viernes, 5 de septiembre de 2014

NILHS FRAHM no es lo mismo que Ramiro Delgado

Columna quincenal publicada en Esquisses
Viernes 5 de septiembre del 2014.


A Rigo, por la música.



”A ver, patojo cerote, hablemos de música…” me dijo el ruco antes de empinarse la cerveza y pedir un plato de bocas.

Después de eso, empezó a llenarme de mierda los oídos con rolas más vejestorias que la Cuaresma: King Crimson, Grateful Dead, Pink Floyd, Jefferson Airplane, los Rolling Stones y una lista de banducas que me imaginaba bien peludas, todas regordetas y bien pedas. De su hocico salían balbuceos melancólicos de cómo habían sido los setenta en su juventud, y un vaho de tristeza o rabia, le brillaba en los ojos al muy rudo, que enumeraba uno a uno los recuerdos de su primera esposa y todos los fracasos que había experimentado como papá de dos güiros que se le fueron al Norte.

Así, el muy cabrón fue hilvanando una teoría musical bastante respetable a base de toda su miserable biografía. Me habló de su primer viaje en ácidos, de una Hondita Rebel que fue a hacer mierda y hasta me contó mariconadas de Alux Nahual en un concierto de los ochenta.

Al pisado le gustaba abrir la boca, tanto como a mí la cerveza. Por eso no tuve ningún problema en aguantarme toda la casaca que el rucón se disparaba mientras yo, sentado en la mesa, asentía con la cabeza y de vez en cuando intercalaba un “Hmmm, cabal” o un “¡qué buenos son esos cerotes!” para fingir que le estaba poniendo atención a cada palabra.

Así pasó la primera hora y no paraba de salivar el hijueputa. Chela tras chela. Cigarro tras cigarro. Anécdota tras anécdota. Y a todo esto, la voz de Jim Morrison retumbando de las bocinas del bar mientras el ruco pisado parecía saberse todas las canciones de los californianos. Break on through, Light my fire, Alabama Song. Mientras cerraba los ojos y entraba en el trance de cada rola, yo lograba escaparme al baño a orinar, pero el viejo siempre lograba encontrarme y convencerme con una chela en mano, solo para mí, de que siguiéramos hablando de Joe Cocker, Janis Joplin o The Mamas & the Papas.

Así fueron pasando las horas. El pisado me ceremonió toda una misa satánica del Rock and Roll y me cagó la cita que tenía con la Marisa.

El muy cerote hablaba del Heavy Metal como si él mismo fuera el Chamuco en persona. Su pinta de ruco macizo, con botas de cuero y pantalón roto no me intimidaba tanto como las cicatrices que tenía en los pómulos y en los brazos, además de un tatuaje puramierda que tenía en el cuello, justo debajo de la oreja. Una shumada fiera y nauseabunda. Pero que irritaba, eso sí, a quien tenga gustos comunes por la música popular.

El tatuaje decía: “El Buki es mi pastor, solo Satán lo chimará”.

En fin, para resumirles el rollo, el ruco era una mezcla de hippie barbitúrico hipertextuado con talishte satánico. Pero la neta, es que sí sabía de música el pisado. Su verborrea parecida salida de una película de Lineker en sicotrópicos o Tarantino diluído en cocaína boliviana.

Después de cuatro horas de chelas, casaca y buen rock todo parecía importarnos tan poco. Tanto así, que terminamos enfiestados con unos Nicas en una cantina china de esas que hierven en aceite quemado, putas con escote masacrado y nido de supercucarachas anestésicas.

Desde el fondo blanco de este último párrafo que escribo, una rocola vieja y roja truena una canción de Bronco al mismo tiempo que bailamos con Rigoberto; porque así se llamaba el ruco con quien nos hicimos compadres esa madrugada, y con quien salimos de vez en cuando a escuchar las banditas que tocan en los bares locales. Todas infestadas, claro, de rockstarsitos súperpoderosos que lo saben todo y lo pueden todo. Qué dicha. Un brindis por ellos y por el sonido del melotrón que tanto me gusta.

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