Columna quincenal publicada en Esquisses.
Viernes 2 de mayo del 2014.
La semana pasada se celebró el Día Internacional del Libro en la librería Sophos. Toda una semana de ofertas, charlas, talleres y actividades relacionadas con la lectura. En sí, una fiesta memorable que año con año incluye una agenda con varios escritores reunidos para celebrar en grande al susodicho. Los días lunes y martes: foros, cena literaria y escritores haciéndola de libreros. El día miércoles: conferencia y club de lectura para niños y adultos. Y así, un compilado de actividades llenas de opinión, diálogo y sugerencias.

De toda la semana, el día más intenso fue el jueves. Casi cinco horas de charlas que conectaban a la literatura con otros temas, o mundos, como lo sugirió el querido Philippe Hunziker, cabeza principal de la librería. Por ejemplo, «Crimen y literatura», realizada magistralmente por los narradores
Julio Prado y
Francisco Alejandro Méndez, quienes destilaron cátedra y delirio sobre la novela policial, anécdotas personales y libros imprescindibles sobre el género. Otra de las charlas, «Televisión y literatura», sugirió uno de los mejores instantes de la noche con bromas ácidas propiciadas por los periodistas
Juan Pablo Dardón y
Luis Fernando Alejos, quienes conocen el tema y lo extendieron al máximo. Para el cierre, el público esperaba ansiosamente la charla de «Cine y literatura», que
Luis Aceituno y el infatigable
Javier Payeras dieron con erudición, paciencia y singularidad.
Todo esto empezó a las seis de la tarde con mi intervención. Una especie de hipervinculación entre literatura, música y movimientos culturales. El nombre de la charla, «Música y libros, dos formas de escuchar», que intenté dilucidar a través de una serie de apuntes y libros “faro” que nos acercan a la música o viceversa. Esto nació de un boceto cualquiera, en el que estructuré música con literatura que la inspiró y otra serie de apuntes de carácter creativo. Intentaré mapear la charla, entonces, haciendo una especie de esqueleto sugerente, que delimita los horizontes de la posmodernidad y aflora muchos vínculos entre música y literatura. Es un boceto de ensayo, por lo que quedan muchos cabos sueltos, no lo olviden.

PIES: La revolución sexual y los movimientos culturales masivos de los años cincuenta en Estados Unidos, dejan claro que cien años antes, en vísperas del romanticismo y el simbolismo francés, todo va a cambiar abruptamente. Así como Baudelaire –con su libro Las flores del mal publicado y censurado en 1857 o Una temporada en el infierno del decadente y maldito Rimbaud de 1873– hay una serie de compositores que van a cambiar la historia de la música: Bob Dylan y Jim Morrison, por citar a algunos. En el caso de Morrison –quien era devoto de Nietzsche, Blake, Céline, Huxley o el mismo Rimbaud–, nos augura que la poesía estará presente en la música del futuro. Por otro lado, Dylan nos ensombrece con historias contadas al mejor ritmo de un trovador medieval –pero con chumpa de cuero y armónica en la boca–, con matices que van desde Pound a Keats o desde Thomas a Eliot. Una especie de nueva trova cubana, cantada por Silvio Rodríguez con influencias de Martí, Darío o Neruda, pero bien hecha. En sí, un apego al folk-rock básico y fulgurante, que será interpretado por otros de una manera más sicodélica y delirante. Las lecturas acá van de la mano de la mejor literatura beat, entiéndase Burroughs, Kerouac, Ginsberg o Corso; pero también Miller, Marx, Hemingway o Capote. La Música: Jefferson Airplane, Beatles, Jimmi Hendrix, Lou Reed y Janis Joplin. Esto es lo que nos mantiene de pie, es decir, el rock-folk sicodélico, tosco y sin timidez. Pero cantado, claro, con sensatez, genio y mucha poesía.
PIERNAS Y BRAZOS: Acá entra el baile y el degenere, la oscuridad y la soberbia. En un ensayo leía que la literatura oscura y desesperanzada, por ejemplo Kafka o Joyce, siempre genera positivismo y lucidez. Lo vemos en películas y arte multimedia. Digamos, entonces, que las piernas y brazos de nuestro esqueleto músico-literario bien podrían ser todo lo que vino después del folk-rock sicodélico (1955-1970) hasta la entrada del postpunk (1978), que marcó un antes y un después en la historia de la música. Acá entraría todo el rock progresivo, la música disco-funk, los inicios de la electrónica y el heavy metal. Las bandas serían: Pink Floyd, Alan Parson’s Project, Bowie, Iron Maiden o Black Sabbath. La literatura: Poe, Lovecraft, Poe, Wells, Carroll o Lawrence. Algo así como las historias contadas de la manera más oscura pero hilvanadas con la fascinación del baile o el headbangin. Por eso hay que dedicarle tiempo y esmero a estas lecturas y a estas bandas, porque acá, es donde empieza lo bueno del deschongue poético. Sin piernas y brazos estamos condenados a no bailar, a no abrazar, a no empiernar. Y eso, es sumamente triste y doloroso.

TORSO: En el torso está ubicado el corazón, y esto, es lo más importante en la historia de la música y la literatura. Hacer las cosas con mucho corazón significa «tirar sobre la mesa de la historia, y sin pensarlo mucho, cualquier manifiesto visceral o primerizo». Eso es el punk, y por eso lo celebro tanto. Las bandas o músicos literarios que serían puro corazón: The Clash, Sex Pistols, Ramones, Television, Richard Hell, Iggy Pop, Black Flag, The Cure y por supuesto The Dead Kennedys. Los autores punk: Kafka, Camus y Chandler. También me atrevo a incluir a Nirvana y al movimiento grunge (1989-1995), que tiene como raíces al punk setentero (1974-1978) y a toda la furia de la desadaptación. Aquí podría citar a la Generación X, en especial a dos autores para entender la bifurcación insolente de la literatura norteamericana de los años ochenta en comparación con la beat de los año cincuenta y sesenta. Menciono, entonces, a Coupland y a Foster Wallace, dos marginales del mainstream. Dos gemas delirantes a los que les gustaba escuchar Brian Eno, Gary Numan, Kraftwerk, Talking Heads y mucho del synthpop de la época (no por fuerza tenían que escuchar punk, aunque su literatura si tenga rasgos de autodestrucción y anarquía). Otro autor punk es Palahniuk, que con su Club de la pelea lo deja más que claro. Y bueno, en música, olvidaba mencionar a la diosa del punk: Patti Smith. Sobre todo en sus discos Horses y Radio Ethiopia de mediados de los setenta, con una descarga poética muy a lo Baudelaire y Rimbaud. En pocas palabras: el elíxir de la poesía y el punk delirante.
CABEZA: Lo más importante, de donde sale la articulación y la genialidad. Acá podría hablar de muchas cosas, sin embargo, me limitaré a citar las lecturas que extrapolan los criterios de música que subyacen tras los autores que considero importantes e influyentes. Primero, El arcoiris de la gravedad de Pynchon junto a 1984 de George Orwell. Dos autores fascinantes que abundan en su crítica política y, sugieren, un nuevo despertar personal, introspectivo y desarticulado, no social. Segundo, J.D. Ballard (El mundo sumergido, Exposición de atrocidades, Noches de cocaína, Chronopolis, El mundo de cristal, etc.), quien podría ser el culpable de mucha de la música del siglo veinte y veintiuno; y a quien, como comentaba el jueves pasado en la charla, «aún desconocemos la influencia que ha causado en la ávida cultura de la posmodernidad». Así es, no lo duden, Ballard ha influenciado a músicos desde Marilyn Manson, Pink Floyd hasta John Lennon o Coldplay. Yo prefiero dos bandas en las que el discurso de estos tres autores es innegable, sobre todo de carácter político e introspectivo: Radiohead y Joy Division. Esto, porque su influencia musical es enormísima en los últimos treinta años. Intenten buscar en internet cuales son las bandas inspiradas en estas dos bandas y compartirán lo que estoy hablando.
Y bueno, olvidaba mencionar la influencia que Ballard ha tenido en músicos latinos como Gustavo Cerati o Luis Alberto Spinetta, a quien Artaud (otro autor) inspiró a componer aquel disco delicioso de 1972, justo antes de arremeter con todo su rock progresivo de Invisible y Pescado Rabioso, en una época en la que solo se podía leer literatura argentina, y por lo mismo, autores como Roberto Arlt fueron determinantes para el rock argentino de esos años (Pedro Aznar, Sui Generis, La máquina de hacer pájaros, Seru Giran, Pappo’s Blues, etc.). Por último, olvidaba mencionar a Rayuela de Cortázar y su jazz, a la influencia de Oscar Wilde y John Keats sobre Morrissey (The Smiths) y algunos libros de autores guatemaltecos como Rockstar de Julio Prado, Limbo de Javier Payeras y La Pirueta de Eduardo Halfon; en donde encontramos un universo musical que contagia.
Así, listos para mover la cabeza y pensar delicadamente en música bien delineada por literatura, los invito a revisar apuntes en libros de Ballard, a quien considero la cabeza de la música contemporánea. Y también, por qué no, explorar algunos de los libros que sugiero consultar. Y en palabras de Andrés Caicedo, como terminé la charla, «¡Qué viva la música!», porque sin ella, todo sería muy aburrido.