jueves, 2 de febrero de 2012

LA MÚSICA y los platillos voladores

Columna publicada en Diario de Centro América.
Jueves 2 de febrero del 2012.
Reeditada.



Foto: Bill Evans Trio
La música siempre ha sido una especie de sustento diario en mi vida y un neceser poético que rara vez omito de mi cotidianidad. Una herramienta, en todo caso, que me permite acercarme a "lo sensorial" y a "lo fantástico".

Ahora mismo, por ejemplo, escucho un trío de jazz. En los audífonos repica Bill Evans, un jazzista norteamericano que tocó piano de una manera asombrosa. Evans falleció el año en que nací. Evans nos dejó obras maestras. El disco que escucho se titula Portrait in jazz, uno de mis favoritos de todos los tiempos. Un clásico del jazz. Uno de esos discos que uno pone en el reproductor cuando quiere alejarse del mundo y, necesita un espacio para uno solito: Sin jefe pidiendo documentos y horas extras, sin güiros gritando en la sala, sin deudas por pagar a fin de mes, sin tareas domésticas pendientes, sin tráfico de dos horas, sin chunches que cargar para llevar al encargado, sin llamadas que hacer antes de la hora límite, sin problemas que resolver antes de que todo explote, sin documentos que falsear para que te entreguen la VISA y sin complicaciones verbales con la pareja. En fin, todos necesitamos eso. Un descanso musical donde el trajín cotidiano desaparezca y la vida parezca mucho más tranquila. O al menos, más productiva.

Esa paz, al menos yo, la encontré en la música; que es mi almohada favorita para dormir a los demonios internos que me habitan. Supongo que encontré en ella ese alivio inmediato, algo así como un efervescente para calmar los malestares del aburrimiento. En ese sentido, creo que todos deberíamos de dedicarle horas al silencio, que también es música. Pero hablando de canciones, les recomiendo rodearse de mucha.

En mi caso, desde muy pequeño, crecí rodeado con estímulos sonoros. Mi vida es demasiado musical y, a lo contrario de lo que muchos piensan, nunca estudié en el Conservatorio de Música aunque me hubiese encantado. Lo que sí, es que crecí rodeado de música a consecuencia de mis abuelos, a quienes visitábamos todos los domingos con mis padres y, encontrábamos, sumidos en su marimbero dominical que emanaba de los casetes Dideca y en la mayoría de los casos, de sus longplays que eran como joyas ancestrales sacados de no sé donde.

Mi abuelo, era el encargado de colocar en el reproductor los acetatos negros, esos objetos extraños que parecían platillos voladores provenientes de otro planeta. Muchos años después, descubrí que lo que escuchábamos eran valses, cumbias y zarabandas; interpretadas desde una tornamesa marca Toshiba, que recuerdo muy bien por su nombre extraterrestre. Años después, también descubrí que Toshiba era una marca japonesa que tuvo gran éxito en los años ochenta.

Ahora, que ya no venden tornamesas ni caseteras, me pregunto: ¿Serán los japoneses seres extraterrestres? ¿Cómo será la cumbia japonesa? ¿Llevaremos #LosMiércolesDeCumbia a Marte?

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