viernes, 13 de junio de 2014

LA BATUCADA, los cadillacs y el futbol

Columna quincenal publicada en Esquisses.
Viernes 13 de junio del 2014.



De la batucada tengo presente dos cosas:

1. Un viaje en lisérgico, allá por el año noventa y nueve.
2. Las tonaditas de Los Fabulosos Cadillacs, muchos años antes.


Del viaje en “ajos” no hablaré mucho, porque delinear los trazos perdidos de una memoria convulsa, y además iniciática en ciertos rituales, no es cosa importante. Aunque en el fondo, muy a mi manera, fue una plétora romántica de otros desvelos y otros sueños que recuerdo con melancolía; pero también fue un poema amargo, una retórica insulsa y una ensoñación de duendes dulces navegando por un río de Cianuro. Mal viaje, pues, para ponerlo en pocos caracteres.

Por otra parte, de Los Cadillacs de Vicentico tengo otro recuerdo. Otro gozo. Otro placer convexo. Otro tumbo sonoro.

A estos argentinos los tengo presente por ese dato tan sencillo, que fue ponerme a la Batucada en el mapa de la música (entre otras cosas). Hablo de una canción a secas. La conocida. La rallada. La quemada. La esquelética y anestesiada por el pasmo de todas las borracheras de todos los bares y todas las cantinas de todas las calles perdidas de nuestra América dipsómana y trémula. Pues si, para qué mentirnos, “El Matador” es esa tronazón de delirios que alegran cualquier fiesta y enamoran a cualquier canchita (gringa o europea). Es esa pieza elemental que amasa y adereza a toda la Cordillera Americana en una sola quimera exquisita: el delicioso bailongo o apretuje de cuerpos cachondeados.


Pero no solo es eso. “El Matador” me hace pensar en muchísimas más cosas. El ímpetu, el amor, el jugueteo de palabras, la rabia del V Centenario, etc. También me hace pensar en la grandeza de los Cadillacs y su vitalidad en la música latina, que es extensa y meritoria. Los referentes son muchísimos. Hay canciones llenas de melancolía, de letra, de punk, ska, samba, calipso, dub o reggae. El virtuosismo de algunos discos (El León, Vasos Vacíos, Fabulosos Calavera o Rey azúcar) es admirable. Digo, están muy lejos de las tonaditas de Pitbull y Shakira que anestesian los rincones donde pasan los partidos de la copa del mundo por estos días. Pero bueno, no quiero ponerme ácido e intolerante. A lo que voy es que Los Cadillacs son el epigrama puntual de una música latinoamericana muy propia e intrínseca. Allí también entran los Tacvbos, que están muy distantes a lo que se escucha en las estaciones de radio en hora pico por estos días mundialosos.

Mi recomendación, entonces, es volver a las raíces y enguachinarse de música en desuso, anticuada e incipiente. Es rechinar las cabezas del tocacasete y vapulear todos los sonidos nuevos. Como creo que no lo vas a hacer con La Marimba, pues hacelo con La Batucada, que además, está de moda por un mes y a lo mejor le quite méritos a la cumbia –tan sobrestimada desde hace algunos años hasta que perdiera su gracia, su vaho familiar, su tibia certeza, su belleza–.

Cuando te adentrés en su repique hipnótico –digo, el de la Batucada–, te van a aparecer por ahí algunos ritmos suculentos de Vinícius de Moraes, Elis Regina o Chico Buarque. Y poco a poco, te lo aseguro, irán saliendo otras delicias inesperadas –Djavan, Tom Zé, Caetano y Os Mutantes son algunos–.


Después de revisitar toda esta delicia de música por un mes –gracias a Torrentz o The Pirate Bay–, volvé a encender el Spotify o el Deezer, y buscate el disco nuevo de Jack White (Lazaretto) que está bastante interesante.


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