jueves, 15 de noviembre de 2012

TRES COLORES, cuatro techos y mucha poesía

FOTO: Algunos cuadros de Francisco Tún
La primera vez que escuché hablar de Francisco Tún, fue en una galería de arte que quedaba en zona 10, junto a un minimercado de verduras y vinos italianos, hace más de quince años. Lo recuerdo bien, porque ahora que lo pienso, hubiera sido tan fácil regresar a casa ése día y encender la computadora, abrir el explorador y googlearlo como lo hubiera hecho si hubiese sido anoche. De haberlo hecho, seguramente me hubiera encontrado con muy poca información o casi nada, ninguna imagen, ningún hipertexto. Nada. Para esos años, la Internet (esta enciclopedia infinito-universal) era algo todavía misterioso y no muchos teníamos acceso a ella. Era como un juguete caro, que no encontrabas en cualquier parte. Ahora cualquiera puede buscar las palabras "oxímoron" o "isodinamia", y saber que son figuras literarias que comúnmente usamos al hablar sin darnos cuenta.



Pero bueno, a lo que iba es que desde la primera vez que escuché el nombre Francisco Tún, sencillamente me atrajo. No sé si fue el apellido onomatopéyico o si fue lo que me dijeron sobre él: "Sí a vos te gusta Miró, de seguro te va a gustar Tún". La verdad no lo sé, pero la comparación, ahora que lo pienso, me parece inútil. Joan Miró, ése pintor catalán que pintaba de una manera infantil y luminosa, con figuras surreales y oníricamente fabulosas, está muy lejos de la oscuridad y mística "extraña" que rodea a Francisco Tún, quien por muchísimo tiempo pasó olvidado hasta hace poco, que volvió para quedarse dentro del imaginario colectivo de artistas contemporáneos, quienes, hasta hace algunos meses, no tenían ni idea que existía un pintor de este calibre.

Eso me hace recordar las pláticas que tuve con Martha de Palmieri (QEPD). Una mujer ya mayor que coleccionaba arte, con quien nos reunimos varias veces a tomar café y a conversar sobre literatura y sus exhuberantes pinturas: Elmar Rojas, Efraín Recinos, Rodolfo Abularach, Ramón Banús, Roberto Cabrera, nada menos. Ella me platicó sobre Francisco, e inclusive me contó que varias veces le dio posada en su casa. La señora -de una educación privilegiada y un gusto bárbaro-, me contó entre otras cosas que a Tún le gustaba tomar y que la pintura era su necesidad primaria de sobrevivencia (pintaba rótulos y casas). Todas esas pláticas me dejaron siempre con la intención de saber más de Tún. Era como una nube mística que todo lo rodeaba. De vez en cuando, solía toparme con algún cuadro en la casa de algún coleccionista o amigo. Yo respiraba profundo y me dejaba ir, siempre con el anhelo de entrar a una galería y que ésta, estuviera llena de sus techos, puertas, caminos, personitas, ventanas, barrotes, barrancos.



Así pasó más de una década y hasta hace alrededor de un año, el fabuloso Proyectos Ultravioleta, organizó un muestra minúscula de su obra. La mayoría de cuadros pertenecían a colecciones privadas, lo que la hizo más selecta. Esto me pareció un intento fascinante por acercarlo al colectivo contempo. Luego de esta exposición, la mayoría de jóvenes, hipsters e hibrids (el término es mío), aceptaron a Francisco Tún dentro de su idiolecto cotidiano, lo cual, a mi criterio, me pareció un gran paso para ganar más adeptos a este fabuloso universo, naif, para algunos, primitivista para otros. Poesía pictórica, para mí.


Hace más de un mes, mi querida amiga y gestora cultural: Itziar Sagone, me envió una invitación para asistir a la inauguración de una nueva exposición. Para mi sorpresa, una retrospectiva de Tún, en colaboración con Adrián Lorenzana y Willy Monsanto, quienes hicieron un trabajo excepcional que esperamos lleve a Tún a otro nivel, internacional en todo caso. La emoción por la muestra me empezó a poner ansioso. Pasé varias noches soñando con los pocos cuadros que había visto de su obra y hasta me dieron ganas de pintar. No lo hice. Al final llegó el día, y como feligreses ante su templo o poseídos por una fuerza diabólica, fuimos a ver la exposición junto al querido Javier Payeras.

Llegamos y nos inundamos de poesía: 82 obras de todas las dimensiones y colores y épocas y colecciones de Francisco. Yo estaba paralizado. No me podía mover. Me gustó tanto adentrarme en ese universo, que fui a verla cinco veces. Inclusive invité a mis alumnos del taller literario para que hilvanaran historias de las pinturas que quisieran, porque eso es Tún: una historia en cada cuadro.

Yo hilvané un poema, de manera automática, casi un cadáver exquisito. Se los comparto:


un universo color amarillo
que es casa y es camino
se irrumpe frente a mi sueño
crucial maremoto en desfiladero
donde el alivio es fiel morada
tibia nube color granito

quiero descansar de tanto olvido
quiero olvidar que nada soy y nada tengo

quiero sólo quiero

esta noche me adelanto a tu risa de cíclope
me dejo caer ante un abismo roto
la vida es un asalto en caída libre
que nos deja con las manos vacías
la vida es un temblor de piedras
la vida es un tiritar de sombras
detrás de estas rejas
la muerte mira con sus ojos grandes

no quiero pensar en moléculas de aire
sólo quiero un color y una dulce tisana
para adormecer el viento



(Gracias Willy de Galería El Ático, por la fabulosa visita guíada y gracias a Adrián de Artecentro, por la museografía tan fabulosamente construida. Muchas gracias por abrirnos las puertas a este universo de uno de los genios del arte guatemalteco)


No hay comentarios:

Publicar un comentario