuestros niños es la de una libertad doblegada y aprisionada por la mano dura, tendida en el fondo de una fosa común y olvidada por la gran mayoría a través de los años. Gracias a los soldados, y no a los poetas, en nuestro diccionario la palabra Ley significa pólvora. Gracias a los soldados, y no a los poetas, el sustantivo más usado en los últimos treinta años de historia en Guatemala es: dolor.


     
    Gracias a los soldados, y no a los poetas, "violación" es una palabra común y corriente, usada sobre todo por los más débiles, que a grandes rasgos somos la mayoría. Gracias a los soldados, y no a los poetas, aquí la vida no vale nada. Gracias a los soldados, y no a los poetas, miles de mujeres y niñas fueron ultrajadas bajo el denso silencio de la selva y el estruendo abominable de un escuadrón de salvajes. Gracias a los soldados, y no a los poetas, la libertad de expresión es una cláusula que nunca ha existido en la Constitución de la República. Gracias a los soldados, y no a los poetas, hay un sinfín de historias dolorosas que cuentan los familiares de los miles de desaparecidos a lo largo y ancho del territorio de este paisito. Gracias a los soldados, y no a los poetas, el genocidio es algo que existe en los cuentos de soldados, escritos por soldados, en un país lleno de soldados que son dirigidos por generales soldados, que tienen esposas y amigos corruptos que dicen: "en Guatemala no hubo genocidio".


     
    Gracias a los soldados, y no a los poetas, las balas tienen una misión específica: tumbar al inocente. Gracias a los soldados, y no a los poetas, la lucha sigue siendo contra el Sistema y sus devaluaciones y corrupciones constantes. Gracias a los soldados, y no a los poetas, huir de tu propio país, resulta a veces, la única esperanza. Gracias a los soldados, y no a los poetas, un arma de fuego es la imagen más patética y cobarde de hacer justicia. Gracias a los soldados, y no a los poetas, un niño llora desconsoladamente, confundido, tras la muerte abrupta de su padre en medio altiplano guatemalteco. Gracias a los soldados, y no a los poetas, ese difunto padre no podrá cargar a sus nietos cuando el niño crezca y tenga hijos, sin orgullo ni patria, y la vida lo pase llevando de frente como quien nunca fue feliz, dicho, pleno. Gracias a los soldados, y no a los poetas, el presente de este país es sólo pólvora, lamento, paranoia y desasosiego. Gracias a los soldados, y no a los poetas, un fusil en forma de guitarra es capaz de asesinar, ensordecedoramente, a más de cinco mil ingenuos en un estadio un día domingo. Gracias a los soldados, y no a los poetas, avanzar significa rebobinar el pasado una y otra vez dolorosamente.


     
    Gracias a los soldados, y no a los poetas, el poder intelectual de generaciones pasadas, sencillamente desapareció por completo. Gracias a los soldados, y no a los poetas, la vida aquí no tiene un mejor panorama. Gracias a los soldados, y no a los poetas, la muerte sigue siendo nuestro pan de cada día. Gracias a los soldados, y no a los poetas, nuestro futuro viste de luto en los días en que una celebración es necesaria. Gracias a los soldados, y no a los poetas, la rebelión está por venir en cualquier momento. Gracias a los soldados, y no a los poetas, el engaño se ha vuelto cosa de respirar todos los días desde cualquier rincón de este país lleno de espanto. Gracias a los soldados, y no a los poetas, los diarios anuncian desconsuelo en cada una de sus páginas todos los días. Gracias a los soldados, y no a los poetas, miles de familias fueron desalojadas de su tierra, que era lo único que tenían para cultivar el vasto poema que es la vida. Gracias a los soldados, y no a los poetas, miles de guatemaltecos han sido privados de lo único que verdaderamente les pertenece: su vida.



    Gracias a los soldados, y no a los poetas, lo ocurrido en Totonicapán el jueves pasado es un recordatorio constante de que no hemos progresado en absoluto; y que a pesar de ser un hecho independiente, y fortuito, es un evento del cual algunos se enorgullecen de tildar como "justo y necesario".


    Gracias a los soldados, y no a los poetas, la literatura es un refugio, una especie de búnker personalizado donde se construye un tierno panorama de a poquitos.


    Gracias a los soldados, y no a los poetas, aquí no hay futuro, ni respeto, ni dignidad. Ni mucho menos memoria.



    Gracias a los soldados. Muchas gracias.





    LINK DE FOTOS:
    http://primavera-tirania.com/libro/index.html

    martes, 2 de octubre de 2012

    EL ARTE Y EL PODER, primera parte



    BS20, septiembre 2012
    (Cortesía de Juan Carlos Barrios)
    Hace más de una década el arte guatemalteco parecía despertar de un letargo forzoso e irremediable con proyectos artísticos como Casa Bizarra, Primera Generación Records, Festival Octubre Azul, Festival del Centro Histórico, Tripiarte, La Fosa Común, Editorial X, Colloquia, Caja Lúdica, entre otros. Todos estos proyectos estuvieron vinculados, de alguna extraña y necesaria manera, con lo que resultó ser la piedra angular de los noventa:

    La rebelión.


     
    Para mí, "la rebelión" es como una chiquilla punk, insolente y desafiante al mejor estilo de Lisbeth Salander –de la trilogía de Larsson–, pero también elegante y tímida como Patti Smith –la poeta del punk– en sus primeros años. Es decir, una mezcla bizarra pero hermosa de Albert Camus, Lou Reed y Courtney Love. La idea, es sencilla, digo, la idea de la rebelión: descentralizar el arte (desde un cliché romántico), hacer temblar los pilares de la moral (sin anarquía, claro) y provocar un estallido inmediato en la movida sociocultural de una región. Para ese entonces (bueno, acá les estoy hablando estríctamente del año 1997), yo ni siquiera llegaba a los veinte años y mis lecturas de Nietzsche, Chomsky, Sartre, Kafka y Cortázar eran lo poco a lo que me aferraba con recelo. No sabía nada de muchas cosas –todavía no sé nada de muchas cosas–, pero sí conocía algo del movimiento punk de los 70's y del grounge de los 90's, y ambos, me parecían la estampida perfecta directo a la yugular de la cultura. Esos, creo, que fueron muchos de los cimientos del movimiento rock de los noventa en Guatemala: una mezcla entre el grounge noventero, el postpunk ochentero y las lecturas de autores como Pessoa, Pound o la Generación Beat. Y sin lugar a dudas, el movimiento rock de los noventas, fue el hilo conductor y el parteaguas de muchas de las temáticas del arte que se abordaron en años posteriores.

     
    Regina José Galindo, agosto 1998
    (Cortesía de Regina José Galindo)
    Algunos contemporáneos míos incluso, no llegaban ni siquiera a los veinte años, y otros, que ya andaban llegando a su primer cuarto de siglo, contaban con la responsabilidad, por decirlo de alguna manera, de catalizar y gestionar las corrientes de arte que desembocarían en lo que se está realizando actualmente. A ellos, mi admiración y respeto. Por ellos existen bienales, festivales de cine, bachilleratos en arte, centros culturales, residencias artísticas y premios que antes no existían.

    Para ese entonces la vertiente discursiva lindaba entre varios tópicos: La libertad de expresión (a causa de la infelicidad ridícula por treinta años de guerra), la libre experimentación (provocada quizá, por la carencia de lecturas y referentes académicos como abundan ahora), el desencanto y la lucha contra el poder (esto, por la imposición de regímenes militaristas que dejaron una estela de paranoia y miedo en toda una generación). Y si bien estos tópicos eran reiterantes en cualquier obra visual, musical o escrita; también era inevitable que un halo de irreverencia predominara en todo lo que se creara, a la vez que existieran ciertos matices de ingenuidad y puerilidad colectiva. En efecto, esos esbozos sirvieron como punto de partida para lo que hoy conocemos como arte contemporáneo en Guatemala, término que afirma nuestra realidad como pueblo vivo. Por consecuencia, toda obra es una necesidad humana de trascender; tal y como lo diría Octavio Paz, "es el olmo que da siempre peras increíbles".

     

    Así, nuevos espacios han abierto sus puertas para el arte y, es genial ver cuánta gente joven reunida en colectivos o en solitario, repercute de manera inmediata en la vida cotidiana del guatemalteco a través del arte. Ahora abundan los festivales de arte, las fundaciones que aportan respiro –y pisto–, los centros culturales que se inundan de actividades culturales cada semana y los gestores culturales, para los cuales ya existen diplomados y licenciaturas. Ahora, volviendo el tiempo atrás, veo que también muchas cosas han cambiado: algunos ya tenemos canas, hijos, arrugas inevitables y una enorme lista de cosas hechas y deshechas. Pero hay algo que no ha cambiado y, eso es lo importante: La constante creación y la rebelión, que se ha disfrazado un poco, cambiando las pulseritas de Pana por los relojes retro, los morralitos de Momostenango llenos de libros por las mochilas con laptop y los caites de goma por las zapatillas deportivas.


    En sí, todo cambio es un poder. Y partiendo de esta reflexión, no me queda la menor duda de que "el arte es un poder" y, a manera de palíndromo sensitivo, "el poder también es un arte", y la idea de sucumbir un país a través de sus cauces, creo, que es lo menos que podemos hacer como habitantes de este siglo. Y ante todo, de este país.


    martes, 25 de septiembre de 2012

    32 BIEN, nada mal

    Mi primer pastel
    De mis cumpleaños pasados, tengo un costal de recuerdos que llegan días antes del nuevo cumpleaños y se van días después sin avisar, como una picazón de zancudos en el pie o una alergia al polvo por andar moviendo cajas del armario. Este costal de recuerdos no es un recuerdo conciso y redondo, si no la suma incierta de varios instantes fugaces, objetos dispersos, sonrisas queridas, canciones de otra época, flashbacks torpes, camorras y mordidas al pastel, borracheras insolentes, luces láser, bullicios raros, incomodidades extrañas y otro montón de cosas que van asociadas a una celebración melancólica que no se detiene nunca.

    Es que en el fondo, ¿a quién de verdad le gusta cumplir años?

    Uno se la pasa en esta vida acumulando exageradamente: experiencias, compañías, papeles, líquidos, secreciones, arrugas, canas, uñas, cabellos, pieles, calcetines, sueños, peinados, logros, fracasos y frustraciones. Después de los 30 uno siente que la vida se le va viniendo encima como un torpedo inútil de esquivar. Y eso, mis queridos, es inevitable.

    A mí los recuerdos me vienen así: como misiles tristes y anacrónicos. Es decir, en desorden, como debe de ser. Sin preámbulos ni aclaraciones, que luego ordeno lentamente en la cabeza y resultan hacer sentido, aunque no lo parezcan. Como en una narración equisciente, yendo de atrás hacia adelante en cualquier momento y viceversa, con la vacuidad necesaria del rebobinaje para soportar ese viaje ineludible con el presente y el pasado. Pero bueno, supongo que a casi todos nos pasa esto. En mi caso, yo me siento, en mayor medida, privilegiado de recordar muchísimas tonterías que no sirven para nada. De esos años pasados recuerdo algunos pasteles, por ejemplo: El Brazo Gitano, relleno de mermelada de fresa y crema batida, que devorábamos con mi madre en un abrir y cerrar de ojos. El Pastel Helado que compraba mi padre a dos cuadras del colegio, y que siempre, siempre, llegaba derretido a la casa. También el Selva Negra, el Fresas con Crema y el de Choco Krispis que mi hermana cocinaba en menos de diez minutos y hacíamos desaparecer en menos de cinco.

    También recuerdo las pizzetas de jamón y queso, los panes con atún, los Picarones, los Sipi de uva y los dulces Gallito, o Gloria, con los que rellenaban las piñatas, que bien podía ser un Transformer, un Mazinger Z o uno que otro oso de esos a los que uno le olvida el nombre fácilmente. Pero eso sí, recuerdo el esfuerzo de mis padres por hacer de mi cumpleaños algo memorable, aunque no fuera una piñata en el club campestre, yendo de viaje a cualquier parte o celebrando en el restaurante de moda. Eso no lo olvido nunca. Por último, cómo olvidar las chamuscas, las damas chinas, la luisa, la música de los repasos, los primeros ponches con piquete, los viajes al lago o al mar, los regalos de las novias y familiares, el abrazo de los abuelos, los primeros excesos. Y bueno, aquí me detengo.

    Si bien uno recuerda muchas cosas, hay también lagunas mentales que lo abarcan todo, mejor dicho: 'mares mentales'. Eso está asociado con las megafiestas que nos hemos colocado para nuestras celebraciones de cumpleaños, claro. Yo tengo recuerdos disparejos de algunas a las que el adjetivo 'memorable' no le queda muy bien, precisamente. Por ejemplo: Idas al mar de madrugada. Dosis interminables de cerveza o vino tinto. Música temible hasta el amanecer. Pláticas intrínsecas. Almuerzos decadentes. Cenas inigualables. Regalos del pusher. Maratones etílicas de cuatro o cinco días. En fin, todo asociado a la disparidad de querer vivirlo "todo", entiéndase bien, vivirlo todo en 24 horas que dura el supuesto festejo.

    Pero eso, al final, se disipa. Nos queda la vida, la felicidad y el sufrimiento.


    De este año me llevo los más de 500 mensajes que recibí en el Facebook, una cena deliciosa en Panza Verde, un Tiramisú regalado, un desayuno sobrepoblado de bocadillos en un día soleado, dos cenas excesivas con mis dos familias (la congénita y la adquirida), un cubilete forrado de chocolate con un postit, un concierto de una banda con la que tengo infinita empatía, una historia contada en un parqueo al lado de un borracho desconocido, varios dibujos de crayola en una pared que detesto, dos paquetones de cerveza vacíos, una resaca incomparable, diez botellas de vino tinto irrepetibles y una canción de LCD Soundsystem que aún retumba en mi cabeza cuando me recuesto a pensar en lo ganado y lo perdido.


    "¿Y las llamadas de los amigos?", me preguntó alguien. "Ya nadie llama, ahora todo se resume al texto... por eso escribo", le respondí mientras sacaba las cajas de basura al patio y regaba mi plantita nueva que lleva por nombre: Deseo.



    DE ESAS QUE ME LLEVO: "Hay recuerdos que no voy a borrar, personas que no voy a olvidar"

    martes, 18 de septiembre de 2012

    POR CIERTO, ¿es Verdana o Tahoma?

    Publicado en revista Catálogo para la vida, número 20.
    2012.
    Reeditada.



    Foto: Olivetti Lettera 32

    En esta era donde la escritura se ha convertido en una obligación diaria y habitual (SMS, Facebook, Twitter, Whatsapp, Blogger, Wordpress, Gmail), viene bien refrescar la memoria un poco y recordar aquellos tiempos en los que redactar una carta o un documento en una computadora, de aquellas armatostes color ocre pálido, palidísimo, resultaba ser una tarea extenuante y agotadora. Si no estoy mal, las opciones tipográficas de esa época se limitaban a quince o veinte, si mucho. La siempre clásica ha sido Times New Roman, ya lo sabemos. Pero ahora imaginen otras épocas, donde la única opción era utilizar máquinas de escribir a base de cintas impregnadas con tinta, en forma de pequeños rollos bicolor (negro y rojo, en el mejor de los casos), que uno compraba en la librería como si fueran chicles y había que cambiarlos de lado y posición cuando topaba la cinta, abriendo la tapa con mucho cuidado para no mancharse los dedos y levantando el prensapapel para después colocarla debajo del indicador y sólo así, que quedara bien puesta. Labor manual, inevitablemente. Toda una Odisea. Aunque había a quienes les tomaba un minuto, y lo hacían hasta con una mano, mientras con la otra sostenían una hoja nueva de papel y daban instrucciones en un abrir y cerrar de ojos. Mi maestra de mecanografía era de esas personas.

    Vaya cómo ha cambiado el mundo en los últimos veinte años. Ahora las máquinas de escribir son objetos que se lucen en museos, cafés literarios y en el peor de los casos, en ventas de chatarra. Hasta tengo la duda si en los colegios todavía se reciben clases de mecanografía.

    Sin embargo, aunque hayan pasado todos estos años, no me molesta embadurnarlos de melancolía y nostalgia al recordar la Olivetti Lettera 82 con la que recibía clases de mecanografía en el colegio, es más, me gusta recordar el estruendo caótico que provocaban las treinta o cuarenta máquinas de escribir galopando sobre una montaña de tinta negra y papel bond. Aún puedo escuchar ese martilleo constante de las teclas, golpeando insistentemente el rodillo de las pobres máquinas. Era como una sinfonía indestructible e industrial. Una especie de melodía concepto. Un eco ininterrumpido de letras bailando sobre el papel enrodillado, que al ser liberado por la perilla, mostraba sus heridas tipográficas y sus laceraciones tabuladas a manera de sacrificio impreso.

    Todo esto lo tengo tan presente, porque la observadora y sabia de mi madre, al ver que su hijo tenía inclinaciones para golpear teclas, me metió a un cursillo de mecanografía por las tardes, e incluso, me prestó una máquina de escribir vieja, en la que escribí los borradores de mis primeros libros.

    De estas clases recuerdo la velocidad con la que todos los adolescentes escribían. Parecía una carrera de tiempo. El que escribiera más caracteres o golpeara más de prisa –y con incisión quirúrgica–, recibía menciones especiales y pasaba al siguiente level. En sí, era como un videojuego. Ahora se podrán imaginar la velocidad con la que escribo. Soy el Carl Lewis de los 100 metros tipográficos. Nadie escribe más rápido que yo, se los puedo jurar, a excepción de los chicos que se la pasan chateando, posteando tuits o estatus desde su Blackberry.

    Por cierto, ¿qué tipografía es la que utiliza Facebook o Twitter para desplegar el contenido que escribimos cuando posteamos un nuevo estatus?

    ¿Es Verdana o Tahoma?




    martes, 11 de septiembre de 2012

    ÁNGEL POYÓN: La sencillez de la complejidad

    Foto: Reloj de la serie
    Estudios del fracaso medidos
    en tiempo y espacio.
    Ángel Poyón es uno de los artistas visuales más innovadores y vanguardistas de la Latinoamérica actual. Su obra es extrema-damente sensitiva y analítica. Es como dejarse ir, montaña abajo, por un roller coaster reflexivo, siniestro y minimalista. Ha ganado el glifo de oro en la XIII Bienal de Arte Paiz en 2002 y también la Subasta de Arte Latinoamericano Juannio en 2005 y 2010, entre otros reconocimientos a lo largo del continente. Esto nos hace comprender que todo lo que hace dentro de las distintas fronteras del arte, tenga una importancia creadora y una valorización de estética universal.

    En otras palabras –literalmente–, Ángel es un ajuchán, que en lengua Kaqchikel significa: persona creativa. Su obra ya es bastante reconocida y se ha visto en distintas galerías nacionales y/o internacionales, ya que se ha expuesto dentro de muestras individuales y colectivas a lo largo de Centro América, México, Estados Unidos, Cuba, Perú, Argentina, Europa y Taiwán. La sencillez de su estilo es uno de los rasgos que caracterizan las obras de Ángel, que en cualquier latitud donde se exhiban, pueden llegar a tener una subjetividad exquisita, precisa y sencilla. Pero ojo, esa sencillez que parece tímida y silente, es en realidad un latir constante de reflexiones y una sinfonía discursiva que edifica constelaciones etéreas, aún indescifrables para muchos de nosotros.


    Básculas sin números de medición evocando el vacío. Relojes sin agujas medidoras en un ciclo de tiempo inagotable. Relojes intervenidos con objetos cotidianos que destilan la existencia en segundos sin métrica. Lápidas funerarias con imágenes de objetos tecnológicos y epitafios grabados a manera de poesía concreta, breve y concisa con aforismos existenciales como: "Cuerpo, ¿tú también me abandonas?" o "Descansa aquí la forma de mi dolor". Limpiabrisas que eliminan el polvo, el mismo polvo que somos y que seremos. Calendarios inconclusos que fueron despojados de sus días y sus fechas, históricamente. Cuadros de enormes dimensiones donde una imagen casi microscópica es la que habita ese vacío, ese silencio, esa pesadumbre.


    Las obras de Ángel contienen esa sencillez desafiante, voraz, y en la mayoría de las veces optimista. Un optimismo extraño, mezclado con rabia y meditación. Lo que sí es inevitable, es que su obra no se resiste a ser interpretada una y otra vez. Es una especie de acertijo obsesivo que nos invita a pensar críticamente. Temas como el tiempo, la memoria, la migración, el poder, la globalización, el olvido, la tecnocracía, la vacuidad, la permanencia, la otretad, la lejanía, el abandono, el contexto, la soledad y la comunicación; están presentes a lo largo de toda su obra como un ente poético que se reafirma constantemente hasta el infinito. Por eso es que su obra, sin lugar a dudas, es de las más reflexivas dentro del arte contemporáneo. Además, de una carga existencial ensordecedora.
     
    El lenguaje artístico de Ángel es sensitivo y minimalista. Lo que nos hace suponer que su obra pasa por un largo período de reflexión hasta que llega a ser exhibida frente al público en dimensiones variables e instalaciones con proporciones diversas.
     
    Ángel es, en cada una de estas obras, un testigo que nos analiza detenidamente a lo largo de nuestras cavilaciones. Como si su obra fuera un lente angular que lo observa todo, todo, todo.




    ÁNGEL POYÓN:
    http://www.saltfineart.com/viewArtist.php?artist_id=37