jueves, 16 de febrero de 2012

LA VIDA TIENE MÚSICA: El Flaco Spinetta

Columna publicada en Diario de Centro América y en libro SPAM (2012, 2013).
Jueves 16 de febrero del 2012.
Reeditada.


Foto: Luis Alberto Spinetta
Nunca fui a un concierto de Spinetta, no, nunca lo conocí. Nunca viajé a Argentina para encontrarlo en un cafetín de Baires dando un recital o sencillamente tomando una birra, no. Nunca me entusiasmé tanto al escuchar a otro músico, que más o menos sonara parecido a él (me refiero a Cerati, Fito o Charly que también son pilares del rock argentino), pero que le deben la delicadeza, el fulgor y la belleza a Luis. El siempre flaco y único flaco del rock latinoamericano.

Nunca me entusiasmé tanto al escuchar por primera vez su música, no. Nunca tuve el privilegio de conversar con él sobre poesía o jazz. Tampoco de escucharlo hablar sobre Artaud, Rimbaud o Deleuze, no. Nunca tomamos café o vino mientras conversábamos sobre leyes de libre difusión creadora en esta era que nos tocó llevar a ambos: la digital– a altas horas de la madrugada con un cartón de cigarrillos y bajo la luna llena o los árboles vertiginosos del hemisferio sur, no. Nunca pude ver con mis ojos, mis pragmáticos ojos, alguna de sus Fender que ahora son patrimonios de la humanidad, no. Nunca lo escuché tocar mejor que en Invisible o Pescado Rabioso, no. Nunca lo entrevisté. Nunca estuve en su casa, tomando mate y comiendo empanadas de mozarela al ritmo de un candombe o una mazurca importada desde otra galaxia, no. Nunca escuché su voz, más que en los auriculares que compré en aquel viaje a España o en las bocinas de mi Nissan en el año 98, a todo volumen, con la certeza de que su voz era una especie de espejismo neuronal. Un santuario.

Nunca lo vi a los ojos mientras hablaba de tango, no. Seguramente sus ojos eran dos luces estallando en la profundidad del infinito como dos asteroides que lo recorren todo en un estallido de memorias aleatorias. No, nunca lo vi a los ojos. Nunca le conocí una mala canción o al menos una a la que le faltara una sílaba o una armonía. No, nunca. Nunca percibí que Spinetta Jade o Spinettalandia fueran dos proyectos musicales en su larga carrera discográfica de más de 40 años. Nunca nada fue proyecto en Spinetta, todo fue luz y genio. Vaivén de arritmias contenidas. Vuelo exquisito de fonemas lúcidos. Marea de acordes atómicos. Lluvia de imágenes. Poesía en bruto. Poesía en combustión. Sencillamente: Poesía.


Hoy, a más de una semana de su muerte y con la mirada aún triste, me pongo a pensar en la música que queda a través de los años y en la vida que uno amasa a través de ella. Pienso en las noches con Caro, Charly, Javier, Simón, Farah y otros amigos con los que escuchar Spinetta era como escuchar a un ruiseñor galáctico en los momentos más irrepetibles de la vida. No conocí a Spinetta, es cierto, pero siento que sí.

Ahora El Flaco se convirtió en luz, en música, en poesía. Y lo único que me queda decir, es que la magia existe a 18 minutos del sol y que los nuevos músicos le deben un homenaje por tanta belleza y una fiel admiración (musical) que trasciende, como trascienden las verdades absolutas del Capitán Beto.

Gracias, Flaco. Gracias por adentrarte en mi ser. Gracias.

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