martes, 7 de febrero de 2012

LA TONA y sus rebotantes

Nota publicada en Diario de Centro América.
M
artes 7 de febrero del 2012.
Reeditada.



El último sábado de enero, la banda de rock guatemalteca La Tona, deleitó a cientos de seguidores que desde días atrás, esperaban con ansias el reencuentro de los músicos, que año con año, se reúnen para dejar en un show en vivo toda la energía que ya es parte de sus presentaciones habituales de producciones discográficas (El ojo, El rebotante y El mito de jade), las cuales fueron grabadas a mediados de los noventa, cuando el movimiento de rock nacional estaba en su estallido incipiente.

La Tona, junto a una lista de bandas nacionales muy respetadas de la escena local, eran la punta de lanza de un movimiento cultural que empezaba a gestarse, y que sin duda alguna, son ahora un referente para las nuevas generaciones de músicos guatemaltecos que continuamente refrescan el panorama de la música guatemalteca.

En este concierto, La Tona dejó muy claro que el rock nacional es sumamente intenso, aguerrido y que contiene matices propios de la cultura guatemalteca que lo hacen reconocible desde cualquier latitud del planeta. La cita del concierto fue en El Porvenir de Los Obreros, situado en el Centro Histórico de la ciudad capital. Tuvo un lleno total, que desde inicio a fin, se dio a la tarea de hacernos rebotar al ritmo del buen rock, muy característico de la banda liderada por Ernesto “Neco” Arredondo, quien dio inicio a la velada con unas palabras muy justas en su condición: «Ya son muchos años, y aquí estamos».


EL OJO QUE TODO LO RECUERDA

En 1994, aún en las filas del colegio, me gustaba escuchar la música que se producía en el país; en especial la de Primera Generación Records, liderada por Giacomo Buonafina, quien tuvo el coraje y la destreza de empezar a grabar bandas nacionales y a preparar una serie de compilados (en cinta magnética) que ahora son joyas de la música nacional, e inclusive, del istmo centroamericano. En ese entonces, bandas como Bohemia Suburbana, Viernes Verde, Fábulas Áticas, Tiananmen, Radio Viejo, Inconsciente Colectivo, entre otras; eran las bandas que se grababan dentro del estudio, ubicado cerca de la Diagonal 6 de la ciudad capital, en donde estuve varias veces, siendo testigo de la movida del rock nacional mientras conversaba con algunos de sus exponentes sobre música o arte. En ese entonces, no tenía ni idea que conocería a los queridos integrantes de La Tona, quienes años después, se convertirían en uno de los referentes musicales más importantes de mi generación.

A los queridos, los fui conociendo de «a poquitos» y en distintas circunstancias.

El primero con quien conversé fue con Neco, a quien conocí en el proyecto de arte Casa Bizarra en el año 1996. Con Neco platicamos de música, poesía y el Popol Vuh. Este último, un detalle muy característico en toda la imaginería musical de la banda, que se resume a la cosmología Maya, su fascinación y su entorno. Para ese entonces, el arte y la literatura estaban en un estallido generacional invaluable. Eran los años noventa. La supuesta paz estaba a la vuelta de la esquina, y la escena de arte guatemalteco crecía enormemente, gracias a los efectos de festivales como Libertad de Expresión ¡Ya! y otros fenómenos de trascendencia, que sin duda, fueron necesarios para el crecimiento de muchos de los movimientos culturales que sucedieron tiempo después: Octubre Azul, Colloquia, Festival del Centro Histórico, Caja Lúdica, entre otros.

Un sábado, recuerdo, tomamos camino hacia la TGW para un concierto que La Tona daría por la noche. Los conciertos de esa época se daban en diferentes lugares: La Caseta, Blue Moon, La Boheme, Teatro al aire libre, Pie de Lana y la Bodeguita del Centro. Me acompañaban dos amigos artistas, con quienes nos reuníamos en Café Oro, otro de esos antros culturales que dejaron su estela cultural inevitable a lo largo de estos últimos 15 años de arte guatemalteco. Recuerdo que al concierto llegamos unas treinta personas, no más, no menos. Empezó tarde, entre una danza al ritmo del tun y la chirimía, vertiente musical maya que La Tona incorpora en su música de una manera fabulosa. Luego hubo poesía recitada entre canciones. De esas treinta personas que estábamos en el concierto de la TGW, cuatro eran de la banda y otras diez de organización. Así, entre amigos y un ambiente relajado, conocí a Germánico (Barrios), el guitarrista y genio de algunos de los acordes más memorables del rock nacional. Nuestra plática giró entorno a música y más música.

Todo esto, me llevó a coincidir con Alexis (Cerezo), el baterista de la banda.

Con él coincidimos por un amigo en común: Simón Pedroza, poeta y editor, quien era compañero de casa de Alexis, con quien conversamos en alguna cena sobre Luis Alberto Spinetta y música argentina. Curiosamente, Alexis vive ahora en Buenos Aires. Conversando con él, sentí que podía platicar sobre uno de mis músicos favoritos de todos los tiempos, además de excelente compositor y grandioso artista de la palabra, como lo es “El Flaco”. Su melodía y cambios de ritmos, son palpables en mucha de la música que La Tona ejecuta, aunque difiere mucho de distorsiones, velocidad y compases. La batería de Alexis, es sin dudas, el espíritu de la banda en vivo.

Para todo esto, ya había conocido a tres de los músicos y en el camino faltaba Mario (Flores), el bajista.

A Mario lo conocí al escuchar uno de los proyectos musicales que más me han conmovido. Esto fue alrededor del 2001, en El Gravoche, una galería bar que abrió sus puertas alrededor del año 2000 y cerró en un abrir y cerrar de ojos. El proyecto se titulaba Cuatro brothers y una sister, donde Mario acompañaba a excelentes músicos, entre ellos el productor argentino Leo Carro y Claudia Armas, vocalista excepcional de la movida musical guatemalteca, esposa de otro querido: Maurice Echeverría, amigo escritor de la vieja guardia.

Así, en ese ambiente bohemio y musical, platicamos con Mario durante algún momento. Una década después, volvimos a coincidir con Mario y recordamos instantes de esas sesiones memorables de música fusión. Qué lástima que no se pudo recuperar nada del material hecho en vivo. Era una delicia de triphop mezclado con otras grandes influencias (Radiohead, Massive Attack, Portishead, Brian Eno) y un poco de drum 'n bass.

Ahora, regresemos al concierto.


EL REGRESO DE XIBALBÁ

En los últimos dos años consecutivos, La Tona ha dado un concierto a inicios de año. Supongo, que es una especie de ceremonia para empezar cada año con una buena sacudida al ritmo del buen rock. Para este año, el concierto estaba pautado en redes sociales desde diciembre pasado, por lo que la emoción y la ansiedad crecían de inmediato en todos los fans y amigos de la banda. Desde pautada la fecha, me propuse asistir, ya que no pude asistir a los últimos dos conciertos que la banda preparó los últimos dos años. Andaba fuera de Guate.

Ya una semana antes, el amigo poeta Alejandro Marré me había comentado que leería alguno de sus textos junto al querido Simón Pedroza durante un intermedio poético del concierto, algo que La Tona ejecuta de manera continúa desde que tocan en vivo. Me pareció genial, y me alisté para ir al toque.

Así, llegamos a la prueba de sonido a las cuatro de la tarde. El ambiente sobre la avenida y calles aledañas, se sentía fabuloso. Un halo de adrenalina me subió al pecho cuando vi muchísimas personas haciendo fila con sus camisetas negras, desde horas antes. Me emocioné. Volví a sentir la rabia contenida de los noventas. La adrenalina, el rush, la rabia lírica. En un momento logré ver a más de cien personas afuera del recinto. Neco nos fue a recibir a la puerta y entramos. El salón vacío, excepto por los organizadores y sonidistas. La banda en el escenario tocando con toda la euforia y precisión del caso. Me sentí en un concierto privado, como en la TGW, hace 10 años. Terminó la prueba y saludé al resto de la banda. Platicamos un rato, nos reímos, fue emotivo. Después nos retiramos del lugar con Alejandro y salimos directo a comprar cerveza. Conversamos sobre los toques memorables: La Bodeguita del Centro, La Plaza de Toros, etc. Después regresamos horas más tarde para escuchar canciones de El Rebotante y El Ojo. Parecía un presagio de cosas buenas.

Marcadas las ocho, el salón estaba con un lleno total, y afuera, más de cien personas esperaban ingresar. Saludé a algunos conocidos e ingresé al concierto. Me sorprendió ver la marea de camisetas negras bajo el escenario. Canciones de Caifanes y Soda Stereo salían imprecisas de los amplificadores. La gente iba de un lado a otro coreando las canciones. Una ola de calor humano me alcanzaba. Dieron las 8:30 y aparecieron los primeros acordes de la banda. Gritos. Euforia. Sobresaltos. Sudor. Más gritos. Afonía.

 No hay duda que en Guatemala, la música es un alivio refrescante que congrega edades y géneros distintos en un solo lugar; conservando así, toda una amalgama de ideas políticas, religiosas o culturales. En este sentido, los conciertos de rock son una de las piedras angulares para apreciar el tema de la armonía y la diversidad cultural. Eso fue lo primero que percibí del concierto. La locación. La energía. El escenario. La empatía. Lo último que pude percibir  fue la armonía con la que muchos nos entendemos en un concierto. Abrazos en silencio, después de los acordes entrelazados. La furia poética. La emoción. Los aplausos. El baile. La sensación. Algo que sólo se puede sentir después de ir a conciertos nacionales luego de más de quince años.

Para resumir: La Tona nos deleitó a lo largo de casi tres horas de concierto. Rock clásico, sicodélico, veloz, sólido y poderoso. Tocaron las clásicas, las conocidas, las que todos nos sabemos: La mujer del cuadro, El ojo, Días gemelos, Interna-externa, Hansel y Gretel, Ángeles sin luz, Antares, Tanto que no sabes y para terminar, la más coreada y esperada de todas: Selene.

No hay duda que La Tona tiene fuerza para rato.

 El concierto fue memorable. El sonido falló un poco pero no importó. La energía del público, con quienes coreamos de principio a fin el repertorio de canciones de la banda sacudió los imprevistos. Por lo mismo, esperaré con ansias un próximo concierto, y quizá, un nuevo material discográfico para incorporarlo a mis archivos melancólico-digitales.

Si bien el pasado comienza ahora, La Tona es un motor que mueve montañas y camisetas negras desde hace más de quince años. Como bien lo dijo Neco en algún momento del concierto: «Mañana seremos estrellas, polvo de estrellas… yo quiero ser un cometa».

En mi caso, yo quiero ir al próximo concierto de La Tona. Ya lo estoy esperando con ansias.




Germánico en pleno solo de guitarra

La banda en plena acción

Lleno total

La euforia de Neco

Mística y armonía

Carisma y poesía

Celebración

Alejandro Marré leyendo poesía


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