viernes, 28 de febrero de 2014

CARTA A CERATI

Columna quincenal publicada en Esquisses.
Viernes 28 de febrero del 2014.
Reeditada




No es nada personal, querido, pero empezaré esta carta con la frase: «Ya tu música hizo efecto. No la extraño». Quiero decir, tu música ya es mía, ya es de todos, ya está en todas partes y habita cada rincón de la sinfonía latinoamericana. Para qué darnos pajas y pretender que tu ausencia ha sido un eclipse sonoro, una estratagema solemne, un maullar de gatos en la oscuridad, un coma infinito que solo nos dejará "colochos recordados". ¿Para qué?, para qué seguir en eso.

Mirá, te lo pongo fácil. Vos lo sabés, claro, porque vos lo sabés todo o casi todo. Vos sos la luz que nos ilumina musicalmente, ese presagio. El sol armónico. La metáfora perpetua. Eso.


Desde que crecí con Bosio, Alberti y vos (Soda Stereo), sentí una furia en la ciudad de mi furia y todo lo demás fue exceso, ruido blanco, una especie de temblor y mal de alturas y otros tantos espejismos salvajes. Vos fuiste y seguirás siendo nuestro Robert Smith, nuestro Jim Morrison con acento y mate y "estilacho". Escribo esto desde el fondo de mi corazón porque pienso que nunca he sido un discípulo digno, un buen copiloto de todos tus discos, ¿por qué?: porque arribar en la sonoridad de los genios siempre requiere un riesgo y un vértigo alucinógeno que profunda en la belleza infinita que tan fácil nos pierde. Y bueno -además-, porque sos un tobogán sin salida, una catapulta sublime, una verdad sin prisa ni olvido que es fuego de estela constante e infinita. Eso sos, compadre, un infinito aletargado en la eternidad del cosmos y sus diásporas hermosas, y ansiosas, por un estruendo auténtico que te sale tan fácil.

Con todo esto quiero decir que sos una plegaria, un altar, un volcán lumínico, un Bach componiendo música en lisérgicos. ¿O no, querido? No me mintás. Vos sabés que es cierto. Con perdón a Chopin y Wagner.



De repente te escucho arpegiando a Spinetta y sé que son de la misma "calaña", la misma rabia, el mismo barrio, el mismo ruido blanco, las mismas drogas fuertes, el polvo, la misma nicotina adormecedora y el mismo bailongo trasnochado.



Pero eso sí, querido, hay algo que aún no entiendo: ¿cómo tu ska primerizo argumentó tanta rabia inocente en el «Colores santos» con Melero, y además, después en «Bocanada» lograste esa estampida sonora en la que flotás, como pez salvaje y dulce y taciturno del «Amor amarillo» o «Siempre es hoy», con toda la melancolía de «Signos»?

Eso nunca lo entendí. Te lo confieso.

Pero siento, eso sí, que poco a poco lo entiendo cada vez que escucho tus «Episodios sinfónicos» a todo volumen en mi memoria de los viernes y sus etcéteras. Así que bueno, gran querido, dejo mi estupidez a un lado para decirte que admiro y respeto toda tu intensidad y tu vida. Y que bueno, «Signos» junto a «Ruido blanco» son un regalo para la humanidad. Al igual que «Sueño stereo».


Y así, como te sigo agradeciendo, también me acerco a vos (casi llegando al borde de la vida y la madrugada y la muerte y la metáfora) -pues, como un ángel eléctrico, vos sabés-. Entonces, brindar también por Ian Curtis, Horacio Quiroga, Alfonsina Storni, Andrés Caicedo, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik, Mayakovsky, Foster Wallace y Hemingway no me parece nada mal. Bueno, vos lo sabés mejor que nadie. Incluso mejor que Hunter Thompson.


Así que, para despedirme, te deseo el mejor de los descansos y los viajes (esa resaca en paz bien merecida que es aguantar la vida). Andate ya. Este mundo es una mierda y no vale para nada la pena. Mejor saludame a Lennon y a Barrett de mi parte.


Te abrazo. Te celebro a diario.


Tu compadre.



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