jueves, 9 de febrero de 2012

EL CENTRO (primera parte)

Columna publicada en Diario de Centro América.
Jueves 9 de febrero del 2012.
Reeditada.



Foto: Cine Lux
El Centro siempre fue uno de esos territorios que, a costa de comentarios ajenos y mal intencionados, fueron llenando mi cabeza de incógnitas y misterios desde que era un niño. El Parque Central, El Palacio, La Catedral, la Sexta, la 18 Calle, la Tipografía; eran sólo pistas de un mapa, ¿minado?, que recorrería años después para sorprenderme a mí mismo, al tiempo que iba descubriendo, poco a poco, uno de los lugares obligatorios en la Ciudad de Guatemala para todo antropólogo o sociólogo, que quiera entender la cultura de los últimos 40 años.

Las primeras experiencias que tengo en El Centro, son de noche, y van de la mano con las Semanas Santas que recorrimos junto a mi hermana y mis padres. Aún recuerdo un Jueves Santo en que me separé de mi hermana, y me perdí por varios minutos entre la multitud sedentariamente religiosa. Tendría unos 6 años, quizá. Creo que fue la primera vez que sentí impotencia. También recuerdo acompañar a mi madre a las joyerías del Portal de Comercio y a comprar estampitas de futbol frente al Cine Lux. La sexta avenida estaba invadida por cientos de vendedores y recorrerla en automóvil, era uno de esos lujos fortuitos de cada semáforo. Muchos años después, mi relación con El Centro adquirió otros matices. Muchos de estos recuerdos han dejado una estela de euforia que precisamente regresa cuando vuelvo a caminar sus calles o entro inequívocamente a esos antros que frecuentábamos por horas con los amigos entre vino y cervezas. Muchos de estos recuerdos, que vinieron años después, ya en mi adolescencia, están acoplados con la literatura, el arte, la amistad y una que otra novia. Eran los años noventa y, el grounge, predominaba la actitud desaliñada de toda mi generación, aunque les cueste aceptarlo.

El cambio de colegio a mitad de año, me regaló una de las cosas más bellas que jamás había conocido: Autonomía. Mis padres, me dejaban en el colegio por las mañanas y, por la tarde, cuando salía, la mayoría de las veces tomaba un bus que me llevara a la Bibioteca Nacional y de allí cualquier otro, el Metrobus o cualquiera que pasara por el Periférico rumbo a la San Carlos, para llegar a casa ya en horas de la noche. ¿Qué hacía en todo ese tiempo? Vagar, supongo. Afinar detalles. Construir opinión. Escribir en mi cuaderno de apuntes. Hilvanar toda una geometría sacada de una quimera.

Los días parecían eternos. Certeros. Impecables. El Centro era mi Dublín de Leopold y Stephen. El Centro era mi Praga de K. y mi París de Horacio y La Maga. Años después, pienso en el pasado y en lo inexperto que fui en muchos sentidos. El Centro ahora se presenta con sus lofts, sus hipsters, sus bares cool, sus orines de medianoche y sus muestras de cine centroamericano.

Ya es hora de conquistarlo de nuevo. Apoyemos la Muestra de Cine Actual que proyectará sus películas de manera gratuita en El Capitol. Felicidades al cine nacional. Aplaudamos esa iniciativa.

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