jueves, 8 de marzo de 2012

EL DOLOR

Columna censurada por Diario de Centro América.
Publicada en libro SPAM (2012, 2013).

Reeditada.



FOTO: Regina José Galindo
en varios de sus performances
El dolor respira sentado, como un niño moribundo y salvaje, viendo sigilosamente a través de todas las ventanillas de un autobús. El dolor, que también acecha en los barrios más pobres y deja que una madre, vea la muerte, a través de los ojos de su hijo desnutrido. El dolor, ese que también se nutre de odio tras las rejas y al lado de una mujer que ha sido condenada a muerte y no sabe qué decir. El dolor. El eterno dolor de los familiares de un desaparecido. El dolor efímero que siente un paria que alguna vez lo tuvo todo. El dolor de un primerizo que ve como su primer sueldo se le escapa de las manos en una ronda de blackjack. El dolor de una despedida, el dolor de una separación. El dolor que gime testarudo en los pianos de Chopin y en la voz de El Buki y Thom Yorke. El dolor, ese amigo del cual fuimos muy cercanos y nos susurra al oído: "aquí estoy, nunca me he ido, vengo por tí". El dolor.

 
Una bala vuela rencorosa y traviesa al ritmo de Shakira en una fiesta de pueblo. La bala busca, inevitablemente, una superficie donde descansar. Del otro lado de la fiesta, cae al suelo Juliana, la hija del Alcalde. Cae herida y liviana como una hoja dolorosa desde la cima de un árbol. La bala perdida, fue producto de una apuesta entre dos chicos que ahora manejan la venta de drogas del pueblo. Don Justo, el narco, les dio las escuadras como regalito de navidad. A Don Justo no le gusta que sus patojos anden desarmados por ahí. Le dolería mucho perder algunos gramos. Hoy, Don Justo anda de viaje por la frontera, trayendo unos paquetes, aún no se ha enterado del asunto de Juliana en el hospital. A Juliana, sin embargo, le duele todo, siente un ardor en la panza y le duelen los ojos de tanto llorar. Sus papás no saben qué hacer. El hospital es muy caro para tenerla más de un día. En otro país eso sería lo más justo: sacarle la bala y dejarla descansar. Al final, entre transas y mordidas, le sacan la bala por autorización de su tío, quien ya está pensando en venganza. Él siente una picazón en las manos, hace conjeturas, sabe que no podrá hacer nada. La justicia es algo que no nace con nosotros y por más que la busquemos, nunca la veremos sonreír. Él sabe, que la justicia no está de su lado y aunque sostenga un arma en sus manos, la justicia se le escapará como arena triste. Él sabe que a pesar de todo, no tiene poder ni audoridad. Siente impotencia, rabia, dolor. Mientras tanto, una de las dos escuadras permanece escondida, seguramente bajo una piedra o entre los matorrales de uno de los senderos que conducen al pozo del pueblo. La noticia le llega a uno de los dos chicos y éste, sin dudarlo, sabe que la bala es de su "escuadrita de juguete". Decide esconderla. Días después, Bertita de doce años la encuentra, mientras juega a las escondidas con su hermanito Julián. A Julián le duelen los pulmones de vez en cuando, sobre todo cuando corre para buscar a su hermana mayor. Hilda, la mamá, no sabe qué es lo que tiene Julián. Los doctores no saben qué decirle, sólo le dicen que es cuestión de tiempo porque no hay presupuesto. Hilda llora en silencio. Le duele no poder ver a su Juliancito llegar a la escuela y hacerse todo un hombre eso sería lo justo. Mientras tanto, el día es caluroso, y Hilda los encuentra jugando con el arma y le pregunta a Bertita qué dónde la encontró. Bertita sólo balbucea, no sabe qué decir. Hilda le quita la pistola de las manos y se la lleva a la casa. La esconde. Piensa que en una de las tanta veces en que Rogelio, su esposo borracho, la golpee y la toque; sacará de una vez por todas el cuete y le meterá un solo balazo. Eso es lo justo.

Sabe que esa pistola, que le llegó como "anillo al dedo", la librará de todos sus males y sabe, también, que esa bala es una señal de que Dios y la justicia existe. Por eso reza, en silencio, aunque le duela el alma.

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